Invitación a la lectura.
Una vez oí decir que la cualidad más efectiva de Roosevelt era la receptividad. Pero también transmitía. Era como una especie de nudo universal, o más bien un conmutador, un transformador. Toda la energía del país, toda la energía de ciento cuarenta millones de perso0nas, fluía hacia él y a través de él, no sólo sentía esa energía, sino que la utilizaba, la transmitía.
¿Por qué un país, si es afortunado, produce un gran nombre cuando más lo necesita? Porque realmente cree en algo y enfoca toda la energía de sus deseos nacionales en un ser humano; las fuerzas supremas de la época convergen en un solo vehículo. Roosevelt podía manipular esa energía, dirigirla hacia cualquier ángulo, provocar respuestas, irradiar ideas y hombres, descubrir salidas enormes. Era como una aguja, siempre temblando, siempre oscilando, respondiendo a nuevos impulsos, girando ante la más leve variación de la corriente; un instrumento magnético que medía incesantemente el tono y la intensidad de la presión pública. Pero no importa cuánto temblara y oscilara la aguja raras veces se desviaba de su verdadero norte.
Pero este análisis, aunque sugestivo, es demasiado artificial para mi gusto , porque la esencia de F. D. R. no era mecanicista, sino sublimemente (y a veces ridículamente) humana. De todas sus cualidades multifacéticas probablemente la dominante erfa su extrema humanidad. El término ?humanidad? abarca un amplio sector, desde la amabilidad hasta la compasión, desde la fertilidad de ideas hasta la sutilidad en las relaciones personales, esde la feliz expresión de una vitalidad animal al más profundo conocimiento del sufrimiento y la desesperación primitiva. El presidente era inveteradamente personal y la gente era eveteradamente personal con él. Una dama que conozco, nada sentimental, me dijo dos o tres años después de su muerte: Me hizo sentirme contenta de ser mujer. Le hecho de menos activa, personalmente a diario.
Al menos una docena de personas de todo el país me dijeron a principios de 1945 (la observación parecía casi vulgar): Nunca le conocí, pero me siento como si hubiera perdido a mi mejor amigo.
Su sonrisa radiante, enérgica ? incluso con el toque de la enfermedad, incluso cuando parecía forzada ? llenaba a la gente de confianza y esperanza. Su voz lustrosa, tan sedante, tan resonante, tan viva, decía: ?Mis amigos? . . .? - y la gente lo era - No eran meramente sus seguidores, sino sus compañeros. Dirigía, andando, lo que constituía una de sus fuentes de poder más característica . Elevaba a la gente por encima de sí misma ? les daba un objetivo ? e modo que ninguno podía volver a separarse de las masas. Les daba a los ciudadanos el sentido de que ellos, nosotros, el país, progresaban; que la id aun era la aventura que había sido en la época de los pioneros; que el ritmo era rápido y que las recompensas sustanciales estaban su alcance.
Sin embargo, desmembró al país más que ningún presidente moderno, lo que constituye una de las paradojas más evidente de Roosevelt. ¿Por qué lo odiaban, lo difamaban, lo calumniaban tanto? Porque quitaba a los ricos para dárselo a los pobres. Pero esta es sólo una explicación. ¿Por qué se le odia aún tanto después de su muerte? Porque lo que hizo sobrevive. Pero ésta es solo una parte de la historia...
JOHN GUNTER. LÍDERES DEL SIGLO XX. IMPRESO EN LOS TALLERES GRáFICOS DE EDITORIAL BRUGUERA S. A., BARCELONA 1970.