EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Otros tiempos

Emilio Herrera

En aquellos años, aparte de los gallos, lo que iba despertando a los dormilones de nuestra ciudad eran los gritos de los vendedores. Por la avenida Allende, por ejemplo, a la altura de la calle Valdés Carrillo, los primeros gritos que se dejaban oír eran los de aquellos que vendían camote o sangre, ésta sin embutir y por su nombre anunciaban en cada esquina a grito pelado, cargando aquello en grandes bateas que equilibraban sobre su cabeza; a éstos les seguían los vendedores de corridos que, en aquellos tiempos, los años veinte, cada día salía uno nuevo que daba cuenta, lo mismo de un fusilamiento: “En mil novecientos veinte, / señores, tengan presente, / fusilaron en Chihuahua, / un general muy valiente”. Se trataba nada más y nada menos, que del general Felipe Ángeles. Después de aquéllos seguían los cilindreros, de los que la semana pasada acabo de ver uno en el centro de la ciudad de Zacatecas, que dando vueltas al manubrio de su caja de música hacían salir de ésta las tonadas de moda entonces, una de ellas “Las pelonas”, que se estaban poniendo de moda, tanto la música como las que cada día sacrificaban las que ya estaban hartas de sus trenzas, sus altos chongos y todo lo que ello involucraba. A través de la pantalla de los cines Collen Moore y esas damas lanzaban la nueva imagen femenina que pronto iba apoderándose del gusto de las jóvenes y aún de las que no lo eran tanto pero todavía podían atreverse, sin muchas críticas, a cortarse el pelo y comenzar a gozar de la nueva imagen femenina.

Así empezaban, pues, los días en nuestra ciudad. Luego los escolares en medio de los gritos, gritos domésticos, más suaves que los de la calle, de las madres y de las abuelas insistían con los niños en que no se fueran sin almorzar, porque, entonces, los almuerzos eran cosa seria, no sólo pan y leche o un vaso de leche sola y es que no había lonches ni cosa por el estilo a la puerta de las escuelas, era almorzar o no almorzar. Tampoco las madres tenían que carrerear llevando en el carro a sus hijos a las escuelas, todavía no había llegado el tiempo de tener un auto o más en cada casa, aunque sí había lo que ahora ya quisieran muchas amas de casa, servidumbre que casi llegaba a ser parte de las familias por el tiempo que duraban en su trabajo y ellas eran las encargadas de llevar, a pie, a los chicos, muy chicos, a las escuelas de párvulos y un poco más.

El comercio abría sus puertas, en primavera y verano a las 8:30 de la mañana y en otoño e invierno a las 9:00. Las tiendas de ropa y novedades más importantes por entonces que también gritaban a los clientes que por la Hidalgo pasaban, aunque sus gritos no eran estentóreos como el del vendedor de marquesotes, porque estos gritos eran de papel, anuncios que uno de los empleados de aquellos negocios repartía entre los transeúntes que pasaban frente a él. Entre las tiendas más importantes de aquel entonces estaban las conocidas como “La Casa Espejo”, “La Ciudad de París”, “El Puerto de Liverpool” y “La Soriana”; entre las papelerías “La Casa Ezquerra” y “El Modelo”, que eran las primeras que conocían los estudiantes.

Los gritos de los lecheros y los panaderos eran gritos discretos, frente a las puertas de las casas y los daban, en lugar de tocar las puertas para identificarse de una buena vez y que salieran ya preparados con el recipiente adecuado y además con el dinero correspondiente, los que iban a recibir lo que fuera que vendía. Pero, no, un grito falta, de verdad estentóreo y era el del vendedor de marquesotes, que salía de la calle del Pacífico con su gran cesta redonda en equilibrio sobre su cabeza.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 106911

elsiglo.mx