Hace dos meses, el 24 de abril, fue hallado en el Ajusco el cadáver de Pável González González. El dictamen inicial sobre su muerte afirmó que el joven estudiante de la UNAM y la ENAH se había suicidado. Nadie en su entorno creyó que este activista, involucrado centralmente en varias causas, se privara de la vida.
Indicaciones objetivas, como el maltrato al cuerpo, que un médico forense atribuyó a golpes y tortura (y no a que el cadáver hubiera caído de las manos de quienes lo bajaron del lugar de su deceso, como reza la versión oficial), reforzaron en sus padres y amigos la sospecha y aun certidumbre, de que Pável hubiera sido asesinado.
Recibí hace dos semanas por correo electrónico un mensaje relacionado con el caso. Es anónimo (“lo hago de esta manera porque los ciudadanos no confiamos en nuestras autoridades”) y en otras condiciones esa simple omisión bastaría para desechar la información que contiene. Y sin embargo, publico ahora sus partes sustantivas porque pueden contribuir a la indagación que se ha reabierto, puesta en duda si no desechada la versión del suicidio. Imposible dejar de suponer que puede tratarse de una superchería, de un relato compuesto ex profeso, para reforzar la tesis del asesinato. Pero, si no fuera así, dejar de comunicarlo a las autoridades por el medio que me es lícito, que es esta columna, contribuiría a la impunidad de un asesino. Y ya sabemos —lo reiterará la porción de la sociedad civil que marche pasado mañana en demanda de seguridad—, que la falta de castigo a homicidas, secuestradores, asaltantes, etcétera, es el mejor alimento, el más eficaz energético para la delincuencia.
El autor de la nota asegura haber subido al principal cerro capitalino el 19 y el 20 de abril pasado, cuando Pável desapareció y se inició su búsqueda, hasta que el sábado 24 sus padres y amigos pudieron recuperar su cuerpo. El relato se presenta en forma de bitácora y se inicia a las 14.45 del lunes 19: “Me encuentro en el Abrevadero... en las inmediaciones del cerro del Ajusco, donde se puede localizar un restaurante y una casa; enfrente, carretera de por medio, hay dos restaurantes más. El sitio se encuentra a tres kilómetros más o menos de la Y (i griega) sobre la carretera Picacho-Ajusco. En este punto los montañistas dejan sus automóviles para trepar al Pico del Águila por el flanco del Espinazo del Diablo, subida por cierto de difícil acceso. Cerca de allí, adelante sobre la carretera, del lado izquierdo se puede ver un letrero que señala la entrada al Pentatlón Militar, mismo que tiene conexión por una vereda con el Abrevadero... el Abrevadero se encontraba solitario. Ni un solo auto. Ni una sola persona a la vista. Sin embargo, al iniciar el ascenso pude ver dos pisadas recientes de distinto calzado muy bien marcadas, que me hacían pensar que por lo menos dos personas iban delante de mí hacia el Pico del Águila. Una de las huellas era de bota propia para terreno montañoso; por su tamaño (28 aproximadamente) y hondura sobre tierra suelta, debía tratarse de una persona corpulenta. La otra, de zapato o quizá tenis, con una particularidad: el tacón dejaba la marca de una figura semejante a un pentágono estilizado.
Pude ver durante mi recorrido piedras desplantadas, Esto sucede al pisar el canto de las piedras, sobre todo anchas, que se encuentran semienterradas en terrenos muy inclinados y erosionados.
También recuerdo haber observado en un punto del camino, rastros de sangre seca salpicada sobre grava suelta y señales de que algo fue arrastrado por el suelo”.
A las 16 horas el montañista escribe que no llegó a la cumbre: “me quedé a la mitad del trayecto, estaba agotado; además, percibía alo extraño en el ambiente; la tarde estaba nubosa... y soplaba un fuerte viento húmedo que ululaba al rozar los pastizales... En estas condiciones es difícil escuchar otro sonido que no sea el provocado por el viento. Pero por un momento me pareció haber escuchado un lejano vocerío, como si hubiera salido por la parte de arriba de la barranca... Decido regresar y dejar para el día siguiente en mejores condiciones llegar a la cumbre”.
El martes 20, a las 14 horas, el autor anónimo empieza a subir y observa “la misma soledad, las huellas descritas aún se conservan y no hay indicios de que hayan bajado quienes subieron el día anterior”. Llegado “a unos 300 metros del Pico del Águila”, al montañista le “llama la atención un bulto color naranja en la cruz de mayor tamaño. Con binoculares...veo que se trata aparentemente de una persona recargada en la cruz...Veo que el brazo derecho cae flácido y el antebrazo deja ver la piel, sin duda humana. (De pronto) pienso que la persona no está recargada sino colgada en la cruz. El cuerpo, desde mi ángulo visual, mostraba apenas el perfil de la cara hacia arriba... la cabeza apoyada exactamente donde las barras metálicas se cruzan, los brazos colgando al lado del cuerpo, las piernas (vestían pantalón verde seco) recargadas en la superficie lateral de la roca que sirve de base, de tal manera que a la distancia parecía una persona parada apoyando su espalda sobre la cruz...
No me pareció que... hubiera usado su camiseta color naranja para colgarse, pues la tenía puesta y era de mangas cortas. Fue precisamente la piel de su antebrazo derecho lo que me indicó que se trataba de un ser humano”. Fue una lástima que el autor anónimo no se sobrepusiera a su desconfianza e informara de su hallazgo a la autoridad. Se comprende, pero ¿querría ahora rendir testimonio?