Invitación a la lectura
A pesar de su temida máquina militar y de su indiscutido dominio político del mundo conocido, Babilonia nunca aceptó a la ?advenediza? Asiria ni su propia situación de estado vasallo. En el Siglo VII a. C., los babilonios se levantaron en rebelión y proclamaron su independencia. Rebeliones análogas estallaron desde Egipto a Persia. Los insurgentes se unieron en una gran alianza y marcharon sobre Nínive.
Los relatos clásicos de la caída de Nínive en el 612 a. C. ?los de Beroso, Ctesias, Diódoro, Eusebio, y de historiadores armenios tales como Moisés de Chorene? han entusiasmado a los lectores occidentales desde la Era de Bronce griega. En esos relatos, Asurbanipal ?Sardanápalo-, como lo llamaban los griegos ?el último rey asirio, es considerado responsable de ?la total destrucción de un imperio que había durado más que cualquier otro conocido en la historia?.
Se dice que Sardanápalo, un sibarita, superaba a sus predecesores en su fausto y su holgazanería.
?Llevaba la vida de una mujer?, escribió Diódoro con disgusto. ?Usaba vestiduras femeninas y se cubría el rostro y todo el cuerpo con cosméticos y otros ungüentos usados por las cortesanas que los tornaban más delicado que el de una mujer amante del lujo?.
Imitaba la voz de las mujeres y en las fiestas no sólo bebía y comía en exceso, ?sino que también perseguía los deleites del amor con hombres así como con mujeres, porque se entregaba a los goces sexuales de ambas clases sin restricciones.
Mientras la inquietud se difundía por todo el imperio, Sardanápalo figuradamente tañía las cuerdas, como Nerón lo haría literalmente setecientos años más tarde. Así como Macbeth se tranquilizaba al pensar en el bien enraizado Bosque de Birnam, el señor asirio se solazaba en la antigua profecía de que ?ningún enemigo tomara nunca a Nínive por asalto, a menos que el río se convierta primero en enemigo de la ciudad.
Cuando las fuerzas enemigas se aproximaban a la gran ciudad, Sardanápalo cometió un acto de locura. Pidió ayuda al lobo contra los perros. Hizo un pacto con los bárbaros del límite septentrional del imperio, los escitas.
En comparación con los escitas, los asirios, a pesar de su codicia, su gobierno represivo y su desenfrenada crueldad con los prisioneros de guerra, eran seres civilizados. Los guerreros escitas aun bebían la sangre de sus enemigos, hacían recipientes para beber con sus cráneos, capas con sus cueros cabelludos, los desollaban y la piel la usaban como manteles. Según comentara Herodoto, a quien Cicerón llamó el padre de la historia, algunas veces los escitas ?despellejaban el brazo derecho de sus enemigos muertos y con la piel, que queda con las uñas colgando, hacen una cubierta para sus aljabas.
De todos modos, los escitas descendieron sobre Nínive y pronto traicionaron a Sardanápalo. Se unieron a los babilonios, medos y otros pueblos en el ataque final. (Un ejército egipcio estaba en camino, pero llegó demasiado tarde para participar en la matanza). La estrategia de los rebeldes incluía una desviación de las aguas del Tigris, sobre cuyas márgenes estaba Nínive. La antigua profecía asiria se cumplió.
Según Ctesias, para evitar la captura, Sardanápalo construyó un enorme fuego en su palacio, apiló encima todo su oro y su plata, así como los elementos del guardarropa real, y encerrando a sus concubinas y eunucos en el cuarto de la pira, los entregó a ellos, a sí mismo y a su palacio a las llamas. Con pompa wagneriana, esa muerte ígnea marcó el ocaso de Asiria.
ARNOLD C. BROCKMAN. EL DESTINO DE NÍNIVE. LO INEXPLICABLE. JAVIER BERGARA. EDITOR. BUENOS AIRES, ARGENTINA. 1979. SEGUNDA EDICIÓN.