Hacia la búsqueda de nuevas figuras de Gobierno que permitan darle gobernabilidad al país se han encaminado los esfuerzos de analistas, politólogos, legisladores, servidores públicos y académicos, pues algunos de ellos consideran que el sistema presidencialista está agotado y “plantearon la necesidad de poner en marcha la figura de un régimen parlamentario o de uno semipresidencialista”.
Tales fueron, entre otras, las consideraciones vertidas en el foro denominado: “Gobernabilidad democrática. ¿Qué reforma?”, del que derivaron planteamientos como el comentado consistente en que debe cambiarse la forma de Gobierno y pasar del presidencialismo al parlamentarismo.
A ese respecto, lo primero que habría qué dilucidar es si en verdad el presidencialismo (como sistema) se ha agotado o resulta ya obsoleto para las necesidades del México moderno, como lo afirmaron algunos de los participantes en el foro mencionado.
El modelo como tal y buena parte de las facultades que ejerce el presidente de la República en nuestro país tienen su origen en el sistema norteamericano y concretamente en la Constitución de 1787 que sirvió de modelo a la Constitución Mexicana de 1824. A juicio de los patriotas estadounidenses el Ejecutivo debía ser un poder fuerte, por las razones que señala Hamilton en su obra “El Federalista”.
“Al definir un buen Gobierno –dice Hamilton— uno de los elementos salientes debe ser la energía por parte del ejecutivo... Un ejecutivo débil significa una ejecución débil del Gobierno. Una ejecución débil no es sino otra manera de designar una ejecución mala y un Gobierno que ejecuta mal, sea lo que fuere en teoría, en la práctica tiene que resultar un mal Gobierno”.
Siguiendo las ideas de Hamilton, podemos decir que en México, durante la dictadura de Porfirio Díaz y aún en el siglo pasado el presidente de la República concentró en sus manos un poder excesivo en detrimento y por encima de los otros dos poderes.
Pero desde antes del dos mil, el poder omnímodo del presidente se iba acotando, de manera tal que en el sexenio de Ernesto Zedillo éste ya había renunciado realmente al ejercicio de ciertas facultades implícitas y otras más le fueron acotadas por el Congreso que había dejado de ser un Poder dominado mayoritariamente por un solo partido.
Con esos antecedentes y una vez operada la primera alternancia en el Ejecutivo federal, el Presidente, concretamente Vicente Fox, cedió aún más facultades. Abandonó, como lo hemos dicho en otros comentarios, su calidad de Jefe de Estado y ello trajo consigo un debilitamiento aún mayor del presidencialismo.
Operó, digámoslo así, el efecto péndulo y de un extremo (presidencialismo excesivamente fuerte) pasamos al otro extremo (un presidencialismo débil).
Pero esto no significa que el modelo esté agotado, sino en el peor de los casos que el presidencialismo en México no ha operado como debería. Lo señala Hamilton: un Ejecutivo débil implica una débil ejecución del Gobierno y ello se traduce en un mal Gobierno, que tal es la percepción que la mayoría del pueblo tiene actualmente del régimen encabezado por Fox y por eso la pretendida búsqueda de nuevos modelos.
Don Venustiano Carranza, en el discurso que pronunció ante el Congreso Constituyente de Querétaro, al presentar su proyecto de reformas a la Constitución de 1857, esbozó la disyuntiva entre presidencialismo y parlamentarismo y acabó inclinándose por el primero y porque se dotara al presidente de todas las facultades que fueran necesarias para fortalecerlo y darle viabilidad a su función, al tiempo que se acotaba deliberadamente al Poder Legislativo a fin, dijo Carranza, de que ese poder “no pudiera estorbar o hacer embarazosa y débil la marcha del Poder Ejecutivo”.
Carranza y Hamilton tenían razón, pues en la medida en que el presidente ha cedido facultades el protagonismo de los integrantes del Poder Legislativo se ha incrementado. Pero eso obedece a la actitud de una persona, el Jefe del Ejecutivo y por tanto es circunstancial, de lo que se desprende que como elemento de apoyo, ese solo argumento deviene inválido para con base en él introducir reformas que cambien la forma de Gobierno en México.
Recordemos que desde que la división de poderes hizo acto de presencia en la historia de la doctrina constitucional, primero y luego en los regímenes gubernamentales, es el poder legislativo el que ha tendido a imponerse a los otros dos.
Por esa tendencia histórica se le divide en dos cámaras a fin de debilitarlo y restarle fuerza con el objeto de que no trate de imponerse al Ejecutivo y el Judicial.
De ahí que si nos inclináramos por un sistema parlamentario, la preponderancia del órgano legislativo sería mayor y tenemos muestras sobradas de la pobreza que impera en nuestro Congreso de manera tal que poner en sus manos responsabilidades tan graves como, por ejemplo, decidir sobre quiénes deben integrar las secretarías de Estado (en ese caso, los ministerios), que es una de las características del sistema parlamentario, seguramente se convertiría en una negociación política de conveniencia para los partidos, dejando de lado el objetivo de por esa vía colocar en tales posiciones a los mejores hombres y mujeres para que contribuyan con el presidente a la realización de un buen Gobierno.
El sistema presidencialista como tal, ni está agotado ni es obsoleto. Lo que sucede es que no hemos sido capaces de operarlo en la forma correcta.
Antes que introducir figuras ajenas a nuestra tradición constitucional debemos darle al sistema presidencialista la oportunidad de que en verdad opere y demuestre su eficacia, porque es el que mejor se ajusta a las necesidades e idiosincrasia de nuestro pueblo, que por ello carece de una cultura política parlamentaria.
Al mismo tiempo, los partidos políticos deben comprometerse en la tarea de impulsar a sus mejores candidatos para que el Congreso de la Unión deje de ser un centro en el que se escenifican espectáculos bochornosos y los legisladores respondan a las expectativas del pueblo, trabajando por el bien de la República y no simplemente buscando la satisfacción de sus intereses personales o de partido.
No requerimos un cambio de régimen. Lo que necesitamos es que el régimen presidencialista, tal y como está estructurado, funcione. Y funcionen bien.