Invitación a la lectura
Teotili miraba a Hojas Verdes y no acababa de entender lo que le estaba diciendo. Había entrado hasta su palacio corriendo, casi jadeando, con su hijo a rastras. Había atravesado el pueblo como un ciclón de polvo sobre los meses de verano en los caminos. Hojas Verdes hincó una rodilla en tierra, colocó una mano sobre ella y luego la besó, con la esperanza de que Teotili le autorizara para contar su historia.
-Denle una jícara de cacao con chile... y otra al niño... ordenó Teotili.
Hojas Verdes recibió casi temblando una enorme jícara de cacao enrojecida por el chile y la bebió de un sorbo. Teotili era el gran guerrero amigo del señor Tlatoani de México Tenochtitlan y gobernador de todas las tierras del mar, ganados por los señores y las señoras aztecas en las guerras de Ahuizotl. Acompañando a Teotili estaban unos Caballeros Águila, unos Caballeros Jaguar, unos Caballeros Ocelotl, unos Caballeros Coyote y también algunas hermanas de la guerra con mariposas pintadas en mitad del rostro.
Teotili estaba sentado sobre una estera tejida con pluma de colores. Junto a él, a su derecha, un muchacho joven mantenía en sus manos los pinceles ya listos, que mojaba en un huacal de colores, para ir escribiendo sobre el lienzo, conforme Hojas Verdes contaba la historia.
-VI a lo lejos casas... una primero... otra después... y por último, otra más. Eran muchas casas juntas que se mecían sobre las olas del mar. Eran grandes casas de madera. Dentro de ellas, hombres como nosotros, pero vestidos con piel de plata que brillaba... Eso brillaba como la plata en las noches de luna llena sobre el mar. Bajaron en una canoa, vigilaron los arbustos del cacao, miraron en la dirección del sol, probaron el agua y sonrieron. Eran los buscadores de agua.
-¿Así de grande como esas casas, eran sus canoas? ?preguntó un señor Tequitlato. Se refería a lo que el pintor dibujaba sobre el lienzo blanco de algodón con pintura verde, rosa y roja. Hojas Verdes posó la mirada en la obra del artista, que traducía sus palabras en dibujos, y exclamó:
-Así eran las casas de los buscadores de agua.
-¿Hombres de guerra? ¿Hombres de paz? -Preguntó Teotili.
Hombres de guerra, porque miraban a todos lados como en espera de un ataque. Mientras unos recogían el agua, los otros montaban guardia cerca de los árboles del cacao. Tenían barbas largas y caras blancas.
Teotili hizo extender un enorme mapa de toda la región costera, donde estaban nítidamente dibujados los pueblos de la tierra de la fruta, del cacao y del sol, dominados por los aztecas y preguntó:
¡Dónde viste a esos buscadores de agua?
Hojas Verdes buscó con la mirada el arroyo de la ensenada donde tenía su trampa de tlacamichines amaestrados, y dijo:
-Aquí... aquí? y como para acentuar sus palabras, agregó: -sus canoas eran más grandes que dos de nuestras casas juntas...
Una vez que Hojas Verdes terminó su relato, Teotili y sus capitanes se quedaron un rato examinando la pintura que el artista había hecho. Todo estaba ahí... Las naves en el mar, Hojas Verdes y Piedra Pequeña escondidos detrás de unos árboles de cacao, el nombre de la ensenada y el arroyo azul, junto al cual el pescador concentraba sus peces amaestrados, capitanes guerreros, capitanas guerreras, sacerdotes, niños, niñas, todos observaban llenos de asombro el cuadro que sería enviado esa misma noche, con correos especiales, al señor Moctezuma para que lo viera junto con los señores de Tlacopan y Texcoco, allá en Tenochtitlan.
Ya se iba a despedir Hojas Verdes, cuando Teotili le hizo la última pregunta:
¿Te fue posible conocer quién los mandaba?
-De cierto señor... Sobre una de las grandes casas, se asomaba uno que gritaba y les hacía ademanes. Sin duda era el jefe, pero muy extraño. No era como los jefes de nuestras ciudades, era casi un enano, un pedazo de hombre.
JOSÉ LEÓN SÁNCHEZ. TENOCHTITLAN, LA ÚLTIMA BATALLA DE LOS AZTECAS. ED. GRIJALBO. MÉXICO. 1986.