No, má, no me quiero acostar temprano, estamos de vacaciones.. ¡Quiero ver Spiderman, otra vez! ¿Me compras esto? ¿Me llevas a las lanchitas? Quiero un helado y unas palomitas. ¿Puedo ver la tele hasta las diez? No quiero comer ?orita, quiero seguir nadando, ándale, ándale. ¿Me dejas quedarme a dormir en casa de mi prima? ¿Me puedo comer estos dulces? En fin, los niños están de vacaciones y la lista de demandas es interminable. En estas últimas semanas, casi todos los niños han visto colmados sus caprichos. Está bien, para eso son las vacaciones, podríamos argumentar. Sin embargo, me viene a la mente un dicho que decía mi suegra, al término de alguna leve enfermedad de mis hijos: No siento la enfermedad de mi hijo, sino las mañas que le quedaron. Y, ¡qué cierto es! Bueno, pues lo mismo podemos decir una vez que se acerca el fin de las vacaciones. ¡Les quedan unas mañas! Lo que al principio les damos como una concesión especial, al poco tiempo, terminan por exigirlo como un derecho. Durante estos días, las fronteras tienden a reblandecerse, la mente se afloja y los hábitos se olvidan. Y, para regresar al carril, ¡cuesta un trabajo! Y además ¡Todos lo sufrimos! Es cierto. Mantener el equilibrio en la educación requiere la habilidad de un cirquero que, montado en su bicicleta, recorre una cuerda en las alturas. Sabemos que los niños necesitan límites, sin embargo, los papás podemos irnos a los extremos: Somos muy estrictos en algunas cosas, y muy permisivos en otras. A veces, podemos enviar mensajes confusos de acuerdo a nuestro humor: Una vez te permito esto y otra vez te lo niego. O también, uno de los papás es muy rígido y el otro es muy manga ancha, lo cual provoca una gran confusión en los hijos. Establecer límites claros, no es un asunto temporal, como el ciclo escolar. Me parece interesante lo que escribe el metalúrgico inglés Cyril Stanley, en el libro Más Allá de la Pared, Todo en el universo consiste de algo organizado rodeado por una frontera. Las condiciones de una frontera, determinan si el organismo, en el interior, crecerá bien. Si los límites son muy rígidos e impermeables, el organismo no puede alimentarse, respirar, ni eliminar desperdicios, como tampoco puede comunicarse efectivamente con el resto del universo. Si su frontera es demasiado porosa, no puede aislarse lo suficiente del resto de las funciones del universo, pierde su identidad. Con las amibas, como con los seres humanos, las estrellas y las naciones, las condiciones de las fronteras son esenciales. Cuando los papás se rehúsan a ser identificados como papás malos y se resisten a poner límites a sus hijos, sin darse cuenta, los están privando de tener experiencias importantes para su desarrollo, como es la tolerancia a la frustración. Es recomendable que los pequeños aprendan a controlar sus impulsos y a posponer la gratificación. Cuando las barreras del niño son muy anchas y carecen de forma, lo privan del sentido de seguridad que viene de tener estructuras sólidas, horarios específicos, límites claros y valores definidos. Además de la inseguridad personal que esta educación le provoca, le hace sentir poco importante y puede llegar a ver esta distancia como descuido, falta de afecto y abandono. Así mismo, los niños se dan cuenta de su propio poder, aprenden a sacar ventajas y a manipular a sus padres. Sobra decir que, esta formación, logra crear niños egoístas que no aprenden a respetar las necesidades de otros y se convierten en una pesadilla para cualquiera. Cada no que reciban en el futuro, les causará indignación y será motivo de pataletas. Uno de los papeles importantes que tenemos, es enseñar a nuestros hijos a regular sus emociones y a aceptar un no cuando es lo adecuado. Se dice fácil pero, para lograr esto, debemos ser capaces de aguantar los malos ratos, los berrinches y las protestas del niño mientras le marcamos un límite. Lo mejor es decir el no de manera calmada y firme. Contrario a lo que algunos papás piensan, no es necesario y poco ayuda darles explicaciones a cada paso. Si sólo valoramos la razón, podemos entrar en discusiones interminables y razonamientos, entonces, los niños pueden llegar a pensar que si argumentan bien, pueden salirse con la suya. Todos los papás sabemos que, para discutir bien, hasta un niño de tres años puede ser un experto. A veces está bien decir, No porque no. No me gusta o Te entiendo, pero no voy a cambiar de opinión. A la antigüita, como se solía educar antes. En época de vacaciones, como en todas, no dudemos en jugar el papel de los papás malos y poner a nuestros hijos límites saludables. Límites que sean lo suficientemente claros para conservar su individualidad, al mismo tiempo que flexibles para admitir nuevas ideas y perspectivas. Límites para mantener firmes sus valores y sus prioridades y que, al mismo tiempo, les den la seguridad de sentirse libres para tomar sus propias decisiones y aprender de la experiencia. ¿No crees?