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Plaza pública/Elecciones veracruzanas

Miguel Ángel Granados Chapa

Veracruz en San Lázaro, el primero de septiembre: los diputados priistas provenientes de esa entidad (menos Miguel Ángel Yunes, ahora legislador independiente) caminan hasta llegar a la breve explanada verde al pie de la tribuna y exhiben carteles de protesta por la injerencia del Gobierno Federal en el proceso que culminará el próximo domingo.

En su respuesta al presidente, Manlio Fabio Beltrones incluye esa protesta entre los tenues reproches que dirige al presidente Fox. Esas demostraciones dan cuenta de la tensión creciente en el PRI frente a la jornada del domingo, en que serán elegidos, además de gobernador, 30 diputados locales y 212 ayuntamientos. El fantasma de la derrota, en un estado abrumadoramente priista antaño, fuente principalísima de votos en comicios federales, se ha cernido sobre las candidaturas oficialistas cuanto más se aproxima la elección. Por lo pronto, es un hecho que aun si obtiene la gubernatura, el PRI será un partido minoritario, pues las fuerzas opositoras sumarán mayor número de votos. Si hubiera prosperado la tentativa de unir a los dos candidatos de la oposición, por más deserciones que la alianza hubiera provocado, es seguro que su opción hubiera resultado triunfadora.

Fidel Herrera Beltrán es el candidato del PRI (y del PVEM y un partido local). Se abrió paso hacia la candidatura entre ademanes coléricos de sus contendientes en el proceso interno. Aparecía, hasta hace poco, como el más viable ganador. Todavía en julio, la encuesta de Reforma lo ponía a la cabeza, con 45 por ciento de preferencias electorales, con quince puntos de diferencia respecto de Gerardo Buganza, el candidato panista, que alcanzaba entonces 30 puntos, mientras que Dante Delgado el tercer candidato, sostenido por su partido Convergencia y por el PRD y el PT, estaba en 25 puntos.

En sólo un mes, sin embargo, la diferencia entre Herrera y Buganza se achicó: en el sondeo del propio periódico Reforma realizado cerca del fin de agosto, vísperas electorales de hecho, el priista había perdido seis puntos y el panista ganado tres, con lo que la brecha se cerró a seis puntos: 39 y 33. La disminución de la preferencia por el PRI benefició también a Delgado, cuyo porcentaje subió a 28 por ciento. Una encuesta todavía más reciente, levantada por la agencia Ipsos-Bimsa, parecía hacer anticipada realidad el pronóstico aventurado en su propio provecho por Buganza: caballo que alcanza, gana.

Esa indagación, en efecto, mostraba un empate aritmético entre los candidatos del PRI y del PAN: al ganar Buganza tres puntos perdidos por Herrera, se habrían igualado en 36 puntos (mientras que Delgado permanecía en 28). La jornada de pasado mañana, que por primera vez reúne las tres elecciones locales, será la desembocadura de procesos en que los tres partidos principales se vieron sacudidos por disensiones internas, reveladoras de la presencia de fuertes intereses y tensiones. Aunque las tres formaciones han padecido la deserción de miembros notables, el PRI vive hoy el peor divisionismo de su historia en esa entidad.

Convergencia, el partido de Dante, es la principal evidencia de la fractura priista: el incontrastable predominio tricolor en la entidad se quebró de modo irreparable cuando Fernando Gutiérrez Barrios (que ganó la secretaría de Gobernación, paso anunciado por él mismo, al recibir a Salinas en un inmenso mitin frente al mar) cayó de la gracia del grupo salinista, que le asestó un doble golpe: lo echó de Bucareli y nombró para sucederlo a Patricio Chirinos, que ya era o se convirtió en su enemigo. Puesto que aun en desgracia Gutiérrez Barrios era un adversario poderoso, la inquina de Chirinos y su secretario de Gobierno, Yunes, se cebó en Dante Delgado, que había sustituido al experimentado policía político en el tiempo en que despachó en Gobernación.

Desde la cárcel en que lo recluyó Chirinos, mediante acusaciones que la justicia federal declaró sin sustento, Delgado fundó su propio partido, con miembros salidos del PRI. En poco tiempo Convergencia alcanzó representación parlamentaria federal (hoy tiene una bancada chica en San Lázaro, la menor de todas. con el número indispensable para constituir grupo, cinco diputados y un senador, remanente de su participación en el 2000 en la Alianza por México). Tras una aparición fulgurante en Veracruz, en la elección de 1997, sólo ahora comienza a cobrar verdadera fuerza, notoria aunque no ganará la gubernatura.

Además de esa escisión que data de hace ocho años, la selección de Herrera produjo discordias interiores, expresadas sobre todo por los diputados Yunes y Tomás Ruiz, que ingenuamente disputaron la candidatura, con mayor candor después que su madrina Elba Ester Gordillo dejó de ser protagonista en San Lázaro.

Aunque no ha provocado la migración ostensible de militantes, la pertinaz campaña de Yunes contra Herrera y el gobernador Miguel Alemán ha servido para comprobar la existencia de intereses encontrados en el PRI veracruzano, que se reflejará en las urnas. Buganza, a su vez, se hizo panista hace diez años, en su natal Córdoba, cuando fue elegido síndico municipal. Fue después diputado en 1997 y aunque en 2000 perdió la senaduría (frente a la fórmula de Gutiérrez Barrios y Herrera Beltrán), ingresó a Xicoténcatl como representante de la primera minoría.

Dos ex diputados federales, Roberto Bueno y Sergio Vaca Betancourt rehusaron apoyarlo y se fueron del PAN a Convergencia. Eso pasa hasta en las mejores familias.

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