Invitación a la lectura
Piensa, en efecto, don Vasco en realizar una visita pastoral a todo su obispado. Tal vez quiere contemplar por última vez, con ojos terrenos esta primorosa zona mexicana...
Verdad es que considera un poco aventurado aquel viaje, a los noventa y cinco años... Monta su mula y emprende la marcha.
Durante una buena parte de su camino, la laguna refleja el cielo. Luego hay que internarse en la sierra. ¡Cuántas ?materias primas? para sus indios! Maderas olorosas y millones de ?Axes? sobre ellas. Flores para modelos de sus jícaras y pájaros para que con sus plumas se elaboren lindos mosaicos en Patamban...
Ya se vislumbra Uruapan. A don Vasco le acomete el cansancio... ¡Alzó tantas veces la mano para bendecir! Sólo un titánico varón, ya de noventa y cinco fértiles años puede resistir el embeleso, el encanto de esta ciudad- mujer. Todo en ella es tibio y dulce, como el regazo de la bien amada. Huele a rosas y a café. ¿Cómo puede mantenerse en pie, en esta ciudad tan enervante? Flota en el aire un encanto voluptuoso, como el de la cocaína que, lejos del peligro del hastío, hace desearlo cada vez con mayor ahínco. (?Apenas ha habido péñola ?anota Lumholtz? que, al rasguear conceptos de Michoacán, no haya loado con más o menos encomio, la pintura, que, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, han profesado los indios de Uruapan. Y no podía ser menos que eso, porque la belleza que es el esplendor de lo verdadero y de lo bueno en armonioso conjunto, subyugado el entendimiento, encantando la fantasía y aprisionando el corazón, provoca, donde quiera y siempre, el sonoro grito de alabanza y del aplauso. Las flores del ingenio son tan bellas como los luceros del firmamento como los cantos de las aves, como las frondas de las arboledas, como la concha nácar, como la perla?).
Don vasco ?repito? está cansado, pero el espectáculo de Uruapan lo
aligera no poco... Se apresura: ha de llegar hasta el hospital del Santo Sepulcro ?aquél que fundó la dulzura de fray Juan de San Miguel? donde podrá dar reposo a su viejo cuerpo. Porque su espíritu no necesita descanso.
Ocurre esto el día 13 de marzo de 1565 (hoy que transcribo estos renglones hace de ello 439 años). En la ?sala de convalecencia? del hospital, y en la tarde del miércoles, catorce de marzo, muere don Vasco.
Se le ha concedido la muerte de los justos, la dulce muerte sin enfermedad.
BENJAMÍN JARNÉS. VASCO DE QUIROGA, OBISPO DE UTOPÍA. COLECCIÓN CARABELA. ESPAÑOLES EN AMÉRICA. EDICIONES ATLÁNTIDA, S. DE R.L. MÉXICO, D.F. 1942.