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Selección de Emilio Herrera

Invitación a la lectura

LXVII. Al principio de la guerra los lacedemonios pelearon siempre con desgracia; pero en tiempo de Creso, y siendo reyes de Esparta Anaxándridas y Ariston, adquirieron la superioridad del modo siguiente: Aburridos de su mala suerte, enviaron diputados a Delfos para saber a qué dios debían aplacar, con el fin de hacerse superiores a sus enemigos los de Tegea. El oráculo respondió que lo lograrían con tal que recobrasen los huesos de Orestes, el hijo de Agamenón. Mas como no pudiesen encontrar la urna en que estaban depositados, acudieron de nuevo al templo, pidiendo se les manifestase el lugar donde el héroe yacía. La Pythia respondió a los enviados en estos términos:

En un llano de Arcadia está Tegea.

Allí dos vientos soplan impelidos

por una fuerza poderosa, y luego

hay golpe y contragolpe, y la dureza

de los cuerpos se hieren mutuamente.

Allí del alma tierra en las entrañas

encontrarás de Agamenón el hijo;

llevárasle contigo, si a Tegea

con la victoria dominar pretendes.

Oída esta respuesta, continuaron los lacedemonios en sus pesquisas sin poder hacer el descubrimiento que deseaban, hasta tanto que Liches, uno de aquellos esparciatas a quienes llamaban beneméritos dio casualmente con la urna. Llámanse beneméritos aquellos cinco soldados que, siendo los más veteranos de entre los de a caballo, cumplido su tiempo salen del servicio; si bien el primer año de su salida, para que no se entorpezcan con la ociosidad, se les envía de un lugar a otro, unos acá y otros allá.

LXVIII. Liches, pues, siendo uno de los beneméritos, favorecido de la fortuna y de su buen discurso, descubrió lo que deseaba. Como los dos pueblos estuviesen en comunicación con motivo de las treguas, se hallaba Liches en una fragua del territorio de Tegea, viendo lleno de admiración la maniobra de machacar a golpe el hierro. Al mirarle tan pasmado, suspendió el herrero su trabajo, y le dijo: ?A fe mía, Lacón amigo, que si hubieses visto lo que yo, otra fuera tu admiración a la que ahora muestras al vernos trabajar en el hierro; porque has de saber que, cavando en el corral con el objeto de abrir un pozo, tropecé con un ataúd de siete codos de largo; y como nunca había creído que los hombres antiguamente fuesen mayores de lo que somos ahora, tuve la curiosidad de abrir la caja, y encontré un cadáver tan grande como ella misma. Medíle y le volví a cubrir?. Oyendo Liches esta relación, se puso a pensar que tal vez pudiese ser aquel muerto el Orestes de quien hablaba el oráculo, conjeturando que los dos fuelles del herrero serían los dos vientos; el yunque y el martillo el golpe y el contragolpe; y en las maniobras de batir el hierro se figuraba descubrir el mutuo choque de los cuerpos duros. Revolviendo estas ideas en su mente se volvió a Esparta, y dio cuenta de todo a sus conciudadanos, los cuales concertando contra él una calumnia, le acusaron y condenaron al destierro. Refugiándose en Tegea el desterrado voluntario, y dando razón al herrero de su desventura, le quiso tomar en arriendo aquel corral, y si bien le resultó difícil, al cabo le supo persuadir, y estableció allí su casa. Con esta ocasión descubrió cavando el sepulcro, recogió los huesos, y fuese con ellos a Esparta. Desde aquel tiempo, siempre que vinieron a las manos las dos ciudades, quedaron victoriosos los lacedemonios, por quienes ya había sido conquistada una gran parte del Peloponeso.

LOS CLÁSICOS. HISTORIADORES GRIEGOS. HERODOTO, TUCIDIDES, JENOFONTE. EDICIONES?DISTRIBUCIONES, S.A. IMPRESO EN MADRID, ESPAÑA. 1972.

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