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plaza pública/Panismo desgastado

Miguel Ángel Granados Chapa

La asamblea nacional panista resolvió que, como se hizo en 1999, sólo sus miembros (activos y adherentes) elijan candidato a presidente de la República. Se conjeturaba que esa decisión iría en contra del secretario de Gobernación, cuya tarea lo hace conocido y apreciado fuera del partido. Pero una encuesta de Reforma entre un sector de los asambleístas reunidos en Querétaro, los mismos que impidieron el voto externo, lo favoreció ampliamente: con 36 por ciento de las preferencias, superó con doce puntos al senador Carlos Medina Plascencia y casi duplicó el 19 por ciento alcanzado por Felipe Calderón.

Éste, sin embargo, apareció como el principal beneficiario de la asamblea: sus partidarios le mostraron abiertamente su adhesión con propaganda que lo identifica con el PAN; fue el más aplaudido de todos en la sesión sabatina y el proyecto que bajo su dirección preparó su equipo es ya el programa político panista. Con todo, subsiste la posibilidad de que reserve sus activos para aspirar a la Presidencia no en 2006, sino un sexenio más tarde, para no resultar afectado por el desgaste que ejercer el poder ha producido al PAN.

Será en efecto difícil que los votantes refrenden a Acción Nacional su confianza en la elección presidencial. Ya le propinaron un revés en las legislativas del año pasado, cuando perdió más de medio centenar de curules en la Cámara de Diputados, respecto de las obtenidas en la misma fecha en que ganó la presidencia. Y dondequiera se aprecia un reflujo del voto panista: en este mismo mes ese partido podría perder la alcaldía de Mérida, muy significativa para el panismo porque fue la primera capital de estado en donde se admitió un triunfo suyo, en 1967 y porque la ha gobernado sin interrupción desde 1991.

En parte por haber generado altísimas expectativas, que por su propia dimensión era imposible convertir en hechos, en parte por su propia ineficacia y en parte por factores ajenos (los del exterior y los que causa su falta de mayoría en el Congreso), la presidencia de Fox ha sido decepcionante para muchos ciudadanos que en 2000 votaron por él. Ha sido notoria en estos días la campaña publicitaria de Santiago Pando en favor de su suegra Artemisa Aguilar, procesada sin base según el autor de la estrategia de publicidad que fue un ingrediente del triunfo foxista: Pando reprocha al Presidente permitir que sus colaboradores, como el general procurador general de la República lo engañen y simulen hacer justicia cuando en realidad fabrican culpables. La señora Aguilar era empleada del Instituto Nacional de Migración y está acusada de encabezar una banda de traficantes de personas. El Ministerio Público federal basó su acusación en el testimonio de personas extorsionadas que no han ratificado su declaración porque fueron deportados.

Naturalmente, una golondrina no hace verano. Pero por vistosa la posición de Pando en defensa de su suegra (que vivía modestamente en casa de una de sus hijas, pues al enviudar no contaba con patrimonio propio) ilustra las desilusiones de muchos y confirma la percepción que expresaron en las urnas quienes no votaron por Fox. En su defensa, éste apela con frecuencia a la excusa de que la falta de apoyo parlamentario impide “las reformas que el país necesita” como reza un lugar común que ya nada expresa. Pero esa falta de colaboración que en efecto afecta la realización del programa de Fox sólo explica en parte sus insuficiencias. Por poner un ejemplo paradigmático de áreas en que con los instrumentos actuales podrían propiciarse mejoras importantes o frenar el deterioro de actividades antaño florecientes, basta citar el contrabando, que a los ojos de todos pone en las calles de grandes ciudades y pequeños poblados mercancía que desplaza a la fabricada en México con apego a la Ley. Y no se requiere una Reforma Estructural para impedir esa ilegal introducción de toda suerte de mercaderías.

La presencia panista en el Congreso, lejos de aceitar las relaciones con la oposición, la entorpece. En la Cámara de Diputados, especialmente, se ha optado más por la riña que por la colaboración. Cuando se intentó caminar por esa vía, se escogió el camino errado, pues era notorio que aliarse con Elba Ester Gordillo implicaba una injerencia en la complicada vida interna del PRI. Poner al servicio de la depuesta coordinadora priista el peso de la institucionalidad parlamentaria (como hizo el presidente de la mesa directiva Juan de Dios Castro) fue una mala apuesta política pero sobre todo disminuyó las capacidades panistas para conseguir acuerdos.

El diputado Castro, que a lo largo de su vasta carrera parlamentaria había dado muestra de su capacidad polémica y legislativa, alcanzó al llegar a la presidencia de la Cámara su nivel de Peter. El jueves pasado, al final del segundo período ordinario, de los dos que le correspondió encabezar, no pudo pronunciar el emocionado discurso que hubiera cuadrado a su personalidad y en que haría el balance de su presidencia. Una ruidosa mayoría se lo impidió, irritados los legisladores por su ineficaz conducción de las sesiones, las comunes y las excepcionales. Coronó su gestión pidiendo disculpa pública por un desliz entre pueril y faccioso. Dijo al parlamento de niños que la bandera no era tricolor, sino tetracolor, pues era azul el lago en que se yergue el nopal. Subrayar demagógicamente el color de su partido mostró que ignora que la bandera y el escudo nacionales son dos símbolos patrios diferentes.

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