Invitación a la lectura
El terreno estaba ya preparado para lo que había de ser, desde luego, la restauración y la transformación de la Constitución romana, pero primero era necesario crear una atmósfera adecuada. En su sexto consulado, en el 28 a de J. C., Augusto compartía escrupulosamente tanto los honores como los deberes con su colega Agripa. Con un solo edicto abolió todas las ?acta? de los triunviros con el fin de extirpar la memoria del viejo absolutismo. Aumentó la distribución del grano libre, e hizo regalos de dinero a los senadores necesitados para capacitarles a ejercer cargos públicos. Su objeto era restablecer la moral romana inspirando confianza con su propia honradez y mansedumbre. Por encima de todo intentaba probar su lealtad a Roma y hacer cesar el rumor de que tuviese intención alguna de variar la sede del gobierno. Continuó sus proyectos de replanteo de poblaciones, la restauración de los templos dilapidados y la construcción de otros nuevos; gran parte del gasto lo cubrió con dinero de su bolsillo, y no permitió expropiaciones violentas de tierras. Indujo a sus amigos a que imitasen sus donaciones al pueblo. El descubrimiento de las canteras de Carrara le capacitó para cubrir con mármol muchas construcciones antiguas de ladrillo y cemento. Muchos edificios famosos y trabajos públicos comenzaron a perfilarse: los templos de Vesta y Júpiter Capitolino y el de Apolo en el Palatino, donde se guardaban los libros sibilinos; el templo de Marte Ultor, cuya promesa de erección databa de Filipos; el replanteo del Campo de Marte, con su gran mausoleo de la Casa juliana; mientras Agripa terminaba en mármol la ?Saepta Julia?, que Julio había comenzado en travertino, y erigió el primer Panteón, Estalicio Tauro completó el primer anfiteatro, y Planco construyó el gran Templo de Saturno. ?Aquí tenemos ?decía el ciudadano de las calles cuando veía a los albañiles ocupados en todos los barrios de Roma? a un romano de verdad y no a un ?deraciné?, uno que ama a Roma y cree en su eternidad?.
Augusto podía construir en mármol duradero de por vida, pero no se hacía ilusiones respecto al carácter temporal de la Constitución que iba a ofrecer al pueblo. Era un ensayo de prueba, un arreglo provisional estrictamente limitado, una estructura que pudiera tener que ser modificada profundamente. Los principios fundamentales, que tuvo cuidado de no acentuar impropiamente, eran, a su juicio, esenciales, pero los detalles eran asunto de evolución lenta y de reajuste. Estaba requiriendo a Roma a participar en un gran experimento y admitiéndola francamente en el seno de su confianza, confiadamente porque sabía las inmensas ventajas que estaban de su parte. Unánime era el profundo cansancio de todas las clases y su deseo de una vida estabilizada. Había proporcionado paz al mundo, y éste se volvía ahora hacia él en busca de seguridad. La segunda era su riqueza, la fortuna de su familia y los tesoros de Egipto, que le facilitaban el aligerar las cargas públicas y cancelar las deudas públicas, inaugurar grandes obras para aliviar el paro y restablecer el orgullo romano sin recurrir a nuevos impuestos. La tercera era el hecho de no tener competidor. No había figura que por el momento pudiera compararse con la suya en materia de autoridad, y lo que era más importante, no había credo político defendido con tal pasión que pudiera ser un obstáculo para el suyo propio. El republicanismo doctrinario había casi desaparecido; se había transformado más en un sentimiento prolongado que en un dogma, el cual estaba dispuesto a atraerse, toda vez que él mismo lo compartía.
Un credo podía haber sido un formidable rival ?el legado de Julio-, y Augusto podía haber encontrado sus dificultad más serias en sus propias lealtades primitivas. Pero la leyenda cesárea comenzaba ya a desvanecerse en el ambiente. La política de largo alcance de Julio nunca había sido tan bien comprendida en Roma, y aún aquéllos que se abrazaron a ella rara vez habían sido adictos.
Augusto, desde el principio, había descartado mucho de ella, y había dado a la autocracia, sobre la que estaba basada, una interpretación más sutil. A los conservadores les parecía que la tradición augustiana era en la mayoría de sus aspectos categóricamente opuesta a la juliana. Sólo aquí y allá algún pensador aislado se daba cuenta de que del mundo había desaparecido un maravilloso poder de visión y continuaba en secreto sus sueños irrealizados.
GRANDES BIOGRFÍAS. AUGUSTO. JOHN BUCHAM. TRADUCCIÓN DEL INGLÉS POR G. SANS HUÉLIN. ESPASA CALPE, S. A. MADRID. 1942.