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Palestina en crisis

Luis F. Salazar Woolfolk

El título de este artículo parece obvio en referencia a una región del planeta, que alberga una guerra cruenta de cien años a la fecha y por ende, enfrenta una crisis constante.

Sin embargo la causa palestina padece una especie de crisis dentro de la crisis, en ocasión de que a casi once años del reconocimiento del Estado palestino por parte de la Organización de las Naciones Unidas, el Gobierno de Yasser Arafat no ha podido establecer las condiciones de seguridad y estabilidad que requiere la paz como requisito básico.

La designación de Amhed Korei como Primer Ministro quizá haya resultado tardía y a ello obedece su reciente renuncia, en la que expresa un dramático llamado al Gobierno de Arafat y a sus “hermanos palestinos en la Franja de Gaza...” a quienes reprocha la falta de seguridad que impera, debido a la corrupción en el Gobierno y el extremismo de los grupos, que han causado tantos estragos al interior como la propia guerra con Israel.

De hecho la era de Yasser Arafat agotó sus posibilidades de Gobierno, cuando aún el pueblo palestino no ha erigido instituciones que permitan prescindir del viejo líder y trascender a una vida social y a un Estado modernos.

El problema rebasa los límites del conflicto bélico y encuentra sus raíces más profundas en factores humanos y sociales que atañen a la sociedad palestina. Una cultura de guerra se ha apoderado del escenario en menoscabo de las metas que en los ramos de la educación, obras de comunicación e irrigación y productividad industrial, fueron trazadas con optimismo en los días del reconocimiento diplomático recíproco entre Israel y Palestina, como entidades políticas autónomas con derecho a existir y convivir en paz.

Los acuerdos de reconocimiento mutuo del 13 de septiembre de 1993, abrieron una etapa de certidumbre y esperanza que ha derivado en un lamentable fracaso. Los extremismos se han apoderado de ambos bandos, el israelí y el palestino y al quebrantamiento sistemático de la paz sigue el deterioro humano moral y material.

A ello se debe la pérdida del rumbo en Palestina. Ante la ausencia de oportunidades en materia de productividad económica, que fueron canceladas en función la beligerancia israelí, los señores de la guerra consolidan su posición y condicionan su lealtad al Gobierno de Arafat, al ritmo que marca el reparto de la ayuda económica internacional que de esta suerte se desvía en impulso del conflicto y se aparta del desarrollo social.

Desde luego que la crisis palestina no redunda en beneficio de la paz para Israel, cuya población queda a merced de los ataques de grupos palestinos armados, desvinculados de toda autoridad formal.

La actual crisis del Estado palestino, ofrece una dura advertencia a la transición mexicana a la democracia plena extraviada en el laberinto de la lucha de facciones en la búsqueda del poder como prioridad.

Por fortuna México no está inmerso en una guerra civil ni en contra de una potencia extranjera. Sin embargo, en ambos casos se trata de etapas de transición que fueron asumidas con gran esperanza y que se han visto malogradas en la medida en que los protagonistas de la vida pública, privilegian el ataque y derrota del adversario, sobre la determinación y logro de metas comunes.

Los palestinos han perdido la oportunidad de crear infraestructura directamente asociada al bienestar y a la productividad. A los mexicanos se nos están yendo las oportunidades de reforma y modernización de nuestras instituciones políticas, administrativas y económicas, en aras de objetivos de corto plazo con miras al mantenimiento o recuperación de parcelas de poder, que como parte de una lucha mezquina sostienen los grupos políticos.

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