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Plaza pública/Alfonso Durazo

Miguel Ángel Granados Chapa

Tremendo el efecto inmediato de la renuncia de Alfonso Durazo, serán todavía más contundentes sus secuelas y consecuencias. Las explicaciones rotundas a su dimisión serán acaso interpretadas desde el foxismo como un acto de deslealtad, pero son exactamente lo contrario. Sólo quien es fiel a una idea, a un compromiso y a la persona con quien contrajo este, es capaz de marcharse tras un vigoroso diagnóstico, en cierto modo un acto de autocrítica sin concesiones, como el que hizo el secretario particular y vocero del Presidente Fox.

Antes te vas tú que ella, respondió el todavía candidato a su amigo y compadre José Luis González hace más de cuatro años cuando su estratega mercadotécnico, el autor de campañas memorables en Cocacola (el público, jugador número doce en las contiendas del equipo nacional de futbol) deslizó la sugerencia de que Marta Sahagún fuera apartada de las tareas de comunicación de la campaña, o completada su tarea con la de un político de superior nivel. No son las palabras textuales pero sí el sentido. Una respuesta semejante en el fondo, no importa que no se haya formulado un planteamiento como el de El bigotón, asestó el presidente a Durazo, que abandonó el PRI para unirse al foxismo en mayo de 2000, tras de lo cual ganó la confianza del Presidente electo y la mantuvo y acrecentó después de la asunción del Gobierno.

Sin expresiones equívocas, con extrema claridad, la extensa carta de renuncia del antiguo secretario particular de Luis Donaldo Colosio constituye un reproche, y una denuncia, sobre el apoyo de su ahora ex jefe al juego de Marta Sahagún de Fox en pos de la candidatura presidencial: “Valoro que si bien hay condiciones para lograr la continuidad del PAN como partido en el poder, no existen en cambio condiciones propicias para la candidatura presidencial de la Primera Dama. Ciertamente el país ha avanzado políticamente, tanto que está preparado para que una mujer llegue a la Presidencia de la República; sin embargo, no está preparado para que el Presidente deje a su esposa de presidenta”. Una expresión como la que aparece al final de ese párrafo se ha repetido en diversas formulaciones. Se ha hecho desde el rigor analítico, la posición adversaria y aun la chunga trivial.

Dada la sinuosidad de las pretensiones de la mitad femenina de la pareja presidencial, era posible a la propia interesada, al Presidente mismo o a los oficiosos portavoces de una y otro, sugerir que poner las cosas en esos términos resultaba de la pura misoginia o pretendía sólo estorbar el desempeño del Ejecutivo, “el proyecto del Presidente” al que con frecuencia se ha referido la señora Fox. Pero hoy desde dentro de Los Pinos, desde el centro de la operación política de la casa presidencial ha surgido una advertencia en la misma dirección.

La situación va mucho más allá de un intriga palaciega, de los enredos burocráticos frecuentes e inevitables en el entorno de los poderosos. La severa crítica asestada por Durazo al Presidente Fox aclara y se agrega a las delicadas condiciones políticas que prevalecen en el país. Sin que se haga referencia alguna al enfrentamiento del Gobierno Federal con el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, del texto de la renuncia se desprende que Durazo mantuvo desacuerdos con la estrategia de excluir a Andrés Manuel López Obrador de la contienda electoral.

Sus alusiones a la necesidad del arbitraje presidencial para preservar las reglas de la equidad y el equilibrio en los comicios próximos no son una apelación al ejercicio de una autoridad jurídica a la que el Presidente es ajeno desde que el IFE goza de autonomía. Es, en cambio, un llamado a la alta responsabilidad del Jefe de Estado, que no debe mostrarse parcial en un proceso en el que, por añadidura, participa su esposa. El riesgo de que haya exclusiones, de que se pierda el equilibrio, sugiere Durazo, consiste en que las elecciones no se resuelvan en las urnas sino en las calles. Al gesto elegante y maduro de la casa presidencial, de permitir la difusión de la renuncia de Durazo como acto final de su gestión de vocero, siguió una débil respuesta, la obvia y simple expresión de desacuerdo con las afirmaciones del político sonorense. Eso significa que, una vez más, el Presidente ha tomado partido en favor de su esposa. En tratándose de otra pareja, tal solidaridad conyugal sería esperable, comprensible y hasta conmovedora y digna de admiración. Pero al optar por las aspiraciones de su mujer, el Presidente contribuye al debilitamiento de la institución que encarna.

Durazo dimitió ante el Presidente el 22 de junio. Desde ese día la renuncia estuvo en el escritorio presidencial. Ignoramos si sirvió para conversaciones entre ambos (o si, al contrario, en la carta se resumen las habidas con anterioridad). Como quiera que sea, no es que el Presidente haya sido puesto en la opción, que sería grotesca, de escoger entre su secretario particular y su propia esposa. Fue colocado, sí, en un dilema entre modos de ejercer el poder. Y eligió el que disminuye a la investidura presidencial. Durazo sirvió como secretario particular a Colosio en los últimos cinco años de su vida: en el liderazgo del PRI, en la secretaría de Desarrollo Social, en la candidatura presidencial. Por fidelidad a lo que para él representó el aspirante asesinado, se distanció de la política gubernamental. Al decir ahora que no llegó al proyecto foxista por casualidad ni quiere quedarse por inercia, es congruente consigo mismo.

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