Jorge G. Castañeda está celebrando el primer aniversario de su proyecto, bautizado Ideas del cambio, que presenta como un “movimiento ciudadano” encabezado por él, con doble propósito: promover, por una parte, tales ideas, y por otra situar ante la opinión pública al ex secretario de Relaciones Exteriores, con el fin de presentar su candidatura a la Presidencia de la República.
Esta es la tercera ocasión en que ese reputado profesor y activista dedica su inteligencia y su energía a esfuerzos relacionados con la búsqueda del poder Ejecutivo Federal. Lo hizo por primera vez en 1993 y 1994, cerca de Cuauhtémoc Cárdenas y un sexenio después en apoyo de Vicente Fox. Fructiferó su empeño en esa segunda oportunidad, su actuación en la campaña de la Alianza por el cambio fue muy relevante, y más lo fue su papel en el segundo semestre de 2000, durante la designación de los funcionarios de la primera presidencia cuyo titular no pertenecía al PRI. Él mismo fue nombrado canciller, desde donde desplegó una nueva política exterior en cuya aplicación tuvo aciertos y errores. El más notable de estos últimos fue la confusión entre su proyecto político personal y la nueva presencia mexicana en el mundo.
Después de varios meses en que buscó un cambio de ubicación en el gabinete (hacia la SEP o Gobernación) renunció a la Secretaría de Relaciones Exteriores en enero del año pasado. Conforme a su propio anuncio, siguió siendo un militante del cambio, como él mismo se ha definido, en consonancia con los propósitos de Fox, con quien explícitamente no rompió, y a cuya política quiso seguir sirviendo desde otras trincheras (como se dice en un abaratamiento de la metáfora de alcance militar).
A lo largo de un año, según su propia y prolija contabilidad, ha realizado 45 giras, que lo llevaron a 42 ciudades de los 31 estados y ha realizado un total de 225 encuentros (la propaganda de su movimiento hizo crecer la cifra un poquito, hasta “más de 250”) en que han participado ochenta mil personas, de muy diversa ubicación social.
Ese año de intenso trabajo ha dejado satisfecho a Castañeda, sobre todo porque lo ha hecho según asegura “al margen de cualquier oficialismo”. Para que esta aseveración sea enteramente creíble, convendrá que explique públicamente como ha costeado su movilización, y cuál es el status de su relación con el Presidente y dos amigos de ambos, Lino Korrodi y Elba Ester Gordillo. Como señales de algún grado de colaboración política entre todos ellos, recordemos que Castañeda escribió el prólogo del libro en que Korrodi da su versión sobre su tarea como reunidor de fondos para Fox. Por otro lado, una conversación suya con la jefa del sindicato magisterial (y ahora de una nueva central de trabajadores al servicio del estado) fue reproducida en el folleto donde en el verano pasado aparecieron transcripciones de intercambios telefónicos entre Gordillo y varios interlocutores.
De todos ellos, el único que acudió al ministerio público a denunciar la violación de su intimidad fue precisamente Castañeda, que hasta donde sabemos no ha conocido resultado alguno de la presunta averiguación iniciada a ese propósito. Otra aproximación suya al ámbito judicial tuvo hace dos semanas un resultado adverso.
Inició juicio de amparo (no “se amparó”, como suele decirse, pues si uno “se amparara” a sí mismo no se requeriría que interviniera la judicatura federal) contra una reforma reciente al código electoral, que impediría a Ideas del Cambio, la asociación civil que él encabeza (o encarna, según su publicidad) de buscar su registro como partido político.
Es un tema que amerita examen aparte, por lo que ahora sólo decimos que no le fue concedido tal amparo.
Dado que se trata de un asunto electoral, materia en que no es procedente el juicio de garantías, es seguro que Castañeda previera ese desenlace (como también la parálisis de su denuncia contra el espionaje telefónico) y hubiera emprendido ambos lances con el objetivo de ganar presencia en los medios y por lo tanto en el ánimo de los ciudadanos.
Apelar a recursos propagandísticos como ésos, su propia movilización y el ejercicio de su trabajo profesional como autor en la prensa y la radio, le han permitido contar con una proyección en que fundará el inminente, e innecesario, anuncio de que será candidato presidencial.
Él mismo, y sus publicistas, citan dos encuestas recientes en que figura con el seis por ciento de las preferencias electorales. Es nada y es mucho, pero sería ocioso atribuir a ese porcentaje una decisión asumida con anterioridad. Castañeda augura para el curso próximo de su acción “un escenario propicio donde por lo pronto (y esa será realmente la circunstancia condicionante) vamos a ofrecer una competencia efectiva y una alternativa ciudadana real”. Castañeda no es un iluso predicador de la democracia, sino un avezado conocedor de los factores reales de poder que pueden movilizarse en torno suyo.
Aunque no tendrá partido propio, esa falta no es preocupante. Ya hay uno a su disposición, el de Dante Delgado, que dará cuenta de su capacidad de convocatoria en los estados de su mejor rendimiento electoral, Veracruz y Oaxaca. Y la agrupación política nacional del magisterio, registrada a iniciativa de Gordillo por lo que pudiera ofrecerse sería una posibilidad alterna, convertida que fuera en un partido donde la base militante inicial sería el millón y medio de afiliados de que se ufana la nueva Federación Democrática de Servidores Públicos.