Antes de la videocrisis que golpeó rotundamente al Gobierno de la ciudad de México y al PRD, hacia fines de febrero, Cuauhtémoc Cárdenas consideraba ya la posibilidad de renunciar a sus tres cargos en el partido que contribuyó centralmente a fundar. Al comienzo de marzo, las revelaciones sobre corrupción que resultaron en acusaciones contra Rosario Robles, a quien Cárdenas ofreció apoyo casi constante, precipitaron su decisión. Y un desliz atribuido a Leonel Godoy le ofreció la coyuntura para marcharse de esas posiciones, para distanciarse de su partido.
Por tratarse de quien se trata, ese pareció ser el acontecimiento de mayor relieve en el octavo congreso nacional perredista. Pero todavía más importante fue la declarada imposibilidad de ese partido para cobrar conciencia de la circunstancia en que vive y de su papel en el presente y el futuro de la sociedad mexicana. En vez de admitir la cauda de errores, desaciertos, irregularidades, abusos, trampas y probablemente delitos en que una parte de sus dirigentes han incurrido, y de plantearse una refundación del partido, las querellas interiores dominaron una vez más su reunión, y de ella no surgió el nuevo PRD que la sociedad necesita, sino un partido hecho jirones. Se intentó eliminar un factor disolvente de la vida partidaria, evidencia del carácter federativo que tuvo su origen, que son las corrientes, tribus llamadas desdeñosamente por Arturo Núñez hace años, en un término que ha pasado a tener carácter meramente descriptivo. Y la propuesta fue aceptada con extraña complacencia por las corrientes mismas, seguramente porque esperaban suprimir sus efectos al votar la consecuencia de aquella decisión: Las elecciones de dirigentes y candidatos seguirán descansando en el voto universal y directo de los miembros del PRD.
Al resolverlo así el Congreso se aseguró implícitamente la permanencia de las corrientes (aunque formalmente desaparezcan o se conviertan en frentes ideológicos y no caudas de representación de intereses). Las elecciones internas son muy onerosas, para el partido y para los aspirantes. Para el partido porque la suspicacia y la desconfianza son costosas, ya que obligan al despliegue de un aparato administrativo y político que siempre queda en cuestión, pues de modo casi invariable los resultados son impugnados ante las instancias judiciales internas.
Los fallos de éstas no son garantía de definitividad, pues no ha sido infrecuente que los inconformes con decisiones inimpugnables impongan una contraria, por la simple vía de los hechos consumados. Las campañas electorales son onerosas para los aspirantes, si se trata de conquistar el voto de cada militante. En la ciudad de México, hace un año, hostigaba a la vista (y a la imaginación considerando los precios pagados) la propaganda de los precandidatos perredistas a jefaturas delegacionales y diputaciones. En otro género de elecciones internas, la del comité nacional, la sola movilización física de los aspirantes implica un gasto que sólo se puede solventar con apoyos financieros externos. Para evitar el dispendio de recursos (o la búsqueda y ejercicio de medios que pueden ser ilícitos) se propuso abandonar el sistema de elección universal y directa y sustituirlo por un procedimiento indirecto, en que delegados reunidos en convención escuchen a los candidatos, que no habrán tenido que realizar campañas, y decidan. El Congreso rechazó esa propuesta que deja, sin decirlo, con vida a las corrientes, con base en una convicción democrática que al menos provisionalmente, ante la situación de emergencia que vive el PRD (de la que los delegados al Congreso parecen no estar conscientes) hubiera podido quedar en suspenso. Percatado él sí de la urgencia de tomar decisiones inéditas, como la crisis a que debieran obedecer, Cárdenas propuso aun antes que se abordara el problemas de las corrientes, eliminar uno de sus efectos, que es la presencia de sus intereses (de los intereses tribales) en el comité nacional y en el consejo nacionales. Cárdenas pidió liberar “a la dirección del partido de las ataduras que le imponen los sectarismos y las cuotas. Demos plena libertad a nuestro Presidente para que lleve a cabo la restructuración de los órganos de dirección —del comité ejecutivo y el consejo nacionales para abajo—, que conduzca al fortalecimiento de nuestra organización y a dar viabilidad efectiva a nuestro proyecto”. Antes de que se discutiera esa propuesta surgida, hay que insistir en eso, de la percepción de emergencia expresada por Cárdenas, Godoy pareció desecharla. El diario La Jornada le atribuyó el rechazo, pues de aceptarla, se dijo en la información periodística, el líder del PRD se convertiría en un dictadorzuelo.
Godoy aclararía después que usó esa expresión no respecto de la propuesta de Cárdenas sino de militantes que sin más le pedían la destitución de unos dirigentes. Pero Cárdenas (que con su propuesta de dar plenos poderes a Godoy se distanciaba de la disidencia que una semana atrás realizó un congreso contrario también al presidente nacional perredista) tomó pie del presunto desdén que esa respuesta de Godoy contenía, y sin corroborar si lo publicado correspondía con lo dicho, se fue de los cargos que ejercía en el partido. Con eso agravó la crisis, con plena conciencia, acaso para forzar a que el PRD realice la autocrítica que no realizó ahora y lo ponga en situación de emerger libre de las ataduras de la corrupción, la evidente y la todavía oculta.