Las primeras damas de Tlaxcala y Nayarit están decididas a relevar a sus respectivos maridos en la gubernatura de sus correspondientes estados, en cuanto aquéllos terminen su propio tiempo. Que las mujeres tengan derecho a dedicarse a la política, ni quién se los quite; pero, lo que en este caso debería pensarse dos veces, es si está bien, o no, que una siga, precisamente, al otro. Ese es el verdadero problema que hay que estudiar y resolver, y que es un lío. Que haga política la mujer no lo es, ni lo ha sido jamás.
Si escarbamos un poco en la Historia nos encontraremos con Hatshepsut, la primera gran soberana de la historia universal que, por cierto, a veces aparecía ante sus súbditos como lo que era, mujer, y en ocasiones lucía barba postiza y lo mismo se hacía llamar reina que rey.
Mediante esa inversión sexual, algo jamás visto hasta entonces -aunque fuera tal vez solamente hacia el exterior- Hatshepsut hizo una advertencia, según cuenta Philipp Vanderberg en su biografía arqueológica “Nefertiti”: demostrar que la magistratura suprema egipcia no debía ser ejercida exclusivamente por hombres. Y así se fueron turnando, hasta que presentaron el caso más conocido, el de Cleopatra, de las que por cierto Egipto tuvo varias, siendo la más conocida, la que todos conocemos, la séptima.
Y bueno, pues desde entonces, cuando menos, a la mujer le da por gobernar abiertamente, que discretamente lo ha hecho siempre y en todos los países. ¿Con el lema de “Tanto vale, vale tanto,” que era todo un cuento, no gobernaba Isabel en la Madre Patria cuando Colón, gracias a ella, inició el viaje del encuentro? ¿Y qué pero le podemos poner, por esos mismos tiempos en Francia a Catalina de Médicis, la famosa reina negra, que fue madre de tres reyes y reinó treinta años en nombre de ellos? ¿Y a las Victorias e Isabelas inglesas y su Margaret Thatcher? ¿Y Catalina la Grande, que recuerda a aquella Semíramis que dizque construyó Babilonia y sus jardines colgantes? Que, nada; que a lo mejor si en lugar de perder tantos años negándole la igualdad política le hubiéramos dado, desde antes, la oportunidad de competir, algo que justificara esa decisión llevaría ya hecho la mujer mexicana.
Andar todavía a estas horas con que si sí o que si no, como que no, ¿no lo cree usted amable lector. En todo caso, igual que le pasa al hombre, entre ellas habrá de todo, casos en los que nos arrepentiremos de no haberlo hecho desde hace tiempo y casos en los que el arrepentimiento, será por haber llegado a hacerlo, sí lo hacemos.
La única cosa que hay que pensar bien, creo yo, es que no se permita que una siga al otro; que se establezca la espera de un período gubernamental para que la esposa, o a la inversa, el esposo, pueda seguir en el mismo cargo a su pareja. Todo exceso es malo y seguirse uno al otro de inmediato lo es. Los hijos crecen y la ambición pudiera hacer presa en ellos llevándolos a pensar que ya están listos para seguirlos y lo que nace de una buena intención acabaría en una mala acción.