Los resultados de las elecciones locales celebradas el domingo pasado, confirman que en esa materia no hay nada escrito en nuestro país y que la transición a la democracia plena en México sigue siendo un evento inédito y de pronóstico reservado.
En los casos de Puebla y Tamaulipas no hubo mayores sorpresas y por ende no ameritan mayor comentario. En Sinaloa y Tlaxcala lo reñido de la competencia confirma una tendencia según la cuál los resultados se deciden en los tribunales, tal y como ha ocurrido en las elecciones de Veracruz y Oaxaca que aún se hayan en manos del Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal.
Ante la falta de acuerdos en pro de una reforma política y estructural de Estado Mexicano, la decisión de los conflictos electorales en el Trife, constituye un mal menor que debemos asumir como condición de legitimidad.
El Partido Revolucionario Institucional ha festinado los resultados recientes como el inicio de su retorno a Los Pinos sin embargo, la pérdida de cualquiera de estas entidades, aún por un punto porcentual de diferencia, significaría para el PRI una grave derrota y por el contrario, el triunfo del tricolor bajo tales circunstancias implica una victoria pírrica, por tratarse de ex baluartes electorales priístas, que de esta suerte quedan divididos por mitad.
El Partido Acción Nacional no ve la suya. Es cierto que el PAN nunca había obtenido las votaciones logradas en las entidades cuyas reñidas elecciones se mencionan, pero también es cierto que mientras no logre la mayoría, aunque sea por un solo voto, la alternancia en el poder será asignatura pendiente en cada uno de los estados en los que el PRI permanezca.
El gran perdedor en estas elecciones es el Partido de la Revolución Democrática. No solo pierde Tlaxcala después de un penoso proceso de división interna, en los que la cónyuge del gobernador perredista mantuvo la candidatura contra viento y marea, sino que en el resto de los estados en los que se eligió gobernador su presencia arroja resultados que van del cuatro al siete por ciento como máximo.
En el caso de Michoacán el PRD pierde la mayoría en el Congreso y la mayor parte de los municipios; las principales ciudades quedan en manos del PAN y del PRI, incluida la capital del Estado que vuelve bajo el control panista.
No cabe duda que los proceso internos en los partidos serán determinantes en los resultados de las elecciones federales de 2006. De su rispidez o tersura y de la calidad de los candidatos que se postulen, dependerá el apoyo o rechazo de los electores libres de compromiso con el voto duro de los partidos, que suelen ser señalados en forma indebida como indecisos.
A ello se debe la prematura carrera por la candidatura presidencial, dentro del Partido Acción Nacional.
Bajo esta misma premisa, se presentaron el lunes pasado con Roberto Madrazo, siete gobernadores priístas acompañados del Presidente del Senado Enríque Jackson Ramírez y el líder de la CTM Leonardo Rodríguez Alcaine, a exigir reglas claras e igualitarias en el proceso de selección interna del candidato del PRI a la Presidencia de la República.
Por su parte, ante los malos resultados electorales recientes del PRD, Manuel López Obrador reconoce la debilidad de su propio partido (que hace extensiva a los otros), y basa sus posibilidades de llegar a Los Pinos en el impulso del fenómeno de su popularidad personal, lo que obviamente no será suficiente.
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