Pekín, (EFE).- Hordas de turistas con gorra, guía y megáfono han logrado revivir la ciudad de Pingyao del ostracismo y la ruina en que se sumió al caer la Dinastía Qing, tras siglos de ser un bullicioso centro neurálgico de comerciantes y banqueros, en la China pre-comunista.
Los mercaderes de Pingyao fueron "famosos como los venecianos", según los historiadores de la ciudad, la única de China que se conserva totalmente rodeada por una gran muralla, de diez metros de altura, y 72 torreones de vigilancia distribuidos a lo largo de sus más de seis kilómetros.
Miles de casas tradicionales, con patios llenos de farolillos rojos y habitaciones alineadas en estricto sentido jerárquico, reproducen en Pingyao la China de cultura ancestral, en la que el patriarca tenía concubinas y los hijos predilectos estudiaban para ser funcionarios del gobierno, escolásticos o filósofos.
Aunque el actual trazado de la ciudad data de la Dinastía Ming (siglos XIV al XVII), la ciudad de Pingyao fue fundada en el siglo VII A.C. durante la Dinastía Zhou, en la ruta que unía Pekín y Xian, el inicio de la Ruta de la Seda.
Junto al Río Amarillo, Pingyao es un cruce de caminos entre la planicie central de China y el desierto del Gobi al norte, y por sus caminos circulaban comerciantes de la etnia Han que compraban productos de las tribus del desierto y vendían bienes de fértiles tierras del Sur.
Los vínculos comerciales, de los que se tiene noticia ya en el siglo I A.C. florecieron durante las dinastías Sui y Tang, en la famosa Ruta de la Seda, y alcanzaron su máximo desarrollo en la Dinastía Ming, cuando Pingyao se convirtió también en el centro financiero del país.
La prosperidad mercantil, que llevaba hasta Europa los productos y lujos de las zonas más orientales de la China, embelleció Pingyao con mansiones, templos y pabellones que hoy reviven para los turistas la cultura de este país, de más de 5.000 años de historia.
Las familias más ricas, como los Wang, los Qiao o los Cao, embellecieron Pingyao con templos, torres y calles empedradas, y construyeron en las inmediaciones de la ciudad verdaderas fortalezas de laberíntico entramado, con decenas de patios y aposentos de distinto rango que albergaban varias generaciones de la misma familia, sus profesores, vástagos y sirvientes, así como viajeros e invitados.
La mansión de Qiao, donde el cineasta chino Zhang Yimou filmó la película "La Linterna Roja", revela el entramado de relaciones familiares y mercantiles, pero también culturales, de mecenazgo e incluso rivalidades militares de estas grandes dinastías comerciantes, en los siglos XVIII y XIX.
Desde estas fortalezas, equivalentes a los castillos y palacios en la Europa medieval y renacentista, dirigían los patriarcas el destino de su imperio comercial, vinculado inicialmente a productos como la sal o la seda, que se amplió más adelante a bienes de varios tipos y los servicios financieros.
En el siglo XIX nació en Pingyao el primer banco de China, el Rishengchang, que empezó como una casa de tintes y terminó estableciendo una amplia red de bancos privados que operaban por todo el país, e incluso prestaba a la casa dinástica Qing.
Con la caída de la dinastía Qing vino la República, luego la ocupación japonesa, la guerra civil y finalmente el régimen comunista, que sumieron a Pingyao en el olvido y la ruina.
La ciudad "famosa por haber estado en lo más alto, se hundió en el fondo", según un guía sueco que acompaña turistas europeos.
En medio del tumulto político de la primera mitad de siglo en China, las grandes mansiones se dividieron para alojar a varias familias, según el modelo comunista, se sobre explotaron sus recursos y se abandonaron sus riquezas "feudales", ocupados sus moradores en cuestiones más urgentes como alimentarse.
Las murallas, que sufrieron el bombardeo japonés durante la guerra, todavía hoy presentan agujeros de cañón, pero las autoridades chinas empezaron a renovar las calles principales de la mano de la apertura y la modernización del país, a finales de la década de los años 70.
El gran empuje se lo dio a Pingyao la Unesco, que en 1986 le otorgó el título de "Patrimonio de la Humanidad", poniéndola como modelo de arquitectura Ming y Qing, y animando a las masas de turistas chinos a re-visitar su pasado histórico y cultural.
"Es más bonito que Xian, más auténtico", dijo a EFE una turista de Pekín que pasaba dos días en Pingyao, ciudad que hoy revive en sus calles el bullicio perdido durante los últimos cincuenta años, de la mano de la clase media del país.