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Otra explicación del complot

Jorge Zepeda Patterson

Andrés Manuel López Obrador iba en camino de convertirse en un verdadero proyecto de Jefe de Estado; pero le ha ganado el deseo de convertirse en líder mesiánico del núcleo duro de sus seguidores.

Hace una semana escribí que “El Peje” ha incurrido en la peor estrategia posible respecto a los escándalos de los videos. El Jefe de Gobierno del Distrito Federal no ha entendido que para la opinión pública es mucho mayor pecado la corrupción de Bejarano y Ponce que las malas artes de sus enemigos para sacarle provecho político a los escándalos. Mientras él siga hablando de complot, los medios de comunicación seguirán hablando de Ponce y de Bejarano; es decir, de la corrupción de su Gobierno.

Hasta hace dos días no podía entender porqué Andrés Manuel simplemente no asumía con dignidad la responsabilidad de haber confiado en personas deshonestas, demandaba la aplicación de la Ley y se ponía a trabajar en lo que venía haciendo muy bien: convertirse en un político confiable y efectivo a los ojos de los ciudadanos. En lugar de eso se ha atrincherado en esta teoría del complot con argumentos y manoteos que proyectan una imagen de político rijoso, incapaz de asumir un caso de corrupción en su Gobierno.

Sin embargo, un amigo, profundo conocedor de las entrañas del PRD y quien prefiere el anonimato, me describió los motivos que llevan a Andrés Manuel a incurrir en esta estrategia casi suicida.

Según esta interpretación para López Obrador tiene mucho mayor peso la opinión de la base social del partido y sus simpatizantes, que la opinión pública en su sentido más vasto. Importa mucho más la necesidad de mantener una imagen de congruencia ante el voto duro que ha logrado conquistar como líder del partido y como gobernante. En otras palabras, “El Peje” simplemente estaría actuando de acuerdo al sentir de sus seguidores. Para muchos de ellos, resulta preferible verlo como un justiciero valiente acosado por una conspiración del malvado favorito, que como un simple mortal que reconoce los errores. Afirma mi amigo: “He constatado personalmente, en diversos fracciones del partido que comparten su adhesión a Andrés Manuel, que muchos militantes están convencidos de que todo está urdido por los enemigos, que el Jefe de Gobierno es honesto y que, si la legalidad es utilizada para frenar el proyecto de Andrés Manuel, resulta válido violar la Ley en aras de una causa justa”.

De modo que lo que a muchos nos parece un error y una aventura que puede liquidar las aspiraciones de un precandidato fuerte, a los ojos de sus seguidores y de él mismo, es una estrategia necesaria para mantener la unidad y la fe en torno al gran luchador (El Rayo de Esperanza). Es decir, la insistencia en la teoría del complot tal vez dañe irreversiblemente la imagen de López Obrador como un político responsable, pero lo puede fortalecer como el caudillo mesiánico que muchos desean dentro de sus filas.

Hasta aquí la explicación de nuestro amigo. Y la verdad es que es una explicación interesante. En efecto, es comprensible que una buena porción de la izquierda alimente una perspectiva que enfatiza el papel de la víctima. Es una desconfianza que se nutre del recuerdo de las cicatrices y los despojos del pasado. El robo de las elecciones en 1988 (la caída del sistema cuando Cárdenas llevaba la delantera) y los muchos agravios recibidos a manos de los intereses creados explican esta rijosidad desafiante frente al poder. Incluso personajes recién llegados como Marcelo Ebrard, jefe de la policía del Gobierno capitalino y normalmente juicioso y analítico, ha hecho declaraciones histéricas en el sentido de que la persecución en contra de “El Peje” podría conducir a un intento de asesinato.

Un ambiente interno en el que no se descarta el martirologio, es una pésima consejera para asumir una actitud serena. Sin embargo, antes de terminar de echar por la borda la ventaja que había logrado López Obrador, la izquierda tendría que pensar que se encuentra ante una coyuntura histórica. Pese a las zancadillas que ha recibido y que seguirá recibiendo, debe estar consciente que hay una posibilidad real de ganar las elecciones en 2006.

Puede quedarse en el suelo para lamentarse ante el árbitro y ante el público de las faltas recibidas, o puede levantarse y seguir buscando triunfar en un partido que iba ganando. Si sigue lamentándose de los complots reales e imaginarios de los cuales es objeto, perderá las elecciones y simplemente le quedará el eterno consuelo de saberse víctima, una vez más, de las maldades de los poderosos. Pero si reemprende la tarea de gobernar, tendrá la posibilidad real de emular a Lula en Brasil, o a Rodríguez Zapatero en España.

“El Peje” puede ser el líder mesiánico pendenciero y respondón que quieren sus seguidores o puede ser un Jefe de Estado para todos los mexicanos. Él tiene la palabra.

(jzepeda52@aol.com)

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