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Punto de Vista / Despidiendo el 2003

Dr. Fernando Llama Alatorre

Difícil me fue terminar con el 2003 antes de que éste terminara conmigo, lo cierto es que arreglos más, arreglos menos, aún dejé pendientes por pagar para este 2004, sabedor de que con un poco de mentalidad positiva? lograré salir adelante.

Tal y como lo había planeado, a partir del 26 de diciembre me refugié en el rancho acompañado sólo por mi filósofo amigo -y vaquero- Raúl, quien como buen psiquiatra, luego de escuchar mis penas económicas -que a nadie nos faltaron en esos días- su sencillez de pensamientos me hizo caer en cuenta de que el dinero tiene en sí mismo un valor predeterminado? pero sólo eso? ¡no más!... y muchas de las veces nosotros le damos más valor del que tiene y nos damos cuenta de ello cuando se nos clava una espinita en el dedo chiquito del pie, o se nos mete una basurita en un ojo.

Y aunque la idea era quedarme en el rancho hasta el fin de año, bastaron cuatro días intensos de actividad para que mi cuerpo y mi cerebro se pusieran de acuerdo. Mi cuerpo al punto dijo? ¡no más caminar y no más cargar!... y mi cerebro cayó en cuenta -quizá por vez primera- de que los años no pasan en balde y que hay que dosificar las fuerzas si queremos hacer más cosas y durar más tiempo? y les diré por qué:

El primer día pletórico de energía llevé en varios viajes tres toneladas de costales de pollinaza, hasta los comederos de los cañones. Luego desarmé el cerebro electrónico de la planta de luz del rancho que se había dañado, con tanta suerte de que al llegar a lo profundo del sistema, me di cuenta de que el Sr. ?Lister? -marca de la máquina- había puesto en su interior un delicado fusible por si algún vaquero loco se le ocurría conectar al revés los polos de la batería. Así pues, con un fusible de radio hice funcionar la planta y con ella el agua del rancho.

Luego reparamos los conectores de la otra planta Honda que da luz a la casa, las llaves de algunos bebederos que estaban tirando agua y otros pendientes menores. Por la noche, al punto de las siete P.M. ya estaba profundamente dormido.

El día siguiente sería de cacería y como Raúl no tiene reloj y el radio estaba descompuesto -lo arreglé hasta el tercer día- llegó a mi casa -que está a 50 metros de la suya- en punto de las cuatro de la mañana, prendió las luces y dijo? ¡Levántate que ya han de ser como las 6:30 de la mañana!... omito las palabras altisonantes que le dije, el caso es que para antes de las cinco ya estábamos almorzados y saliendo -armados- con rumbo a la sierra.

Apenas estaban saliendo las primeras luces en el horizonte cuando empezamos a caminar por el faldeo de la sierra buscando los evasivos venados. Y así caminamos y caminamos hasta las cuatro de la tarde y fue ahí que mi cuerpo dio la primera señal de protesta en cuanto considero exagerado caminar en un sólo día ocho horas seguidas cuesta arriba y cuesta abajo, subiendo y bajando arroyos y más si contamos con que el primer día no fue precisamente... ¡de descanso!

Por la noche tenía las piernas como si me hubiera peleado en calzones con un tigre de bengala y sólo yo sabía que los mil y un rasguños me los habían hecho los ?gatuños? -plantas con filosas espinas- que cubrían los arroyos y te evitaban el paso. Llegando al rancho bastó un taquito y a la cama poco antes de dar las ocho de la noche.

El tercer día me levante ?por aparatos? -como el piloto automático de los aviones-, esto es, caminando hacia la jarra del café sin tener conciencia cierta de qué era lo que estaba haciendo. Para ese momento ya había perdido la noción del tiempo y no sabía si era lunes o jueves, si era 26 ó 29? y poco faltaba para que se me olvidara hasta el año en que vivía.

Dolorido y todo, para antes de las 7.30 A.M. ya habíamos empezado nuevamente con la acarreada de costales, pues el ganado sería colocado ahí en cuanto yo me fuera y había que llevar cuando menos unas siete toneladas antes de irme.

