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Pequeñeces/ Los dineros del pueblo

Emilio Herrera

A mí lo que más me sorprendió de la noticia fue aquello de que ciertos, bastantes, miles de pesos habían sobrado. No lo de que de inmediato, cuando todavía sonaba el eco de la noticia, nuestros regidores se los apropiaran, sino el de que sobraran. Porque, cómo puede sobrar nada si el dinero que allí se maneja es tan del pueblo como la silla de don Juan en la hostería de Cristófano Butarelli, donde la había comprado por adelantado. Así el pueblo, da el dinero de los presupuestos para que se gaste en obras que le beneficien y de paso se paguen los salarios de quienes se ocupen de ello. Pero, hasta allí las cosas.

Sobrar, ¡cuernos!, porque el presupuesto siguiente puede y debe comenzar, gracias a una tradición contable, con la famosa partida de “Saldo anterior”.

La cuestión es que cosas como éstas no deben alentarse, porque de hacerlo se van a encontrar con algo parecido a lo de las horas extra que, desde que se descubrieron no han parado de crecer. En cuanto a devolver eso que ya dieron el nombre de suyo, en México nadie devuelve nada, con excepción del par de chamacos del anuncio televisivo que todos habrán visto. O les puede pasar lo que a aquel comerciante de la Hidalgo que allá por los cuarenta o cincuenta llevó un cheque de cien mil pesos al Banco de México que entonces estaba en la esquina de Hidalgo y Valdés Carrillo, en frente del Nacional de México y también era de depósito; no quería llevarse su importe sino sólo ver el bulto que hacían las monedas, entonces de plata, en las talegas correspondientes. Como no lo pudieron convencer de que no lo hiciera, entre otras cosas porque el espacio entre la pared y las ventanillas del Banco era muy angosto, no les quedó otro remedio que darle gusto, y comenzaron a salir las talegas por la ventanilla correspondiente: una, dos, tres, etcétera, etcétera, setenta y seis, setenta y siete, setenta y ocho, creo que no aguantó más de ochenta y seis antes de desmayarse, porque una cosa es que los codiciosos reciban cheques de tanto más cuanto, o los hagan y otra ver el montón de dinero que tienen y no de billetes sino de plata o de oro. Más que la tierra en el campo, más que las propiedades urbanas, la lana en monedas de oro o de plata marea.

Pero, en fin, vuelvo a repetirlo, el dinero que dijeron que sobraba, en última instancia tenía un dueño que era y es el contribuyente y él lo único que le pide a los Gobiernos es que lo gasten bien, particularmente en servicios para que sirva a toda la comunidad, aún a aquellos que temporalmente, por las malas circunstancias que atraviesen no paguen impuestos y hasta a los que, definitivamente, nunca han pagado. Pero que se apropien tal “sobrante” que no lo es, eso no es gastarlo bien. Y si ellos, los que lo aplicaron en su beneficio, consideran que devolverlo se ve mal, peor se ve, que no lo hagan esos señores cuyos nombres vienen adjuntos a la invitación al Primer Informe de Gobierno del licenciado J. Guillermo Anaya Llamas quien, dignamente, no ha querido beneficiarse con nada de ello. Es cierto que, como dijo Vespasiano, el dinero no huele; pero, también hay que recordar que no viviremos para siempre, sólo tres días y nuestras malas acciones también las dejamos en herencia.

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