La muerte siempre toca a la puerta de manera sorpresiva. En realidad nunca tiene permiso. Preguntemos a los habitantes del municipio de Piedras Negras en Coahuila. La muerte ha llegado a sus puertas sin anunciarse, repentina, con la crecida del río Escondido. Una treintena de muertos, decenas de desaparecidos y miles de damnificados es el saldo que agobia el corazón. Las imágenes sacuden a los mexicanos en una semana que algunos quisieran dedicar íntegramente a la oración y otros al descanso y la diversión.
La pregunta insistente que se hacen los habitantes de Piedras Negras es: ¿Por qué no nos avisaron? La responsabilidad de supervisar las corrientes de los ríos y prevenir posibles tragedias les corresponde a las autoridades estatales de protección civil y a las federales de la Comisión Nacional del Agua. Ninguna señaló que el río Escondido pudiera desbordarse de la manera que lo hizo. Ninguna advirtió de la inminente tragedia.
El gobernador de Coahuila, Enrique Martínez y Martínez, afirma que no había precedentes para una crecida del tamaño de la que se registró. La gente de la localidad lo confirma. Nunca antes el plácido río Escondido, que en años anteriores se había visto amenazado por la persistente sequía del norte del país, había llevado tanta agua. Nunca antes ese cauce había sido tan turbulento, tan violento. Coahuila no es Tabasco, que todos los años se inunda por la crecida del río Grijalva. Su tierra es seca y sedienta se traga el agua cuando cae de los cielos.
Sin embargo, cuando la tragedia golpea de la forma en que lo hizo en Piedras Negras, es difícil no buscar a un responsable. Es humano señalar culpables de las tragedias humanas, de los desastres naturales. Y en estos casos resulta casi inevitable que sea el Gobierno del estado.
En los nuevos tiempos mexicanos nada queda alejado de la política. El gobernador de Coahuila ha expresado su deseo de buscar la candidatura presidencial del PRI. Este sólo hecho lo hace blanco de ataques. NI siquiera los muertos merecen respeto cuando se busca el poder.
Cada tragedia humana que yo recuerdo revela los mismos hechos en nuestro país. Para empezar está la falta de preparación. Hoy se puede decir que nunca las aguas del río Escondido tuvieron los niveles que alcanzaron en los últimos días. Cuando los terremotos del 85 destruyeron manzanas enteras del centro y la colonia Roma de la ciudad de México se dijo también que nunca antes había habido en la capital de la República un terremoto de esa magnitud. El huracán Gilberto, que devastó isla Mujeres, Cancún y, a su reingreso a tierra desde el golfo de México, Monterrey, fue recibido también con afirmaciones de que nunca antes había golpeado a nuestro país un fenómeno de tal magnitud.
La lección es una misma en todos los casos. Las autoridades de protección civil en todo el país deben esperar lo inesperado. No es fácil, por supuesto. A veces es incluso imposible. Pero esa es la función fundamental de estas oficinas gubernamentales.
Toda tragedia tiene siempre beneficios. Lo vivimos con el huracán Isidoro que devastó las zonas rurales de Yucatán y Campeche hace un par de años. Las viviendas destruidas por la fuerza del meteoro eran excesivamente precarias. Algunas de las que se han reedificado son ya más sólidas y más dignas de llamarse casas. Las aguas de las grandes tormentas, por otra parte, se filtran por la tierra seca y renuevan los mantos acuíferos que la sobreexplotación ha vaciado. Los grandes huracanes del Pacífico de los últimos años, como el Juliette de 2001, causaron destrucción en Baja California Sur; pero llenaron las presas del noroeste del país que la sequía de los años anteriores había dejado secas. Está como ejemplo la Abelardo R. Rodríguez de Hermosillo.
Hoy esta avenida primaveral del río Escondido que ha ahogado a los habitantes de una parte del municipio de Piedras Negras puede convertirse en un preludio a un año de grandes lluvias. Los expertos esperan ya seis huracanes en el Caribe para este año. Las lluvias torrenciales traerán como siempre un caudal de tragedias para algunos, pero terminarán por restañar los daños de las sequías de los años anteriores.
Ésta es, quizá, la Ley de la naturaleza. Pero es también la razón por la cual las autoridades de protección civil deben prepararse siempre para lo inesperado. Esa es, después de todo, su razón de ser.
Extradición
No debe sorprendernos que Carlos Ahumada haya buscado refugio en Cuba para enfrentar desde ahí su proceso judicial. La experiencia nos demuestra que los procesados que deben ser extraditados primero gozan de enormes ventajas legales sobre quienes son aprehendidos en territorio nacional. Lo absurdo con nuestro sistema legal sería no huir del país.
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