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Pequeñeces/El mejor de los mundos posibles

Emilio Herrera

Pues resulta que “el mejor de los mundos posibles”, que dijera Voltaire, se ha venido poniendo cada día peor. Lo dijo por la gente que impaciente, con frecuencia decide por sí misma, no obstante saber que, si espera lo suficiente morirá tarde o temprano. Por supuesto, hay quienes no lo dejarán, así duren mil años. Son aquellos que tienen con qué pasársela super bien y que por lo mismo, efectivamente este mundo es el mejor de los que hubo, hay y esté por haber; pero no todos tienen esa oportunidad.

Y ni siquiera es la simple pobreza la que hace renunciar a la vida a aquellos que por sí mismos se la quitan. Lo que no soporta el hombre, o lo soporta hasta cierto límite, es el dolor.

Frente al dolor es que algunos levantando el rostro hacia donde le han dicho que está Dios, le dicen: “Ya está bien: ¿encima de la pobreza, la falta de educación y de oportunidades, este cúmulo de dolores? Como que no. Mejor me mato”. Y se suicida.

Pero, no por el hambre y ni siquiera por su mala suerte que le hace incapaz de pegarle a nada, ni siquiera al amor. Sencillamente por el dolor. Por el dolor que es lo peor de todo.

¿Quién no daría la vida por no sufrir el dolor? Pues es al dolor, dolor físico o moral, al que tratan de escapar con su muerte los suicidas. Algo de eso supo Jesús, como hombre, cuando clavado en la cruz clamó: “Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?”. En cierta manera ¿no es la muerte de Jesús una especie de suicidio en aras del amor hacia el ser humano, hacia su máxima creación a la que no podía liberar del dolor por otro camino que no fuera el de la muerte?

“El temor a la muerte inspira con frecuencia a los hombres tal odio a la vida y al espectáculo de este mundo, que llegan a darse muerte en un acceso de desesperación, olvidando que el origen de sus males es precisamente el temor a morir”, dijo Lucrecio.

Pero, claro, el suicidio es un momento de locura y soledad inevitable casi siempre. Que acaso pudo evitar un médico si hubiera dedicado al caso el tiempo necesario para recetar el medicamento exacto capaz de quitar o reducir al menos, los dolores que le hacen odiosa la vida a su paciente, pero que, por una cosa o por otra, no pudo encontrar entre sus muchas otras atenciones a otros dolientes. Por lo regular se suicidan sólo aquellos que no pueden mantener un contacto frecuente con los médicos, que pueden mantener sus esperanzas de sanar del todo o la disminución temporal de sus dolores. Es decir, que el dinero no deja de entrar en juego en esta situación en que la vida y la muerte se barajan, condición que deberían tener en cuenta los servicios sociales correspondientes antes de suspenderlos para apoyarse en ello y obtener mejoras salariales.

Por otra parte, en fin, existe el destino y nadie puede escapar del suyo haga lo que haga y así muchos proclamen ser arquitectos del suyo propio, lo que no pasa de ser un decir como otro cualquiera. Amén.

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