La clase política mexicana parece haber perdido la brújula; confunde el interés particular de cuño futurista con las necesidades de la población. Se agota en confrontaciones que rayan en el escándalo y deja de lado la discusión seria y propositiva de los asuntos que la agenda de la globalización impone como apremiantes.
Mientras los gobiernos de Fox y de Andrés Manuel López Obrador exploran hasta qué punto se puede definir el escenario del año 2006 mediante un duelo de descalificaciones, mensajes ambiguos y golpes bajos, el país se encuentra, desde hace meses, en una suerte de limbo.
Las voces que advierten sobre las facturas que México tendrá que pagar por la falta de visión y compromiso de aquellos que actualmente nos gobiernan, se multiplican y suben de tono, pero no encuentran ninguna respuesta positiva.
Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México, pone las cosas en perspectiva: Nuestra clase política se agota en debates generados por escándalos en lugar de buscar consensos para aprobar las Reformas Estructurales. El país pierde tiempo.
La cúpula de los organismos empresariales se suma al reclamo: “Los escándalos políticos están frenando la aprobación de las Reformas y amenazan con impactar negativamente la confianza de los inversionistas”.
Sólo resta esperar que los gobiernos Federal y del DF entiendan por fin –y a la brevedad- que los mexicanos no merecemos ser rehenes de sus disputas, mientras los temas fundamentales, aquellos que marcarán la viabilidad del país en el futuro cercano, siguen en lista de espera.
