Aunque el consejo nacional panista tomó decisiones el fin de semana pasado, convendrá esperar al próximo, cuando la asamblea nacional diga la última palabra sobre ellas, para examinar sus posibles efectos en la vida interna del PAN. Pero podemos asomarnos a la situación que guardan hoy los presidenciables de ese partido, no sólo a la luz de esas reuniones de fin de semana, sino también por lo que toca a su desempeño y su activismo.
Es imprescindible mencionar en primer lugar a la tornadiza señora esposa del Presidente de la República. No obstante que su actitud pública va y viene en cuanto a su propósito de aspirar a la candidatura presidencial, y no obstante los índices de su popularidad, es vaticinable que no logre traspasar las barreras que, sotto voce o proclamándolo, le oponen diversos grupos y corrientes en el partido. Quienes se horrorizan por la sola idea de que se reeditara en México la terrible historia de Isabelita Perón y su Rasputín criollo, el cabo de gendarmería José López Rega, que desde el poder argentino hace tres décadas perpetraron toda suerte de abusos y arbitrariedades, no deben deponer su alerta. Pero es seguro que los intereses más potentes dentro de Acción Nacional han percibido claramente el riesgo de lo que significaría auspiciar el relevo del poder desde el poder, y sin siquiera la certidumbre de que el electorado convalidara con sus votos esa opción.
El PAN perdería la Presidencia y también el prestigio que logró a través de los años, y que el ejercicio del poder federal ha puesto en cuestión. Santiago Creel queda, con esa eliminación, como la propuesta más viable de cuantas aparecen en el escenario blanquiazul. A pesar de que se cumplen ya siete años, por estas fechas, de su vinculación inicial con este partido, y cuatro de su inscripción formal en sus filas, sigue siendo un novato en la militancia. Tanto es así que sólo ahora, cuando ha ejercido por más de tres años el ministerio más importante de la primera presidencia panista, ha podido ingresar al consejo nacional. Se le reprocha que haya dedicado buena parte de su energía a la búsqueda de la candidatura presidencial y menos a la del cumplimiento de sus responsabilidades formales. Me parece que quienes así opinan no perciben que la gran ventaja del secretario de gobernación, en el régimen autoritario y en el presente, es que ambos géneros de actividades en vez de ser antagónicas son complementarias y hasta son unas y las mismas.
Integrar un equipo con diversos modos y grados de experiencia política, como lo ha hecho Creel, siendo el primero que dio un sello partidista al elenco que lo acompaña, es causa y efecto de su posición. Su formación personal, su escala de valores y su inexperiencia lo ponen en riesgo de aparecer como el coordinador de acciones oscuras, contrarias al funcionamiento democrático de la sociedad sin que, a mi juicio, le quepa en ello responsabilidad alguna. No lo veo conviniendo, y menos aún ordenando a la Procuraduría General de la República la exhumación de los expedientes que consignaron la actividad de López Obrador como dirigente perredista en Tabasco en 1995, cuando el ahora jefe de Gobierno encabezaba movilizaciones contra los daños de diversos géneros que la explotación petrolera causaba en aquella entidad, en el estéril y lúgubre ánimo de complicar su situación ante la discutible procuración federal de justicia.
En ese mismo año, y en el anterior, Creel y López Obrador se habían prodigado muestras de confianza política de esas que en personas de arraigada convicción ética dejan huella. Claro que su antagonismo en pos de la jefatura de Gobierno en el 2000, y las vicisitudes suscitadas por el ejercicio del poder los distanciaron, pero no al punto de que Creel se abata hasta niveles lejanos a su concepción del mundo y de la vida. Pero el secretario de Gobernación, por más que aventaje a sus correligionarios en las demasiado tempranas encuestas de preferencias electorales, no está en el caso de Vicente Fox, que no tuvo realmente rival en su propósito desde que se proclamó candidato tres años antes de su elección. Felipe Calderón es, entre los miembros del Gabinete, quien más claramente podría hacerle sombra. Desde que el año pasado llegó ser secretario de Estado crecieron sus posibilidades, dadas por su combinación de prosapia, experiencia y juventud (mientras que Creel llega en diciembre próximo al medio siglo, Calderón cumplirá en agosto 42 años). Esa peculiar posición le permitiría esperar al 2012 si su cálculo le indica que es difícil que el PAN conserve la presidencia en el próximo turno.
El senador Carlos Medina Plascencia inició con más claridad que nadie sus preparativos preelectorales, fundado en su experiencia como alcalde y gobernador, y como parlamentario. Quizá esperaba, por esos títulos, suplir la presencia de Francisco Barrio, quien además de esas posiciones ejecutivas en el nivel local (la gubernatura ganada en elecciones) desempeñó una secretaría de estado por casi medio sexenio. Pero tras un frenazo en su proyección pública sufrido el año pasado (por su dificultad para avenirse a los ritmos y los modos de la Cámara, y por su enfermedad cardíaca y el tratamiento con que la enfrentó), Barrio está de nuevo en la carrera. Que acelere el paso y recobre presencia depende de factores diversos, algunos de los cuales están a su alcance, como convertirse en vínculo y no obstáculo en las relaciones con el resto de los grupos parlamentarios.