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Selección de Emilio Herrera M.

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La vida de Catalina de Médicis no es sólo la de un personaje insigne de la historia de Francia, sino, además, un momento crucial de la civilización europea moderna. Por eso era preciso otorgar, en la historia de su vida, un lugar importante a su medio: la sociedad italiana que la engendró, y la sociedad francesa, en la cual vivió y a la cual dirigió... a su manera, tan personal.

Catalina de Médicis fue la madre de familia de tres reyes, sus tres hijos, durante treinta años. Fue formada en Florencia y en Roma, de 1519 a 1533, pero debido a su matrimonio con Enrique de Orleáns, segundo hijo de Francisco I, se la reeducó en la Corte de Francia. Su personalidad sólo resulta comprensible en sus vericuetos y sus misterios cuando se conocen sus fuentes primeras. Catalina sólo se convirtió en ?la reina negra? de los franceses debido a la acción irresistible e inconsciente de su herencia y educación florentinas y romanas, conjugadas con la acción brutal de la Corte y la sociedad francesas después de su casamiento: tenía catorce años, y una pavorosa experiencia de la simulación y la política. ¿No son sinónimos, una y otra? Catalina es un producto puro del Siglo XVI italiano y francés al mismo tiempo. Un proverbio africano lo dice muy bien: ?Eres más hijo de tu época que de tu padre?.

¿Cómo se la podría hacer volver a vivir fuera de la Corte de los Valois, del siglo del Renacimiento y de las guerras de religión? Por sí sola, ella es todo eso al mismo tiempo. Desarraigada de Florencia, se encontró transplantada sin miramientos al lecho de su joven esposo, en una Corte y un país extranjero y más bien hostiles. En el lecho encontró el amor, el de toda su vida, el único. En la Corte y el país, desdichas sin fin. El choque fue duro. La forma en que se aclimató ya resulta profundamente reveladora de su naturaleza secreta. Pero al mismo tiempo pone de manifiesto a la sociedad francesa del momento. Tuvo que afrancesarse, cuando en la Corte la moda consistía en italianizarse. Lo extraño de esta coyuntura que habría podido resultarle favorable, es que, al contrario, Catalina fue considerada por la aristocracia, y aun por el pueblo mismo, como un cuerpo extraño, tanto más cuanto que no pertenecía a la raza de la realeza. Y no fue la menor de las dificultades que debió superar. Para pintar esta larga y humillante naturalización a la sombra de un esposo a quien idolatraba, y que sólo la amaba porque así se lo habían ordenado, haría falta, con el fin de hacer su retrato, que se encuentra en el centro de todo, hacer también el de sus acompañantes: el rey, las amantes, la familia real, los nobles, y relatar los rumores populares. En ellos se refleja la forma en que Catalina supo hacerse aceptar, tanto por su sumisión como por una tranquilizadora humildad, y más tarde por su autoridad, cuando, en nombre del rey, defendió la monarquía y a Francia como ninguno de sus hijos supo hacerlo. Y siempre con una maravillosa inteligencia.

Esta extranjera despreciada tuvo que gobernar, sin embargo, el reino inmerso en una revolución inaudita, no política y social: las estructuras de la sociedad se mantuvieron invariables... en apariencia. El Renacimiento fue una revolución de las inteligencias y las almas. Demasiadas innovaciones trastornaron las creencias ancestrales, como para que la gente de ese siglo no se haya visto a la vez deslumbrada y desorientada. Se descubrió un nuevo mundo, que contenía una humanidad que no conocía a Dios, y a la cual los textos sagrados ignoraban. ¿Y entonces? Copérnico descubre un nuevo cielo: la tierra ya no es el centro del universo, es apenas una bola de tierra que gira, desolada, junto con otras bolas de tierra. ¿Y entonces? ¿Qué ocurría entonces con nuestra tierra, amasada por Dios para el hombre, a su vez amasado de la misma tierra? ¿Qué pasaba con los sueños sublimes de Dante, y con las enseñanzas de la Santa Iglesia, que nos ubicaba como criaturas únicas, en el corazón de la Creación, colocada como una joya en un cofre centelleante, el firmamento? Todo estaba cuestionado, en primer lugar las enseñanzas de la Iglesia, y aun la institución clerical y romana.

Además este siglo descubrió las obras griegas y latinas, es decir, otra manera de pensar y de creer. La libertad de pensar salió del pozo de la antigua ignorancia. La gente se creyó apta para juzgar respecto de todo, y no se privó de hacerlo.

Catalina heredó, junto con la corona de su marido, la más vasta, la más apasionada, la más sangrienta disputa de nuestra historia: las guerras de religión.

JEAN ORIEUX. CATALINA DE MÉDICIS. BIOGRAFÍA E HISTORIA. JAVIER VERGARA EDITOR. EDICIÓN 1987. IMPRESO EN ARGENTINA.

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