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Pequeñeces/Lo sucio de la guerra

Emilio Herrera

Para qué nos hacemos guajes, toda guerra es sucia, asquerosa y nauseabunda, lo mismo haya sido desatada por los griegos que por los norteamericanos, que por nosotros contra nosotros mismos. Esa fotografia que “Proceso” saca en su página ll del último sábado pone carne de gallina a los que somos medio cobardes, y a lo mejor cobardes de tomo y lomo, en la que se ve cuando menos a diez jovenazos armados de palos persiguiendo a un pobre diablo de su misma edad pero desarmado al que, para colmo de sus males seguramente ya no le quedaba aire que respirar ni fuerza en las piernas. A saber si salió vivo de aquello, y si así fue y puede ver este momento de su vida que yo veo, gracias a que una cámara fotográfica detuvo para todos ese tiempo, al volverla a ver habrá echado por la boca un aire que entonces no le alcanzaba, diciendo: “¡De la que me escapé!”

No se mirarán con mucho gusto los que le perseguían dispuestos, según se ve, a darle de palos más allá de los que pudiera soportar. Guerra entre hermanos fue esta nuestra ocurrida hace treinta y tres años, y que no tiene para cuando olvidarse. La prueba es esa fotografía tan bien guardada que hoy vuelve a salir. Al ver en Israel, hace años, junto con un grupo de escolares locales una serie de fotografías de los compos de concentración alemanes, le comentaba a mi guía que tal exhibición sólo podía despertar el odio de los estudiantes, y él me decía que no era esa la idea, que la idea era sólo la de que no olvidaran. ¿Cuántos mexicanos de los sacrificados aquel junio del 71 hubieran sido útiles a México de haber vivido? Dicen que murieron 23 y la mayoría de los que se enteran de ello dicen, si están con otros, o piensan si están solos: ¡Vamos, hombre! ¡Y por tan pocos tanto escándalo! Pero, ni en esta guerrita nuestra de entonces, ni en las que mantiene Bush donde le place es importante la cantidad de muertos, lo importante es que a lo mejor entre los que perdieron la vida iba una que, por ejemplo, en el caso nuestro, hubiera sido capaz de transformarnos. ¿Quién puede asegurar que no? Y un hombre así no nace todos los días. ¿Cuántos años más tenemos que esperar para que ese nacimiento vuelva a suceder? Me dirán que pensar así es una tontería, y estoy de acuerdo con ustedes; pero, bueno, ¿y si no lo fuera?

Lo que sí lo es es tratar hoy de castigar al culpable o culpables de entonces. Nadie podía, ni siquiera pensar, en castigar tal matanza cuando ésta ocurrió. Entonces hasta pensar en ello era tonto; pero, también lo es pensar en hacerlo treinta y tres años después. Total que, como siempre, no damos una. Como si entre los que nos gobiernan no hubiera uno, siquiera uno, con sentido común y conocimiento de las leyes capaz de aconsejar qué es lo que pudiera hacerse para castigar a Echeverría con éxito frente al pueblo sin darle la oportunidad, que no merece, de hacerse pasar como víctima de sus enemigos políticos, lo que puede ocurrir con su aprehensión.

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