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Protocolo de Kyoto

Patricio de la Fuente

La decisión del Gobierno de Rusia de enviar al Parlamento un proyecto de Ley por el cual se ratificaría la aprobación del Protocolo de Kyoto ha sido muy bien recibida en la sede de las Naciones Unidas y en la Unión Europea. Aunque su aprobación por el Poder Legislativo ruso significará un progreso evidente, todavía distará de ser la plena aplicación de las determinaciones tomadas en Kyoto, pues los problemas de cambio climático -originados especialmente por el desarrollo industrial- tienen a los Estados Unidos como el principal productor de la emisión de gases perjudiciales y el Gobierno de Washington no ha rectificado hasta ahora su posición adversa al tratado.

El Protocolo estableció en 1997 que los países altamente desarrollados debían reducir en un 5.2 por ciento la emisión de los gases a los que se atribuye la alteración de las temperaturas que se observa en el clima planetario, sobre todo a causa del incremento del dióxido de carbono (CO2). El calentamiento atmosférico empezó a alarmar a la opinión pública mundial en la década de los ochenta, cuando se comprobó el ascenso global de la temperatura, estimado entre dos y cinco grados en el curso de medio siglo. Las consecuencias más severas que se han previsto anticipan fenómenos catastróficos, como huracanes, sequías, inundaciones, deshielos, ascensos en el nivel de los mares y un grave deterioro de la biodiversidad de la flora y de la fauna.

La emisión del CO2 crece en relación directa con el consumo de los combustibles fósiles empleados en la producción de energía. Dicho gas deja pasar la radiación solar, pero no la que es irradiada por el planeta. El calor va quedando retenido y ejerce así un efecto semejante a la cubierta de vidrio de un invernadero. De ahí la metáfora que ha servido para designar al inquietante fenómeno físico. Es sabido que en la naturaleza plantas y árboles absorben el dióxido de carbono y depuran la atmósfera a través del proceso de fotosíntesis. Lamentablemente, la tala de millones de hectáreas de bosques y de selvas ha reducido esa capacidad natural de purificación, razón por la cual se ha tornado indispensable la implementación de medidas que atenúen el impacto de los gases dañinos.

El Protocolo de Kyoto constituyó un jalón en el curso del lento proceso global de asumir el cuidado planetario. Las modestas metas que se fijaron en aquella ocasión todavía no se han puesto en marcha, en tanto el deterioro ambiental crece día tras día. En las reuniones internacionales posteriores a la de Kyoto se ha puesto de manifiesto la rígida trama de intereses económico-políticos que obstaculizan su aplicación. Con miras a lograr la aprobación de los países de alto desarrollo, el protocolo se convirtió -como se dijo ya en 1998- en un mercado de compra y venta del derecho de contaminar, porque las naciones más desarrolladas propusieron proyectos económicos, llamados “de compensación”, a las menos desarrolladas para asegurarse una continuidad sin restricciones de su producción industrial. Esta situación perduraba todavía en la Cumbre de la Tierra del año 2002.

El progreso que significaría la confirmación de la aprobación del Gobierno de Moscú ayudaría a la causa ambientalista expresada en el Protocolo, que requería la anuencia de los países responsables del mayor porcentaje de las emisiones perjudiciales. Es importante señalar también que los países en vías de desarrollo deben comprometerse firmemente en la lucha contra el deterioro atmosférico. Varios países, que han manifestado su satisfacción por la promisoria ratificación rusa, aceptaron y ratificaron luego la decisión de reducir sus emisiones. Es de desear que, en la próxima convención de las partes, por realizarse en Buenos Aires en diciembre próximo, se avance en acciones concretas que sean cumplidas responsablemente por las naciones signatarias.

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