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Pequeñeces/Viajes

Emilio Herrera

A mí me gusta viajar, ustedes lo saben. De vez en cuando Elvira y yo hacemos algún viaje largo, pero no solamente esos viajes son viajes, los cortos también y muchas veces, mejores que aquéllos.

Como desde hace tiempo mi tiempo es realmente mío, diariamente voy a donde quiero, a ver a los que admiro, no me falta porqué y en ocasiones ocupo la banca que usaba Don Fulano, o la silla en que solía sentarse Perengano. Y así como los norteamericanos, por ejemplo van a Pamplona, no precisamente porque ya estén tan metidos en los toros como lo están en los vinos que hasta los hacen, sino para sentarse en la silla que solía usar Hemingway en su café preferido, o los franceses a Venecia para hacer lo mismo en el café preferido de Proust, yo en ocasiones voy al Parque Venustiano y ocupo la banca que utilizaba Rafael para leer por las mañanas sabatinas su ración de Proust del que era un profundo admirador y conocedor, mientras Marcela y Betina, sus hijas, jugaban por allí cerca. Pero voy, también, de vez en cuando a la plaza, no porque a ella fuera la generación de “Cauce” sino porque desaparecidos los cafés y restaurante en que se reunía, la Plaza de Armas es el sitio más cercano a ellos. Y esto, que me lleva las pocas horas de una mañana, ¿no es todo un viaje?

Allí convoco a los viejos amigos, a Pablo C. y a Rafael, mis dos compadres, a Federico, a Flores Ramírez, a Díaz Durán, a Alonso Gómez, al veracruzano ingeniero Juan José González, a Enrique Mesta, a Faedo que durante algunos años nos brindó sitio y con dificultades algún refresco, todo esto cuando todavía éramos “Liceo” y “Cauce” se gestaba. El milagro es que a pesar de la hora mañanera y del solerón, sus vislumbres acudan aunque, de inmediato, se refugian bajo el árbol más cercano.

¿No es éste un viaje? Lo es. Como lo son otros que en compañía de Octavio hago al café de Juárez y Colón para ver en este sitio a gente muy respetable y querida, que son algo así como las “catedrales del sitio”, es decir, que el día que falten mi turismo se acaba.

Como en todos los viajes, las meseras también hacen la diferencia: las que son buenas fisonomistas y no necesitamos decir qué queremos para que aparezcan con ello, y aquéllas a las que no sólo tenemos que decírselo sino repetírselo, igual que en cualquier “Delmónico” del mundo.

Tu ciudad es tan desconocida para ti como humildemente aceptes desconocerla y le dediques tiempo para conocerla mejor, sobre todo ahora que los nuevos puentes nos ponen en sitios que no que hayamos olvidado sino que, sencillamente, no conocemos, de nuevos que son.

Bueno, pues a ellos, a viajar a ellos, a hacerlos parte del Torreón tradicional. Así como el Viejo Torreón adoptó al siguiente y lo hizo suyo, así hay que acoger al que está llegando, lo mismo al que viene con la magnificencia de sus nuevas construcciones que al más modesto que sólo proporciona techo a sus habitantes, dispuestos a contribuir al desarrollo futuro de nuestra ciudad.

Viajemos, pues, por nuestra ciudad siempre que podamos, que ella tiene mucho qué enseñarnos, además de recordarnos.

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