En el Siglo VI, los hijos de Clotario habían dividido su herencia en tres reinos: el de París (Neustria), que pertenecía a Chilperico; el de Metz (Austrasia), que tenía por rey a Sigiberto, y el autun (Borgoña), en el que reinaba Gontrán.
Los tres soberanos eran envidiosos. Todos soñaban con poseer todo el territorio, y por consecuencia sus relaciones eran bastante tensas. Por esto Chilperico, que tenía un carácter muy desagradable, había intentado asesinar a sus dos hermanos.
Éstos no se escandalizaron demasiado, porque conocían las costumbres de la familia merovea, ya que muy a menudo habían visto a su padre en acción.
En efecto: cuando un visitante importunaba a Clotario, éste le hacía cortar la cabeza por uno de sus servidores.
En sus mejores días de humor se contentaba con cortarle la lengua. Pero Clotario, estaba de buen humor muy pocas veces.
Cuando murió su hermano Clodomiro, dejando tres niños pequeños eran molestos y los invitó a pasar una tarde en su palacio.
Los niños podrán jugar ?dijo a su abuela, la reina Clotilde.
Los niños llegaron sin ninguna desconfianza. Clotario mandó a su madre una nota redactada así:
?Quisiera conocer tu voluntad acerca de los niños: ¿prefieres que vivan con la cabeza rapada o que sean degollados??.
En aquella época, la cabeza rapada constituía una señal infamante. La abuela exclamó ante los emisarios, a la manera de los héroes cornelianos:
¡Antes muertos que rapados!
Clotario no esperaba más que esta respuesta para poner manos a la obra. En cuanto la recibió se dirigió a la sala en que estaban jugando los niños, y con la ayuda de su hermano Childeberto, los asesinó a cuchillazos.
Tras ello los dos criminales procedieron a repartirse el reino de Clodomiro.
Estos métodos, que ahora nos sorprenden, eran corrientes en aquella época; por consiguiente, Chilperico, Sigiberto y Gointrán se mantenían alerta. Lo cual no les impedía pasar sus días en medio de las juergas más desenfrenadas.
Chilperico era el que, sobre todo, llevaba la vida más disoluta. Poseía un verdadero harén, y cada una de sus preferidas ostentaba el título de reina.
Gregorio de Tours, que le conocía bien, escribe: ?Es imposible imaginar un acto lujurioso que Chilperico no haya cometido?.
Un día se enamoró de la criada de Audovera, su ?reina? favorita. La joven, de gran belleza, se llamaba Fredegunda. Pero el rey no tuvo tiempo de demostrarle sus buenos sentimientos, pues entre tanto, una guerra entre los sajones le obligó a abandonar el palacio.
Durante la ausencia de Chilperico, Audovera dio a luz una niña, lo cual brindó a toda la corte un buen motivo para divertirse y banquetear varios días seguidos. Después de una comida, particularmente animada, Fredegunda que era ambiciosa, tuvo una idea diabólica. Fue al encuentro de la reina.
-Deberíais hacer bautizar a la pequeña, sin esperar la vuelta del rey ? le dijo. Y añadió hipócritamente: Estoy segura de que sería muy feliz si vos misma fuerais la madrina.
Audovera que no tenía malicia alguna, aceptó y el bautizo se celebró.
Al cabo de un mes regresó Chilperico rodeado de sus guerreros. Fredegunda se precipitó a su encuentro:
-¿Con quién os acostaréis esta noche, monseñor?- preguntó humildemente.
Y como el rey se sorprendiera con tal pregunta, le explicó casi sin poder aguantar la risa:
¡La reina es la madrina de tu hija!
A Chilperico le brillaron los ojos.
¡Bien! ?dijo encantado?. Ya que no puedo acostarme con ella lo haré contigo.
Tres horas más tarde, Fredegunda se convertía en reina de Neustria, y, al día siguiente, Audovera era repudiada, definitivamente expulsada de palacio y encerrada en un monasterio.
HISTORIAS DE AMOR DE LA HISTORIA DE FRANCIA. GUY BRETON. EDITORIAL BRUGUERA, S. A. EDICIÓN ESPECIAL ENERO 1973. IMPRESO EN BARCELONA, ESPAÑA-.
