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Pequeñeces/Posadas y peregrinos

Emilio Herrera

Dicen que “al otro lado” a los días que van del veintiséis al treinta y uno los consideran y les llaman treceavo mes del año. Será o no será, es lo de menos, pero que es buena puntada, sí lo es.

El mismo hecho de pasar a ser un mes más corto que febrero le da cierto atractivo, que sería mayor si se estableciera un pago extra para justificarlo aunque más que cuantioso fuera simbólico. Pero las fantasías, aun siendo de nuestros primos que se las dan de espléndidos y generosos también tienen sus límites.

Algunas son las cosas que han cambiado en diciembre, cosas que sucedían y hoy ya no suceden, o al menos no tanto. Ahí tenemos, por ejemplo, las famosas posadas que cuando yo las conocí eran cosa de pedirla entre los habitantes de un barrio tocando en los diferentes domicilios con cuyos dueños de antemano se ponían de acuerdo y luego reuniéndose en uno de ellos, donde ya estaba colgada, en el patio o en la misma sala una piñata, todos, y más los adultos que los niños, se dejaban tapar los ojos, que les dieran vueltas alrededor de ella, tocarla, estirando el lazo que la sostenía, para luego ofrecerle un palo que tomaba en sus manos y trataba de romperla. Las posibilidades eran mínimas, pero de eso se trataba porque mientras lo intentaba hacía algunos desfiguros que hacían reír a los asistentes. Cuando, por fin, alguno rompía la piñata, más que nada porque ya era tiempo y le tapaban los ojos de tal manera que algo pudiera ver, dejaba caer la fruta que le ponían dentro, tejocotes sobre todo, sobre la que los niños se abalanzaban para recoger del suelo.

Después de aquello seguían los rones como intermedio y luego comenzaban los juegos de prendas para los que cada quien entregaba alguna pertenencia personal, anillos, pulseras, prendedores, plumasfuentes, lapiceros y etcéteras que tenían que rescatar haciendo lo que le pidieran. Que Alberto cante tal o cual canción solían pedir a los que sabían que Alberto tenía buena voz y era entonado, aunque también podían pedírselo por todo lo contrario; que Porfirio declame, tal o cual poesía, que por supuesto no sólo se sabía sino que le gustaba, aunque de ello a recitarla bien hubiera un mundo; en una ocasión a Rafael, que declaró no saber hacer nada, con excepción de pararse de manos, con eso se le castigó, aunque para lograrlo tuvo que intentarlo su buena media docena de veces. Puede ser que en estos tiempos eso siga ocurriendo en alguna casa particular, pero, los tiempos cambian, y a mí se me hace que los peregrinos ya no son dados a tocar puertas ni a pedir posada, y menos con el frío que estas noches hace.

Otra costumbre del pasado era la que en este día se trataba de hacer “inocente” a alguien, aunque no precisamente para reírse de él sino para tener la oportunidad de obsequiarle, cosa que se estaba obligado a hacer si se le hacía “inocente”. Candorosas costumbres de hace más de cincuenta años con las que se desarrollaba y vigorizaba la amistad.

¡Feliz y saludable Año Nuevo!

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