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Selección de Emilio Herrera M.

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Hace más de cuatro mil años, las planicies entre el Tigris y el Éufrates, un corredor que huele a estiércol de apenas 160 kilómetros de ancho por 640 kilómetros de longitud, dieron cabida al primer imperio del mundo. De origen semítico, en su apogeo el imperio asirio se extendía por una distancia de 3200 kilómetros a través de los desiertos, las pasturas y las montañas de Asia Meno, de Egipto a la India, de Rusia a Arabia Feliz. ?Desde los límites de las montañas distantes?, detallaban los asirios, ? ...hasta el mar superior del sol poniente?.

En galeras de doble cubierta, los asirios se aventuraban por aquel mar occidental, invadieron, saquearon y ocuparon Chipre y sometieron a su dominio, o al menos afirmaron haber dominado, a las islas del borde oriental del Egeo rojo oscuro de Homero. ?Los hijos que moraban en medio del mar vinieron desde el mar? escribió un monarca asirio en una estela conmemorativa, ?y con sus ricos obsequios, vinieron a besar mis pies?.

Durante los primeros ochocientos años de su historia, los asirios consolidaron su dominio en el área en forma de cuña entre el Tigris y el Éufrates. Los griegos la llamaban Mesopotamia: ?la tierra entre los dos ríos?, término que probablemente derivara del arameo ?beth naharin? (casa de los dos ríos), o del hebreo ?Aram Naharain? (Siria de los dos ríos), o del arábigo ?bain al-nahrain (el país entre los dos ríos).

Luego, con el devastador imperio de una explosión nuclear, entre el 960 y el 612 a.C. los asirios fueron desplazando las fronteras del imperio hasta que éste abarcó al mundo conocido.

En los bordes del imperio, sucesivos reyes asirios descubrieron nuevas tierras que podían conquistarse, y no dudaron en emprender la tarea.

Los mensajes anuales de los reyes asirios, indicativos del estado del imperio, daban el tono. ?Recibí los regalos de la distante Media, el nombre de cuya tierra los reyes, mis padres, no habían oído mencionar?, escribió un monarca, ?y los sometí a mi yugo?.

En el libro del Génesis, a Asiria se la identifica como el primer gran imperio que existiera después del Diluvio, y se señala a Nimrod como su fundador, un biznieto de Noé al que se describe como ?un poderoso cazador delante del Señor?, ?un poderoso de la tierra?. Nimrod estableció su reino en la tierra de Sinar, el delta mesopotámico, pero como observara más tarde un autor griego, lo dominó ?el poderoso deseo de someter toda la parte de Asia que está entre el Don y el Nilo?. Según el Génesis, cualquiera que haya sido su verdadera motivación, ?de esta tierra salió para Asiria y edificó Nínive?. El origen del nombre de Nínive es oscuro. Puede haber derivado de Nina, el nombre de la patrona de la ciudad, una diosa cuya veneración originó el ?culto de Nínive?.

Según señalan los estudiosos modernos, la inscripción cuneiforme que equivale a Nínive es un pez encerrado en el signo de una casa, lo que posiblemente indique un vivero sagrado de peces de la deidad tutelar. De todos modos, situada junto a la margen oriental del Tigris, a unos 350 kilómetros al norte del delta, Nínive se convirtió en el asiento del imperio y en la más grande ciudad de la época.

Punteada por palacios majestuosos, templos, canales y jardines, sus muros se elevaban 60 metros por encima de la planicie del Asia occidental.

Fortificados con 1500 torres, se decía que los muros eran tan anchos que tres carros podían circular lado a lado por encima de ellos. Como la pepita de una nuez, protegida por cáscaras exteriores, Nínive estaba resguardada por cinco muros y tres fosos. Cada una de las quince puertas de la ciudad estaban protegidas por terraplenes encastillados . Y dentro de su perímetro había más de treinta templos, ?cada uno reluciente de oro y plata?.

Por más de 1300 los monarcas asirios gobernaron desde Nínive y otras ciudades reales que estaban en las cercanías inmediatas, un trapecio irregular de tierra que incluía las bíblicas ciudades de Asur y Cala, y lugares de la montaña como Dur-Sharrukin, la fortaleza de Sargón, ?construida junto a los manantiales, al pie de las montañas... sobre Nínive?, que Sargón el Grande denominara ?un palacio de incomparable magnificencia?.

Con un notable sentido de la historia, los reyes asirios, un milenio antes de Homero, continuamente inscribían su historia de conquistas en obeliscos, tabletas de arcilla, cilindros, prismas, señalador de límites y estelas conmemorativas. Ornamentaban las paredes de sus palacios y templos en escenas esculpidas de sitios y batallas. Escribieron una verdadera Iliada sobre piedra.

ARNOLD C. BRACKMAN. EL DESTINO DE NÍNIVE. LO INEXPLICABLE. JAVIER VERGARA. IMPRESO EN ARGENTINA. 1979.

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