El día fue de trabajo duro y en los ratos de descanso le arreglé a Raúl su radio quemado y le coloqué un tiro nuevo al boiler de leña, mismo que puse en la forma más ?trocha? posible, ya que te venden los tramos de lámina separados y siendo de diámetros idénticos, no los haces embonar ni con mantequilla.

Dado mi dolorido estado físico, para el cuarto día nos levantamos un poco más tarde?¡A las seis A.M.! Este día había sido planeado con cuidado para buscar los venados ahora a caballo, presuponiendo con ello que la búsqueda sería más cómoda -vaya error el mío-, así que para las siete de la mañana ya estábamos arriba de los caballos, con la salvedad de que como mi caballo tenía una pezuña partida en dos, Raúl me prestó uno de los suyos, ?El Indio?? que comparado con mi penco habitual ?El Martillo??, haga usted de cuenta que ?El Iindio?? andaba ?sin amortiguadores?? aunque de eso se enteraron mis nalgas hasta horas más tarde.

Como el lugar a donde pensábamos llegar en nuestra búsqueda de venados estaba a unos diez kilómetros, el arreglo fue irnos ?a trote? para avanzarle y aunque de momento mis riñones se opusieron, mi deseo de cobrar un buen trofeo pudo más? y acepté. Luego de cuatro horas de cabalgar Raúl dijo? ¡Hasta aquí le llegamos, pues son otras cuatro horas de vuelta! La verdad sea dicha, en ese momento aún no estaba yo muy ?maltratado?, quizá porque la adrenalina de estar buscando los venados entre los arbustos me mantenía medio distraída la mente y medio anestesiado? ?aquello?.

Aaaah? pero bastó dar vuelta para que a Raúl le entrara la prisa de llegar al rancho y supervisar personalmente el sacrificio de una vaca que para el efecto había encargado le mataran y tuvieran lista para repartirla entre los vaqueros y familiares que se habían juntado ese día en el rancho.

El caso es que rebasadas las siete horas de cabalgata , ahora si que no tenía un sólo pedacito de carne sano que poner en contacto con la montura y por más que inclinaba el cuerpo a derecha e izquierda, me dolía todo lo que estuviera por debajo del ombligo? y cuando digo todo? ¡Es todo!... tanto así que presupuse aquel día que el tiro de mi pantalón habría aumentado unas tres pulgadas luego de tanto brinco.

Apenas bajarme del caballo me di cuenta de que había descubierto cuatro músculos nuevos que ni los libros de anatomía describían, mismos que me dolían hasta el alma a cada paso que daba y fue justo ahí que me dije: Aaay mi Fer? ¡ Ya no estás para estos trotes! Cuatro horas a caballo son más que suficientes, ¿qué caso tenía cabalgar ocho horas haciéndole al chico Marlboro? ¡Si ni fumas!, y ya ni qué decirte de la caminada de anteayer... ¡Chihuahua!? ya deberías de ir pensando en comprarte una cuatrimoto.

Como ya había arreglado todos los pendientes del rancho, revisado el ganado, transportado la pollinaza, arreglado la planta de luz y haberme dado el gusto de dos días de flemática cacería, deduje en el acto que no estaría del todo mal si me iba a Cuatrociénegas a pasar el fin de año con mi esposa, en donde -a parte de gozar su compañía- comería comida decente, dormiría calientito y descansaría dos días seguidos con la firme idea de sobrevivir el agónico 2003 e iniciar el 2004 en las mejores condiciones físicas posibles y así lo hice.

Descansé en Cuatrociénegas el 30 y aunque el 31 tuve que volver al rancho a dejar una comida para el ganado, me regresé el mismo día al pueblo. Descansé el día primero -como lo mandan los cánones- y el día dos me amaneció en carretera y esa misma mañana ya estaba trabajando en mi consultorio.

Con el cuerpo dolido, pero la mente descansada y en blanco, inicié este 2004 con muchos ánimos, esperando que sea? ¡el mejor de mis últimos años! Bueno, por ánimo no va a quedar, ahora sólo falta que en este 2004 mis amigos y lectores me traigan a sus hijos para enderezarles los dientes y dejárselos bellos , si no? ?esto se va a poner feo?.

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