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Programados para ser infieles

Hombre y mujer se sienten atraídos por lo que desconocen, por experimentar lo prohibido y la infidelidad encierra todo ello.

Algunos de nosotros podemos estar programados genéticamente para ser infieles, según un nuevo estudio científico.

No existe un gen que por sí solo lleve a la infidelidad.

El profesor Tim Spector, de la unidad de investigación de mellizos del Hospital St. Thomas, en Londres, dijo que existe evidencia de un componente genético en la tendencia a la infidelidad.

Según el estudio, si entre dos hermanas mellizas una tiene una historia de infidelidad, el porcentaje de que la segunda también sea infiel es superior al 55%.

En general, se estima que el 23% de las mujeres no son fieles.

El profesor Spector agregó que la posibilidad de repetir tendencias -sea fidelidad o infidelidad- es más fuerte en pares idénticos (conocidos como gemelos), ya que tienen genes idénticos.

Para la doctora Petra Boynton, una psicóloga social, es muy difícil distinguir qué elementos del comportamiento son heredados y cuáles se han aprendido.

"Si como niño usted vio a su madre siendo infiel con su padre, es posible que usted sea más proclive a la infidelidad. Usted copia el comportamiento".

Falta de lealtad

Motivo de divorcio, disgustos, lágrimas, depresión, mezcla de razas y de daños a la salud, la infidelidad es incluso explotada con afán lucrativo.

Para todos es claro que la infidelidad es la falta de lealtad hacia lo que uno ha elegido, así sea pareja, doctrina política, religión o equipo de fútbol; es la traición al ideal con el que se inicia una relación, de manera que hay algo que no gusta y ese es el primer justificante.

A manera de tradición, sociedades machistas como las latinas dan manga ancha al hombre infiel, pues desde pequeño es cobijado por la complicidad de la madre que lo dejar ser y hacer lo que le viene en gana. Es así que poco a poco se trasgreden los límites y no se tiene respeto por los valores establecidos; sucede también que los chicos repiten los patrones que han visto en sus propios progenitores, quienes tienen al mismo tiempo más de una mujer y varios hijos.

Hasta hace poco, el simple hecho de ser hombre era suficiente para justificar la infidelidad, cosa que no puede aplicarse a la contraparte femenina, quien de inmediato adquiere calificativos que la degradan notoriamente.

Causas y motivos

Por naturaleza, hombre y mujer se sienten atraídos por lo que desconocen, por experimentar lo prohibido, lo que puede implicar algún riesgo, y la infidelidad encierra todo ello. Asimismo, las justificaciones más recurrentes entre los infieles generalmente aluden a culpar a la otra parte, es decir, el argumento es "no me da lo que necesito", "se ha descuidado físicamente", "no me brinda atención", "le preocupan otras cosas", "no responde sexualmente" y más. Pero, ¿qué tanto es responsable de que la relación sea mala quien ha hecho las enunciaciones anteriores?

Sin embargo, ambas partes responden de manera distinta al sentirse traicionadas. La mujer es más temperamental e impulsiva, y provocará la ruptura sin atender las justificaciones de la pareja. Hasta hace unas décadas aceptaba las debilidades de su marido o novio porque era dependiente y no se preocupaba de su autoestima, ya que el hombre mandaba y tenía poder sobre ella, pero las cosas han dado un giro importante y la mujer de hoy es libre e independiente, confía en sí misma y en sus posibilidades, se siente segura de sus cualidades y se gusta, características que le proporcionan una riqueza interior para manejar cualquier problema que se desencadene en su vida afectiva.

En tanto, el varón, machista por naturaleza, asume que la falta de fidelidad es algo tremendamente humillante, es capaz de golpear a la pareja o al tercero en discordia. Pese a ello, cuando él "pone el cuerno", el remordimiento pasa prácticamente de largo, en otras palabras, no es motivo suficiente para evitar repetir la acción.

La mujer, a diferencia del hombre, es más reacia a vivir aventuras, y cuando las lleva a cabo es porque realmente desea sentir que su ser pertenece a otro y lo disfruta en silencio, pudiendo afectar su conciencia pero no lo confiesa, ya que es inevitable que aparezca el miedo al castigo, a ser abandonada y a no ser perdonada.

Por estas razones la mayoría prefiere atesorar el secreto y convivir con la culpa de haber engañado a la persona que la ama. Lo cierto es que optar por el silencio puede resultar más nocivo que correr los riegos que conlleva la verdad, pues sostener una mentira requiere de gran red de artimañas, y no todos están preparados para vivir de esta forma.

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