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Pilotos sin cabina

Jorge Zepeda Patterson

Cuando se piensa en los excesos salinistas y echeverristas, por mencionar algunos de los muchos abusos del pasado priista, debemos agradecer el arribo de la democracia a nuestro país. Gracias a la alternancia nadie puede conducir al país de la manera discrecional y arbitraria en que lo hacían estos caciques. O mejor dicho, nadie puede conducir al país. Punto.

Hace una semana, en este mismo espacio, reflexionaba sobre la crisis de gobernabilidad que se nos viene encima. La debilidad que experimentan los Gobiernos en todo el mundo (por la globalización que va desde el terrorismo internacional hasta Internet, pasando por los trabajadores emigrados, las drogas o los mercados financieros) es aún más acuciante en el caso de México. En el pasado vivíamos en un régimen presidencialista en el que los mandatarios podían conducir al país en la dirección y la velocidad que tenían a bien. Salinas fue el último presidente que hizo y deshizo a voluntad. Dominaban al Congreso a los jueces, a los medios de comunicación y al presupuesto. Desde luego, también tuvo a bien imponernos a Raúl Salinas y otras infamias. Actualmente un mandatario ya no podría perpetrar tales afrentas a la nación. Para ser exactos, no hay mucho que Fox pueda perpetrar hoy en día.

Los Estados Nacionales viven a la baja en todo el mundo. Pero el Estado Mexicano se desploma en caída libre. La división del mercado político en tres partidos y el peso que tiene el Congreso sobre el Ejecutivo amenaza con provocar una parálisis de aquí en adelante. Difícilmente habrá en lo sucesivo un partido que alcance una mayoría absoluta en las Cámaras. Los márgenes de conducción que tendrá el Ejecutivo sólo permiten llevar la carreta al paso, sin posibilidad de cambiar el rumbo y la velocidad (y de cambiar la carreta mejor ni hablamos). El problema no es que gobierne el PAN, el PRI o el PRD; no, el problema es que ninguno tiene realmente posibilidades de gobernar de manera efectiva.

En Estados Unidos funciona un régimen presidencialista, a imagen y semejanza del cual construimos el nuestro. Pero carecemos de tres factores que a ellos les permite funcionar eficazmente. Primero, que allá sólo hay dos partidos, lo cual significa aritméticamente que siempre hay una mayoría absoluta. Si se trata del partido del presidente, no hay problema para establecer una política propia y en caso contrario, cuando domina la oposición, al menos sólo hay un interlocutor con el cual negociar. En México, en cambio, la preeminencia de tres fuerzas políticas (PAN, PRI y PRD) provoca que ninguna de ellas alcance una mayoría capaz de ofrecerle al Ejecutivo condiciones estables para gobernar.

Segundo, carecemos del profesionalismo de la clase política norteamericana. Hace unos días el jefe de la mayoría demócrata en la Cámara manifestó que estaban en contra de la decisión de George W. Bush de designar a Porter Goss como director de la CIA. Pero aseguró que se limitarían a expresar las razones de su descontento, pues dijo que no se opondrían a su ratificación por el Senado. Ello con el propósito de “dejar” gobernar al Presidente. Son las reglas no escritas de una oposición responsable. Saben que cuatro años más tarde ellos pueden estar gobernando y esperan que el partido Republicano, cuando sea oposición, les devuelva esas muestras de “civilidad”. En México la clase política todavía no ha asumido estas reglas básicas de convivencia. A lo largo del sexenio de Fox los partidos se han caracterizado por aplicar una estrategia de corto plazo encaminada a recuperar el poder a toda costa (o conservarlo, en el caso del PAN), sin tomar en cuenta las reglas de convivencia de un régimen de alternancias.

La fragmentación del poder en la cabina de mando del Legislativo y el infantilismo de los que allí despachan ha terminado por provocar altas probabilidades de ingobernabilidad. A este punto se añade un tercero: la ausencia de un cuerpo civil de carrera en la administración pública. En otros países las altas esferas políticas pueden cambiar de colores y partido, pero en la base permanece el personal que asegura eficacia y continuidad. Hay un “know how” acumulado en la experiencia de muchas personas, el cual se conserva en su sitio pese a que el cuadro del presidente cambie en las paredes de sus oficinas. No ha sido el caso en México, en que el desmantelamiento de delegados por todo el país y el recambio de los puestos de mando en las secretarías para dar entrada a los panistas, han trastocado buena parte de los quehaceres y procedimientos de cada oficina.

¿Qué cambiar de estos tres factores? Desde luego, será imposible disminuir de tres a dos los partidos predominantes. No está mal que haya al menos tres versiones que intenten representar los intereses de la heterogénea y desigual sociedad mexicana. Pero en los otros dos factores se puede hacerse mucho. Es imprescindible emprender una profunda revisión de las relaciones entre el poder Ejecutivo y el Legislativo. Y no me refiero a apelar al sentido de responsabilidad de los legisladores. Se requiere mucho más que eso: modificaciones constitucionales que permitan un régimen a medio camino entre el presidencialismo y el parlamentarismo. De esa forma, a semejanza de Europa, el mandatario gozaría de una mayoría en el Congreso a través de pactos formales que permitan un Gobierno eficaz. No podemos depender del capricho o los humores de un senador o un diputado influyente, capaces de paralizar reformas por los dictados de su agenda personal. Requerimos formas de Gobierno que obliguen a una alianza formal entre las fuerzas políticas para darle a la administración la posibilidad de conducir los destinos del país. De otra forma seguiremos sin piloto en la cabina de mando del país.

(jzepeda52@aol.com.mx)

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