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Pequeñeces/Fumando espero...

Emilio Herrera

Los fumadores son gente que si no existiera el tabaco, tampoco ellos. Los primeros fumadores de cigarrillos surgieron de aquella exitosa campaña publicitaria de principios del siglo XX en que una bella y joven mujer rogaba a un fumador que dirigiese el humo hacia ella. No se sabe si le hicieron caso o no; a lo mejor no, porque acabó fumando por su cuenta en todas partes, con excepción de las iglesias.

Yo crecí entre fumadores: mi tío Manuel como buen agricultor de aquella época fumaba cigarros de hoja que él mismo se hacía sacando todo lo que para ello necesitaba de una bolsita de tela con una etiqueta que algo decía de cierto tigre; Vicente, su hermano era adicto a aquellos cigarros ovalados, únicos que no tiraban a redondos y como cuando se quedaba en casa dormía en mi recámara y fumaba en la cama para llamar al sueño, ya podrán imaginarse la cantidad de humo que, sin pedirlo, yo tenía que respirar a diario.

No quiere decir esto que, llegado el momento, yo no fumara. Entre que me tiraran el humo a la cara y dirigirlo yo a la de otros escogí lo último, pero, no obtuve con ello ningún placer, además de que cuando, en tiempo de invierno, por ejemplo, me metía las manos a la bolsa las sacaba con las uñas llenas de tabaco y no me gustaba. Así que dejé de fumar igual que empecé a hacerlo, de buenas a primeras.

Es probable que aquella breve etapa en que fumé me haya hecho acomodarme a los ambientes donde todo mundo fuma menos yo; sin embargo, entiendo que haya gente que no soporta, ya no digo que le echen el humo al rostro, pero ni siquiera ver fumar, como entendí aquella campaña que Hillary Clinton mantuvo en su país hará unos diez años contra los fumadores.

Las campañas publicitarias que hacen los fabricantes de cigarrillos llevan a uno a creer que todo mundo fuma, particularmente cuando está esperando y tiene no sólo la boca sino también las manos desocupadas; sin embargo es posible que no sea así y que el número de los no fumadores también sea grande. En todas partes, pues, debería reservarse un sitio para los no fumadores, particularmente en los restaurantes, pues el estómago se resiente y empieza a flaquear con el humo que le llega de la mesa de al lado. Y ni modo de decir a los fumadores que el fumar les echa a perder el sabor de lo que comen; no le harán caso.

Los dueños de los negocios de comer que no tienen un sitio especial para los no fumadores, tampoco pueden conservar a esos clientes. Es posible que ni siquiera se den cuenta de lo que con ello pierden, pero que no los conservan es cosa cierta. Lo conveniente, pues, para unos y otros es separarlos. Particularmente para los grandes restaurantes que cuentan con suficiente espacio esto es muy fácil, pero grandes y chicos deben hacerlo de manera bien visible para que tanto los fumadores como los no fumadores puedan verlo de inmediato y elegir su sitio.

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