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Pequeñeces/¿Conformes?

Emilio Herrera

En su salón parisino, allá por 1789, antes de lanzarse a recorrer Europa, una tarde que estaba de humor decía Madame Stael a su tertulia: “Todo lo que de grande y bello ha hecho el hombre lo ha hecho movido por el sentimiento doloroso de lo incompleto de su destino”.

¡Qué lástima que la baronesa no haya vivido en estos tiempos y entre los mexicanos que viven en la capital, para que hubiera tenido la oportunidad de reunirlos e influenciarlos, abriéndoles los ojos para que vieran todo lo que pueden hacer sólo con unirse, en lugar de destrozarse inútilmente unos a otros!

Lamentablemente, según observa Patricio, los mexicanos leemos medio libro al año y así, es casi imposible que sean abiertos en el párrafo útil, en el que hará pensar y no en la inútil por lo aburrido del texto. Esto y un poco de entusiasmo, hasta eso, ni tanto, un poco de exaltación persistente por nuestras posibilidades, harían el resto. ¿Cómo es posible que sólo seamos tenaces en lo que nos daña; que en ello imitemos de inmediato al primero en hacerlo hasta agotar las consecuencias, de las que salimos siempre más deshechos, más pobres y hasta perversos?

Nunca habíamos tenido, lo mismo en la capital que en provincia, más universidades y sin embargo, jamás habíamos tenido menos hombres valiosos disponibles para dirigirnos. Véase hacia atrás, cualquier época. Siempre hubo líderes. Hoy, no que no los haya, pero muchos acaban de ser probados por las maletas llenas de dinero azul y nos decepcionaron. ¿Será que la mayoría de nuestros políticos económicamente estén satisfechos, igual que el comerciante en que se han convertido y no sienta la ausencia de nada, o que los viejos ideales que movían no hace muchos períodos a nuestros candidatos no sean ya los que a ellos los mueven?

Un poco de entusiasmo nos daría ese poder que es capaz de multiplicar lo que cada uno valemos, así como a intimar con nuestros valores, comprenderlos y sufrirlos, pero, para ello, claro, necesitamos un guía, un guía capaz de entendernos, dirigirnos guiarnos y meternos en el corazón el orgullo de mexicanos que hemos ido perdiendo poco a poco, unos por vivir tan cerca del Norte y otros por vivir en el Centro donde nuestros valores se descascaran como nuestras viejas catedrales y donde la mayoría está satisfecha por el solo hecho de vivir allí, disfrutando de todo lo que la provincia les paga. Esa gente satisfecha, ¿qué puede darnos? ¿Qué puede darle a la patria?

Lo que puede salvar a México, si es que todavía es salvable, es nuestro descontento, el descontento provinciano, esta especie de amor tímido que tiene miedo de declararse de una vez por todas y de llevarse a su novia en ancas. Ojala que en estos meses próximos en los que se prepararán las futuras elecciones sirvan para definir el México que los mexicanos queremos y todos lleguemos a profundizar sinceramente nuestras mejores solidaridades. No podemos estar conformes con el México actual. ¿O sí?

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