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Desde su derrota en la batalla naval de Salamina, que le obligara a abandonar a Atenas para refugiarse en Asia, el rey Jerjes residía en Sardes. Y allí le sucedió que comenzó a enamorarse de la mujer de su hermano Masistes, que también se hallaba en la ciudad.

Le envió mensajes en secreto. Inútil. Ella no escuchaba sus protestas de amor y ni pensaba en hacerles caso. Por temor a su hermano, Jerjes no se atrevía a emplear la violencia. Y dado que la mujer sabía esto perfectamente, acentuaba todavía más su actitud de rechazo.

Pero todo ello no hacía sino acrecentar el deseo de Jerjes, quien ideó otro camino.

Decidió casar a su hijo Darío con una hija de esta esposa de Masistes.

De esta forma quizá consiguiera sus propósitos. Y en cuanto hubiera prometido a los dos jóvenes según la costumbre, se retiró a Susa.

Pero ocurrió que una vez en su palacio de Susa y entregada la novia a su hijo, la llama que encendiera en él la mujer de Masistes se apagó por sí sola. En cambio se enamoró locamente de la esposa de su hijo Darío, que se llamaba Artaínta, la cual sí le correspondió.

Poco tiempo había de transcurrir antes de que se descubriera todo. La cosa sucedió así:

Amestris, esposa de Jerjes, había tejido un artístico y precioso manto para su marido. Jerjes sintiéndose muy orgulloso de aquella prenda, se envolvió en ella y fue a visitar a Artaínta. En cuanto hubo gozado con la joven, ofreció a ésta un regalo. Podía elegir lo que quisiera; no habría nada que él le negara. Y Artaínta destinada a arrastrar a la desgracia a toda su familia contestó a Jerjes:

¿De veras me darás lo que te pida?

El rey repitió su promesa, reforzándola con un juramento ya que no podía imaginarse lo que la joven querría. Sin detenerse apenas a reflexionar, Artaínta expresó su deseo de obtener el manto. Temía la reacción de Amestris, que ya había dado muestras de sospechar algo. Si ahora se lo regalaba a la joven, estaba perdido. Ofreció a Artaínta ciudades enteras, montones de oro y un ejército al que nadie sino ella mandaría. Hay que añadir aquí que eso de regalar un ejército es costumbre muy persa.

Mas de nada le sirvió. Ella no dio el brazo torcer, de modo que a Jerjes no le quedó otro remedio que desprenderse del soberbio manto. Y Artaínta, muy orgullosa, lo lució cuanto pudo.

WERNER KELLER. EL ASOMBRO DE HERODOTO. ¿CÓMO ERA EL MUNDO HACE 2500 AÑOS? BRUGUERA. LIBRO AMIGO. EDITORIAL BRUGUERA, S. A. BARCELONA, ESPAÑA. PRIMERA EDICIÓN 1975.

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