Lanas era grande, peludo y suave, parecía todo de algodón. No era un pastor de Brie, ni un Gos D?Atura (Pastor Catalán), ni un picardo ni un pastor de Pirineo. Por sus venas corría la sangre de todas las razas y de muchas otras y su combinación genética era tan afortunada que las mejoraba a todas: era tan elegante en sus andares como el mejor Brie, pero a la vez, tan vivaracho como un pastor de Pirineo, de quien tenía además el pelo largo y algodonoso, y la mirada inteligente y noble de sus ojitos castaños, era la de un pastor de Picardia.
Lo mejor, no obstante, es que Lanas tenía a raudales una especie de vena arrabalera casi chulesca, propia de todos los mestizos, que se combinaba de una forma perfectamente atinada, con su elegancia y su nobleza y que le hacían ser un perro único y hermoso. Lanas tenía, en suma, la gracia del cielo.
Cuando en el campo le llamaba: Lanas, ¡ven! Y venía de lejos galopando, con su melena al viento, como una especie de león albino, con sus orejas tiesas y su pelo casi blanco brillando al sol, Lanas era, en aquel momento, para mí, el perro más hermoso de la tierra.
Dice el jefe indio Sheealt en su famosa carta al presidente de los Estados Unidos, que el dios de los blancos y el de los pieles rojas, son sin duda el mismo dios, aunque los blancos lo ignoren. Si el jefe indio hubiera podido conocer la historia de Lanas, habría pensado, con toda seguridad, que el dios de los perros perdidos y el de las familias huérfanas de perro, son, sin lugar a dudas, también, el mismo dios, porque Lanas, fue a perderse cerca de nuestra casa, justo el día en que llorábamos la inmediata muerte de Azarri.
Apareció allí, en medio de nuestra pena, con su cara de pícaro y de bueno, con su gran presencia, tan balsámica para nuestro dolor. Su llegada fue mágica, como de cuento, propia de una película como La Vida es Bella.
No parecía posible que un perro tan magnífico se hubiera perdido en un día y un lugar tan oportuno. Yo no me lo creía. Pensaba que en cualquier momento alguien vendría diciendo que era suyo y se lo llevaría. Leía los anuncios de perros extraviados temblando de miedo, pensando: ¡hoy! Hoy viene alguien que lo reclama. ¿Es que era posible haber perdido un perro como él y no buscarlo desesperadamente? Pero nadie parecía echar de menos a Lanas y al cabo de un tiempo yo empecé a pensar que el dios de los perros perdidos nos lo había enviado, y que definitivamente, era nuestro perro.
Y como el tiempo nos acostumbra a todo, nosotros nos acostumbramos al hecho de la aparición de Lanas como algo normal, como algo maravillosamente casual, pero ahora que ha pasado más de un año de su muerte, cuando rememora su llegada, el que surgiera así, de esa manera, tan oportunamente, me parece una de las cosas más extraordinarias y a la vez más hermosas que me han sucedido.
No sé qué arcanos movieron los hilos de los acontecimientos para traerlo a nuestra casa, pero no puedo dejar de pensar que algún hilo debió de ser movido, y me siento afortunada por haberlo conocido y haber compartido con él trece años de nuestra vida.
Manolo, el pintor, que ama tanto a los perros, siempre que nos encontraba en la calle, después de acariciarlo tiernamente, le decía ?!Qué suerte tuviste Lanas, qué bien te perdiste, qué familia tan estupenda te buscaste. Así se hace, colega!?.
Tenía razón Manolo, pero la mayor suerte, con toda seguridad, la tuvimos nosotros. Ma. Luisa Martínez Luján (Madrid).