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Pantalones bien puestos/Actitudes

José Santiago Healy

En el verano de 1974 y muy cerca de los 18 años de vida llegamos a la ciudad de México procedentes de Sonora para ingresar a la universidad.

En aquel entonces las recomendaciones de familiares y amigos eran abrumadoras: “Ten mucho cuidado, no andes solo por las noches, el Distrito Federal es muy peligroso”.

Supimos en aquellos años de infinidad de robos de autos, de asaltos a manos armada y de crímenes de índole familiar o pasional, pero por alguna razón durante los ocho años que vivimos en esa ciudad nunca sufrimos un robo ni hechos violentos.

La peor experiencia sucedió cuando viajábamos en un taxi y el chofer se hizo de palabras con otro taxista quien lo amenazó con un revólver que a Dios gracias no disparó y que en aquella ocasión nos pareció del tamaño de una escopeta.

De manera aislada se registraban asaltos bancarios y actos terroristas de grupos como la Liga Comunista 23 de Septiembre que vivía sus últimos años de actividad.

En ese entonces eran contadas las personas que usaban “guaruras” y carros blindados, si acaso algunos políticos y diplomáticos que temían ser atacados por grupos radicales.

Al paso de los años la seguridad en la capital azteca se complicó en forma dramática al grado que hoy en día cualquier empresario, profesionista y ama de casa están obligados a tomar medidas para su seguridad, sea el uso de escoltas, armas, autos blindados, defensa personal o al menos un sistema de comunicación para estar localizable en todo momento.

De los robos de autos y joyas se pasó a los cientos de secuestros al año en todas sus modalidades, a las extorsiones, a los fraudes maquinados y a los asesinatos más sanguinarios.

Hace unas semanas hizo furor la película Man on Fire (Hombre en llamas) que refleja crudamente la inseguridad de la capital mexicana.

Denzel Washington representa a un escolta que viene contratado desde Estados Unidos para cuidar a la hija menor de un acaudalado matrimonio que teme por su secuestro.

La niña es plagiada y en el acto resulta herido su guardaespaldas, quien logra restablecerse para cobrar venganza de la supuesta muerte de la menor.

Lo que descubre el protagonista es impresionante: en el delito están involucrados policías activos, ex agentes judiciales, el jefe del grupo Antisecuestros de la Judicial Federal, el padre de la chica, su abogado y una poderosa banda de plagiarios que semeja ser la de Daniel Arizmendi, mejor conocido como “El Mochaorejas”.

El filme lleva su dosis de espectacularidad pero no dista mucho de la realidad que se vive en México e incluso el guión se queda corto en cuestión de corrupción y violencia.

Todo esto viene a cuento porque una vez más algunos sectores políticos claman por nuevas leyes y reformas como vía urgente para poner freno a la terrible inseguridad que vive el país ante la delincuencia, la corrupción y la impunidad.

Valdría la pena preguntarles a ellos así como al Presidente, secretarios y gobernadores en funciones porqué hace veinte años existía tranquilidad y seguridad social a pesar de que las leyes eran las mismas e incluso con menos reglamentos.

¿Por qué entonces se capturaba a los delincuentes quienes purgaban sus largas sentencias y porqué no había secuestros ni tampoco el nivel de corrupción que asuela hoy en día a las corporaciones policíacas mexicanas?

Más que leyes y burocracia se requieren en el país funcionarios públicos con los pantalones bien puestos y con una honestidad a prueba de cañonazos millonarios.

¿Será mucho pedir en pleno siglo XXI?

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josahealy@hotmail.com

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