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Para unir a Coahuila/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Coahuila es una entidad formada por regiones muy importantes, aunque diferenciadas en ubicación geográfica, desarrollo comercial y productividad económica. Los que en ellas moramos tenemos un peculiar estilo de vida, una forma sui géneris de afrontar los problemas comunes y un propio orgullo por lo que somos, por cómo somos, por la tierra en que nacimos o por la comunidad a la cual llegamos a vivir.

Sentimos, presumimos y defendemos apasionadamente a nuestras regiones, es decir a nuestras patrias chicas. Pero cuando alardeamos ser de la Laguna, o de la Frontera, o del Centro del Estado, de la Carbonífera, o del árido Desierto, o de éste Saltillo, nos olvidamos a nuestra entidad, vale decir de Coahuila. Carecemos de un sentido de pertenencia estatal como el que orgullosamente tienen y presumen los veracruzanos, los jaliscienses y los regiomontanos cuando gritan “Sólo Veracruz es bello”, “Ay Jalisco no te rajes” o el “Corrido de Nuevo León” salmodias que excitan con emotividad y arrogancia a los usuarios de sus correspondientes gentilicios.

Hasta hace muy poco los coahuilenses carecíamos de un ícono musical para exaltar nuestra identidad como Estado... En Saltillo cantábamos el corrido de Rosita Alvirez o el de Agustín Jaime; en Torreón se bailaba al son de La Filomena o de la polka trans-estatal “De Torreón a Lerdo”; en Parras de la Fuente sacábamos polvo con “Parras-Paila”; mientras que en Allende se entonaba el corrido de Arnulfo González, y la gente del desierto lloraba con el corrido de Lucio Vázquez, aquel de “volaron los pavo reales rumbo a la Sierra Mojada” y con “Ojos de juventud” el inolvidable vals de su hijo predilecto Arturo Tolentino. Otros municipios coahuilenses habrán tenido igualmente algunas tonadas con letra que les fueran afines y los unificaran, pero no un himno dedicado al Estado, como ahora.

Desde hace un par de años los coahuilenses cantamos el “Himno a Coahuila” lo hemos aprendido por su música y a fuerza de repetirlo en ceremonias cívicas y actos escolares lo hemos adoptado con auténtico fervor. El quince de octubre, por ejemplo, unimos nuestras voces para entonarlo, casi a capela, como punto final del acto en que el Congreso del Estado recibió el Quinto Informe de Gobierno de Enrique Martínez. El himno sonó agradable en los dos millares de voces que llenaban el teatro al aire libre del parque Las Maravillas.

Y sin embargo tengo para mi que algo más que un himno resulta necesario para que cuaje la auténtica y verdadera unión entre los coahuilenses. A la mejor ayuda pero además nuestra unidad demanda que nos identifiquemos en objetivos y propósitos comunes, en causas sociales y obras materiales y, sobre todo en un crecimiento armónico que iguale a los laguneros con los nigropetenses, con los habitantes de Saltillo; con quienes viven en Monclova con los que habitan en la región carbonífera; o más allá, con quienes se empeñan en hacer crecer a Ciudad Acuña; vale, con los pobladores de todas las comunidades que viven o sobreviven desde Finisterre y Charcos de Risa en la Comarca Lagunera, pasando por Ocampo, Sierra Mojada y demás villorrios hasta Ciudad Melchor Múzquiz, y aún más allá, en las recoletas poblaciones de San Juan de Sabinas, Zaragoza, Allende, Nava y Morelos, donde todos los vecinos de estas comunidades laboran esforzadamente para superar problemas en los cinco manantiales y hacerlas crecer sin que pierdan su dulce perfil provinciano.

Es cierto que vernos y reconocernos como ciudadanos de un mismo estado no conducirá, por si solo, a experimentar ese profundo vínculo que consolide la unidad de nuestras regiones, ciudades y ciudadanos. Faltarían acciones; por ejemplo el Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas, los cronistas municipales y cuanta agrupación de estudios históricos exista, deberían ocuparse en llevar el conocimiento de nuestra historia común a cada una de las municipalidades de nuestro Estado... Así encontraríamos, en la saga del pasado, los rasgos comunes de nuestra identidad, veríamos como se repiten los nombres y apellidos en unos y otros municipios y como las costumbres, la gastronomía y otras quisicosas, por saber y resolver, podrían constituir ataduras emocionales muy fuertes.

Presentar artistas del folklore coahuilense en las ferias municipales, exposiciones de productos agrícolas, comerciales e industriales, organizar la producción literaria de Saltillo y Torreón para exhibirla en ferias del libro, que viaje la cultura de pueblo en pueblo y que los directivos sociales, empresariales, etc. cambien impresiones sobre la mejor manera de intercambiar experiencias ciudadanas en beneficio de los municipios, podría ser, cómo no, un lazo de unidad entre los coahuilenses. Y, además, una forma de incrementar el turismo interior en las poblaciones que tienen clima, paisajes naturales y balnearios. Ahora que si a todo esto le agregamos un eslogan, quizás encontraríamos el “hit” buscado. Por ejemplo “Coahuila unido jamás será vencido” ¿Qué opinarán de este lema los ilustres políticos que ahora andan cada cual por su lado en pos de la gubernatura?

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