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Selección de Emilio Herrera M.

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Con el correr del tiempo Nínive, la capital de un imperio que había regido sobre la tierra por más tiempo que cualquier otro, anterior o posterior, desapareció de la vista. Nínive, la ciudad feliz que vivía descuidadamente y que se decía: ?¡No hay ninguna otra como yo!? desapareció transformada por la naturaleza en herbosos montículos adecuados para las ovejas.

Nada quedó ni de Nínive ni de Asiria, salvo vagos recuerdos, leyendas, mitos y tradiciones transmitidas en la literatura sacra y profana. Ni un resto de evidencia tangible sobrevivió para probar que Nínive había existido.

Nínive desapareció tan rápidamente de la vista que cuando Jenofonte condujo a sus diez mil griegos por el sitio, doscientos años más tarde, en su celebrado reconocimiento del imperio persa, no llegó a comprender que Nínive estaba bajo sus pies. ?Marchamos una jornada, seis parasangas, hasta una gran plaza fuerte, abandonada y en ruinas?, dijo Jenofonte. Las ruinas eran la de Nínive, y al amparo de sus sombras tuvo un encuentro con una patrulla persa. Llamó al lugar Larisa.

A comienzos de la era cristiana, los montículos eran comunes en la Mesopotamia. Estrabón, griego por idioma y educación, étnicamente asiático, pero romano de corazón, observó en su celebrada geografía que ?se ven montículos en toda el área?. Cuando visitó el delta y vio las ruinas de Babilonia, les aplicó el epíteto atribuido a los megalopolitanos de Arcadia. ?La gran ciudad es un gran desierto?, dijo Estrabón. En cuanto a Nínive, aunque infrecuentes aguaceros causaron deslizamientos y resquebraduras de los montículos, la ciudad estaba tan perdida para la vista que Estrabón no hizo referencia alguna a ella, aunque ésta había sido la ciudad más grande de las dos.

Seiscientos años más tarde, en el 627 de nuestra era, Hercalio derrotó a Cosroes, rey de Persia, en una batalla sostenida en el borde de los montículos. Si el emperador romano sabía que había luchado dentro del entorno de Nínive, al igual que Estrabón, no hizo mención alguna de ello en su relato del contienda junto al Tigris.

Sin embargo el sitio nunca se perdió verdaderamente en la tradición local. Así, tras la conquista de la Mesopotamia por parte de los árabes, los geógrafos musulmanes tales como Ibn Hykal, Edrisi Abdulfeda e Ibn Batuta, identificaron los montículos de la margen oriental del Tigris, en un punto frente a la pequeña ciudad comercial de Mosul, como Ninawi o Ninaway.

Cuando los turcos sucedieron a los árabes y redujeron a la Mesopotamia a la condición de provincia que estaba fuera de los límites del imperio otomán imperio que durara hasta el presente siglo ?Nineweh era el único nombre lícito que se podía emplear en escrituras y otros documentos legales relativos a la propiedad o transferencia de tierras de la margen opuesta a la de Mosul.

Pero, a pesar de esas ricas tradiciones locales, para todos los fines prácticos Nínive estaba perdida para occidente. En realidad la primera referencia europea a Nínive se hizo hasta después de las Cruzadas.

ARNOLD C. BRACKMAN. EL DESTINO DE NÍNIVE. LO INEXPLICABLE. JAVER VERGARA EDITOR. ARGENTINA 1978.

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