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Por: Selección de Emilio Herrera M.

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La noche del cuatro de agosto de 1789, un puñado de nobles renunció ante la Asamblea Nacional, en Versalles, a sus privilegios feudales y señoriales. Había comenzado una revolución, no sólo para Francia, sino también para toda Europa y poco después otras grandes instituciones políticas y sociales, con raíces en los comienzos de la Edad Media, se derrumbaron una tras otra como un castillo de naipes.

La famosa “noche del cuatro de agosto” señaló el término de una historia iniciada más de mil años antes. Comenzó, según nos cuenta el señor Simons en esta obra, otra noche en el invierno del año 406, cuando un tropel de harapientos nómadas germánicos –en número menor que el de la población de un pequeño pueblo norteamericano del Siglo XX– cruzó el Rin helado para adentrarse en la Galia romana.

No fueron éstos los primeros bárbaros en cruzar el Rin ni en invadir Europa, pero su llegada coincidió con el fin de una larga era que fue testigo de la erosión del otrora poderoso imperio romano; el comercio menguó, la sociedad decayó y los tribeños germánicos se elevaron a cargos de gran poder en el ejército y el gobierno de Roma. El cruce del Rin en 406 fue tan sólo el derrumbe final del dique, con lo que se arrojaron nuevas olas bárbaras sobre el imperio que se desmoronaba. Ese cruce provocó una reacción en cadena que condujo al saqueo de la propia Roma el año 410. Para los hombres civilizados de la época fue un acontecimiento casi inconcebible y para ellos la luz del mundo se extinguió con la caída de Roma.

Durante largo tiempo fue usual pensar en los seis siglos que siguieron como una era de barbarie sombría y estática. Hoy sabemos que, por el contrario, fue una época de grandes demandas y magníficas realizaciones, una época en que los elementos esenciales de la civilización occidental -y en realidad, la misma composición étnica de Europa– estuvieron pendientes de un hilo. Para los invasores nómadas y sus descendientes, así como para los pueblos establecidos del continente, toda una nueva gama de experiencia social quedaba por incorporarse. Europa se encontraba en la encrucijada. Para mediados del Siglo XI, la suerte estaba echada. Europa había pasado de una conglomeración de tribus errantes a reinos estables y se hallaba a punto de llevar a tierras ultramarinas a través de las Cruzadas, su dominio cultural y político duramente conquistado.

El señor Simons describe en forma precisa y con habilidad el vasto alcance de estos seis siglos formativos. La lenta conversión al cristianismo de las tribus bárbaras; el surgimiento de nuevas formas políticas; el desarrollo de nuevas normas de justicia; el renacimiento y expansión del comercio; la vuelta a la vida de la sociedad urbana y la educación; las innovaciones en el arte y la arquitectura; todos estos acontecimientos forman parte de su relato.

Los privilegios de que se hizo renuncia en Versalles en 1789 –así como la República de Venecia y el Sacro Imperio Romano, que fueron conducidos a la ruina por Napoleón– tuvieron su origen en esa época tumultuosa. Si bien ellos han perecido, otros legados de comienzos de la Edad Media siguen siendo símbolos distintivos de la sociedad occidental, entre ellos el gobierno parlamentario o representativo, el sistema de los tribunales y jurados en países donde se hace sentir la influencia de la jurisprudencia inglesa y los estados existentes de Europa. Esta obra describe las luchas y esperanzas que les infundieron vida.

KARL F. MORRISON. PROFESOR ADJUNTO DE HISTORIA MEDIEVAL DE LA UNIVERSIDAD DE CHICAGO. ORÍGENES DE EUROPA. LAS GRANDES ÉPOCAS DE LA HUMANIDAD. LIBROS TIME LIFE. EDITADO E IMPRESO LITO OFSSET LTIINA, S.A. MÉXICO, D.F. 1978.

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