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Populismo/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“En México tuvimos el populismo de Echeverría. Después vino López Portillo. Y miren los daños que nos causaron.”

Alberto Núñez Esteva, presidente

Coparmex

Me parece bien que el empresario Carlos Slim Helú, el presidente Vicente Fox y muchos otros personajes de nuestra vida pública estén alzando la voz ante los peligros del populismo. Pero hay que tener cuidado de que el término no se convierta en una simple etiqueta de descalificación política, como lo es ya, por ejemplo, la palabra “neoliberal”. Si esto ocurre lo único que se logrará es que se pierdan de vista los riesgos de este fenómeno.

“Populismo” es la actitud -más que la doctrina- de algunos gobernantes de dar al pueblo lo que quiere y no realmente lo que necesita. No es una práctica nueva. Ya en la antigua República Romana había grandes conflictos entre los populares -demagogos o populistas que daban pan y circo al pueblo- y los optimates o aristócratas que pretendían preservar los intereses de largo plazo de la república. En el mundo contemporáneo, en el que la democracia se ha vuelto la regla más que la excepción, el populismo ha resurgido de manera muy importante porque constituye un poderoso instrumento para obtener votos. En el siglo XX los gobiernos populistas latinoamericanos, como el del argentino Juan Domingo Perón, utilizaron el gasto público como instrumento para otorgar beneficios a grupos de interés, los cuales los apoyaron con votos y movilizaciones políticas. La práctica, sin embargo, llevó a la bancarrota a sus países. En México el déficit de gasto público alcanzó en los tiempos de José López Portillo un irresponsable nivel de 17 por ciento del producto interno bruto. Quizá el ejemplo actual más evidente de populismo es el que representa el venezolano Hugo Chávez.

Hay que tener mucho cuidado, sin embargo, antes de culpar a Andrés Manuel López Obrador o a cualquier otro político mexicano en funciones de ser un populista. La exageración en este campo puede llevar al desgaste del término. Es verdad que la izquierda mexicana se inclinó durante mucho tiempo por posiciones populistas, pero hoy se muestra mucho más sensata. Al parecer ha aprendido las lecciones de la responsabilidad financiera y es que ha contado para ello con grandes maestros en otros gobiernos de izquierda en el mundo, como el de Felipe González en España, el de Ricardo Lagos en Chile y el de Lula en Brasil. En nuestro Congreso los legisladores del PRD reconocen hoy que no se puede aumentar el déficit del Gobierno Federal de manera irresponsable. Es verdad que en la ciudad de México Andrés Manuel López Obrador ha gobernado con déficit, pero más lo hicieron sus predecesores tanto del PRD -Rosario Robles y Cuauhtémoc Cárdenas- como del PRI -Óscar Espinosa Villarreal-. A todos ellos se debe que la deuda pública de la capital del país se haya elevado de manera espectacular desde 1994.

López Obrador ha impulsado algunas políticas populistas, pero otras que no lo son. Por ejemplo, algunas obras públicas importantes, como los puentes inaugurados el domingo que han unido el poniente con el sur de la ciudad de México, han generado empleos en su construcción y pueden volver más eficiente a la ciudad al reducir la pérdida de horas-hombre en congestionamientos viales. Por otra parte, López Obrador no ha gobernado de espaldas a la iniciativa privada como lo han hecho tradicionalmente los populistas. Todo lo contrario, buena parte de la iniciativa privada está aplaudiendo sus obras viales y su reconstrucción del centro de la capital.

Más que advertir que viene el lobo, los mexicanos debemos identificar las políticas populistas y conocer claramente sus riesgos. Éstas son las que utilizan el gasto público para darles beneficios a ciertos grupos de la población a cambio de su voto y que resultan especialmente peligrosas cuando se ejerce sin respaldo en el ingreso. Me queda claro que un Estado moderno tiene obligación de usar recursos para apoyar a los que menos tienen. Pero esto el gobierno lo debe hacer de manera inteligente, con programas que realmente beneficien a los más pobres, que se apliquen con justicia y, sobre todo, que se ejerzan de manera sustentable. De nada sirve regalar dinero a quienes no tienen nada si no se impulsa la actividad económica que les dé empleos y prosperidad. Y es insensato ayudar incluso a los más pobres si para eso se endeuda al Estado y se hereda la deuda a los pobres de futuras generaciones.

¿ES NUESTRO?

¿De quién es Pemex y de quién es el petróleo que esta empresa explota? La Constitución dice que es de los mexicanos y no de los miembros del sindicato petrolero. Es muy irritante, por eso, que la paraestatal regale el dinero de los mexicanos para dar apoyos multimillonarios a un sindicato que no ofrece ningún sistema de rendición de cuentas.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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