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¿Por qué todo mundo está irritable?

Gaby Vargas

La Navidad... ¿La época más bonita del año? ¿Quién dijo? A lo mejor en una época remota pero, ¡¿ahora?! Fíjate, estás más estresado que nunca. Por lo menos, más que hace cinco años. Todo comienza con la compra del arbolito, que además de lo caro que te sale adornarlo, ya decorado, las series no prenden. Tienes el cierre de año y debes rendir cuentas o estás en exámenes y tienes que apurarte para hacer lo que no hiciste en los meses anteriores o, tal vez, tienes que terminar la cobranza y entregar los presupuestos del año siguiente, en fin, nada más no acabas. Tratas de ganarle una o dos horas al día, te acuestas más tarde o te levantas más temprano y ya no tienes tiempo para hacer ejercicio. Por si fuera poco, estás desvelado, crudo e indigesto por tantos brindis, posadas y cenas navideñas, a muchas de las cuales vas por compromiso. Te exiges mucho, con prisa estiras al máximo el tiempo, tu paciencia y tu presupuesto para comprar los regalos del intercambio, los que compras por cumplir y el juguete de última moda que los niños y tu pareja quieren. Una vez que crees haber acabado, ¡Oh, Dios!, te llega el regalo de alguien que no tenías contemplado. Además, con todo y aguinaldo, estás endeudado hasta las cachas, esperando que para enero suceda algún milagro que ayude a pagar las tarjetas. El tráfico... ¡ni decir!, está desquiciante, todos los conductores tienen la quijada apretada y a la menor provocación, aflora su agresividad y se te echan encima. Todo esto sin contar que ni en el súper, en la tienda o en el banco hay dónde estacionarse. El terror continúa cuando encuentras colas interminables para pagar o envolver cualquier cosa y, por si fuera poco, deambulas con los ojos rojos porque la contaminación está en su apogeo. Para colmo, como estás tan estresado y con las defensas tan bajas, te da gripa, tienes un frío horrible y te sientes de la patada. Además, a donde vayas, la omnipresencia de los medios te bombardea con lemas y cancioncitas navideñas que, al rato, traemos grabadas con fuego en el cerebro, sin saber cómo demonios quitárnoslos de encima. Por si fuera poco, en tu casa vives el conflicto de con quién vas a pasar la Navidad, con el reclamo de por qué siempre la pasan en una casa en particular o, con la bronca de que como los consuegros o los hermanos de la cuñada, no tienen con quién pasarla, tienes que invitarlos. Tal vez no habría ningún problema pero resulta que al resto de la familia no les caen bien. Y no puede faltar la escena que incluye la queja de que la tía, seguro, va a llevar esa ensalada de manzana que a nadie le gusta. ¡Ufff!... Por más que la publicidad nos trate de vender la armonía, el espíritu y la felicidad de esta temporada, no somos capaces de experimentarlo sino hasta la cena del día 24, si bien nos va. A partir de ahí, cuando, ya todo está cerrado y ya no se puede hacer nada, es cuando, por fin, en calidad de bultos, puede que encontremos la tan anunciada paz. Si tomamos en cuenta todo lo anterior, por supuesto que estamos irritables. A veces, por puro mimetismo colectivo, la prisa y el mal humor, como infección, nos contagia. Pienso en lo que el Dr. Hans Seyle, pionero en el estudio del estrés, dice No es el suceso, sino la percepción del suceso lo que lo hace estresante. Es decir, está en mí, en cada uno de nosotros, decidir cómo voy a manejar esta época, la cual, si lo queremos, puede ser la más bonita del año. Y la clave está en tener los pies en la tierra y asumir la realidad en pedacitos. Esto cambia todo. Es otra opción. Piénsalo y verás cómo la irritabilidad disminuye. Pedacitos de realidad. Si nos pasamos el tiempo deseando que las cosas sean diferentes, si en cada oportunidad nos quejamos de todo lo que nos rodea o esperamos que las cosas y las personas cambien, lo único que vamos a conseguir es un aumento en nuestra irritabilidad. Por ejemplo, imagina que estás formado en una gran fila y falta un rato para que llegue tu turno, tómalo con tranquilidad. Si llevas una hora sentado en el coche, encajonado, sin avanzar más que un kilómetro, toléralo, mejor aprovecha el tiempo y escucha la música que te relaja. ¿Te va a causar inconvenientes? Seguro, cuenta con ello, pero no vas a resolver nada poniéndote neurótico. La gente va a estar irritable y dirá o hará cosas que te pongan de mal humor. Espéralo, es irremediable. Tendrás que hacer cosas que no te agraden, como ir a la cena de los amigos de tu pareja o ir a casa de tu familia política. Aguanta. Tendrás que ir a las tiendas para comprar regalos. Disfrútalo. Ocasionalmente, tendrás que cederle el paso a alguien que tiene más prisa que tú. Resígnate. Los inconvenientes, las imprudencias y los retrasos, en ocasiones, están fuera de nuestro control. Reconócelo. Los imprevistos son parte de la vida. Admítelo. Si la mesa, el árbol o el menú de Navidad no son de revista, relájate, no pasa nada. Nada de esto va a cambiar, ¡pero tú sí puedes! ¡Nosotros sí podemos! Sonríe. Respira hondo y agradece que estos inconvenientes no sucedan siempre. Mejor, absorbe el espíritu navideño que nos propone reconciliarnos con los demás y con nosotros mismos. No perdamos la perspectiva de lo que es la celebración de la Navidad: Una fecha llena de paz y de amor que el calendario, por sí solo, no trae; nosotros somos los responsables de generarlo y contagiarlo. Recuerda que si tienes hijos, quieres que ellos tengan en el archivo de la memoria imágenes de estos momentos que, en su vida adulta, les provocarán una sonrisa y un deseo de transmitirla a las siguientes generaciones. Así que la Navidad sí puede ser la mejor época del año y depende de cada uno de nosotros. ¿No crees?

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