Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Parrafos Diversos

Selección de Emilio Herrera

Veinte metros de lava, esa piedra que se torna líquida y que surge del cráter, mezcla de todos los minerales que al enfriarse de nuevo se convertían en vidrio y en nueva piedra, cubrían la ciudad de Herculano.

Los ?lapilli? minúsculas piedrecitas volcánicas, lanzadas junto con la lava grasienta del volcán, caen en forma de lluvia, quedan depositadas en la masa, y pueden levantarse con un ligero instrumento. Pompeya no estaba sepultada tan profundamente bajo estos ?lapilli? como Herculano.

Como sucede tantas veces en la Historia, lo mismo que en la vida de las personas, lo difícil es dar el primer paso, y siempre se pierde la perspectiva creyendo que el camino más largo es el más corto. Después que D?Elboeuf empezara a cavar, pasaron treinta y cinco años hasta que se llegó a descubrir Pompeya.

El caballero Alcubierre, aún encargado de las excavaciones, se mostraba impaciente y estaba descontento de sus hallazgos. Bien es verdad que Carlos de Borbón había podido instalar un museo que no tenía igual en el mundo. Sin embargo, el rey y su ingeniero se pusieron de acuerdo en cambiar el teatro de las excavaciones y no avanzar a ciegas, sino empezando por el lugar donde los sabios señalaban que debía hallarse Pompeya, la ciudad que, según las fuentes antiguas, quedó sepultada el mismo día que la ciudad de Herculano.

Lo que entonces sucedió parece ese juego que los niños hacen de ?frío y caliente?, y que cuando el compañero de juego no es sincero, en lugar de gritar ?caliente? cuando la mano se acerca al objeto buscado, dice ?frío?. Y en este caso fueron los espíritus de la venganza, de la codicia y de la impaciencia, lo que desempeñaron este papel de elementos engañosos.

Las excavaciones empezaron el primero de abril de 1748: el día seis se descubrió la primera gran pintura mural maravillosa, y el 19 se encontraba el primer resto humano. En el suelo yacía un esqueleto; de sus manos, que aún parecían querer asir alguna cosa, se habían desprendido, rodando, monedas de oro y de plata.

Pero en vez de seguir excavando con sistema y de explotar lo ya descubierto para llegar a conclusiones que ahorrasen tiempo, sin sospechar que se había llegado al centro mismo de Pompeya, se volvieron a cubrir otra vez con tierra los hoyos y comenzó la búsqueda en otro lugar.

¿Podía ser de otro modo? El móvil de los regios esposos estaba únicamente guiado por el entusiasmo de aficionados, y hemos de confesar que la cultura del rey no era muy amplia; el de Alcubierre era resolver un simple problema técnico. Winckelmann, más tarde, decía, lleno de rabia, que Alcubierre tenía tanta relación por las antigüedades ?como la luna por los cangrejos? y en todos los demás que participaban en aquel asunto no había más ambición que la oculta idea de dar acaso un golpe afortunado, tropezando con su piqueta alguna vasija llena de monedas de oro y plata. Digamos, de paso, que de los veinticuatro hombres que trabajaban, doce eran presidiarios y los otros estaban muy mal pagados.

Se descubrió la sala de espectáculos del anfiteatro. Y al no hallar más estatuas, ni oro ni joyas, se empezó a cavar en otro lugar. La constancia hubiera conducido a la meta. En las proximidades de la puerta de Herculano encontraron una ?Villa? de la cual se pretendió, sin fundamento (nadie sabe ya cómo surgió la idea), que era la casa de Cicerón. Tales pretensiones, desprovistas de toda base, aún jugarán frecuentemente su papel en la historia de la Arqueología, e incluso a veces un papel provechoso. Las paredes de esta ?Villa? se hallaban decoradas con frescos maravillosos, que fueron cuidadosamente recortados y copiados, después de lo cual se volvió a sepultar de nuevo.

Pasaron incluso unos cuatro años en que no se hizo caso alguno de la región circundante de Civitá, la antigua Pompeya, volviendo la atención a excavaciones más provechosas, otra vez cerca de Herculano, donde se encontró uno de los tesoros antiguos más interesantes de aquella época: la ?Villa? con la biblioteca empleada por el filósofo Filodemo, hoy día llamada ?Villa dei Papiri?.

En 1754, por fin, y en la parte sur de Pompeya, se hallaron de nuevo los restos de algunas tumbas y murallas antiguas. Y desde aquel día hasta hoy, con escasas interrupciones, se han continuado las excavaciones en ambas ciudades. Y así surgió un milagro tras otro.

Sólo conociendo la índole de la catástrofe que afectó a estas ciudades podemos comprender la influencia que ejerció su descubrimiento sobre el siglo del neoclasicismo.

A mediados de agosto del año 79 después de Jesucristo, se manifestaron los primeros indicios de una erupción del Vesubio, como ya había sucedido frecuentemente. En las primeras horas de la mañana del día 24, sin embargo, se vio claramente que se avecinaba una catástrofe jamás vivida.

C. W. CERAM. DIOSES, TUMBAS Y SABIOS. LA NOVELA DE ARQUEOLOGÍA. EDICIONES DESTINO. BARCELONA. QUINTA EDICIÓN 1958.

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 76632

elsiglo.mx