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Punto de Vista / Invierno y primavera marcan sus ?reglas?? en los ranchos de Coahuila

Dr. Fernando Llama Alatorre

Las osas paridas, saben por instinto que la supervivencia de sus oseznos -que parieron durante el invierno- depende en gran medida de que tengan leche suficiente para amamantarlos y eso sólo se consigue si se come abundante carne fresca. Y es por ello que al entrar la primavera las osas comienzan a patrullar sus enormes dominios; terrenos que el hombre se ha empecinado en dividir con cercas denotando con ellas? diferentes dueños.

Para el oso negro todos los ranchos en conjunto? ?son su casa?, y todo lo que ronde por su casa, ?es su alimento? y es por ello que el vaquero deberá estar muy pendiente de que los osos se conformen con las frutas del campo, las tunas de los nopales y las bellotas del encino y que no extiendan su dieta ?omnívora? a mis preciados becerritos, que con tantas dificultades lograron pasar el invierno mamándole a una madre que no conseguía el suficiente pasto verde para producir la leche que el becerro requería.

La primavera nos libra de la desolación del invierno, que desde noviembre nos invade con una sensación de soledad que sólo es posible percibirla si se es ranchero y se visita seguido la profundidad de la sierra. Soledad que se evapora como por encanto al llegar la primavera y con ella los visitantes y los amigos, a quienes se les disculpa que al ver el verdor del campo en abril, el bullicio de los animales y los colores de las flores, crean que en el rancho la vida se genera con derroche? todo el tiempo. Su constante permanencia entre el asfalto de la ciudad los hace ignorar que durante el invierno? todo muere y todo se seca, para renacer nuevamente? al llegar la primavera.

Apenas sentir el vaquero los primeros calores de la primavera sus ojos voltean inquietos al cielo, buscando a esos seres que lo auxilian en su trabajo diario, mientras las condiciones del tiempo les sean favorables, pues apenas sentirse las primeras heladas invernales, estos fieles trabajadores se alejan volando, buscando mejores tierras, mejores pastos y mejores climas. Así pues, el vaquero Raúl, se levanta todas las mañanas atisbando en el horizonte a ver si sus amigos ya regresan de sus vacaciones invernales. De pronto algo se mueve en el horizonte, un punto negro parece flotar por sobre el filo de la sierra, luego son dos y luego tres y en pocos días, los ?vaqueritos sin sueldo? como les llama Raúl y a quienes nosotros conocemos como ?auras ó zopilotes?, empiezan a sobrevolar el rancho en busca de carroña que comer.

Y usted se preguntará: ¿Como pueden ayudar las ?auras? a un vaquero? Pues de muchas maneras, por ejemplo: Si usted sabe que tiene un becerro enfermo y de pronto no lo encuentra, sería imposible localizarlo entre los arroyos, veredas y cañadas de cinco o 10000 hectáreas, pero basta que las auras en su patrullar diario lo localicen echado en algún arrollo, para que empiecen a sobrevolarlo y no bajarán hasta estar seguros de que el animal esta muerto. Con ello el vaquero puede darse cuenta ?a tiempo? y auxiliar al becerro que pudiera estar perdido, atorado en una cerca, debilitado por la enfermedad o simplemente? muerto.

Ahora que si usted tiene una vaca que está a punto de parir y sabe que deberá estar cerca de ella a la hora del parto para ayudarla en caso de necesidad, basta que la vaca expulse los allá llamados ?pares? -la placenta- para que las auras revoloteen por sobre de ella durante horas esperando a que la vaca limpie a su becerrito y lo haga caminar unos pasos, para luego bajar éstas y comerse los desechos del parto, mientras tanto el ojo avizor del vaquero le dirá que a varios Kms. de distancia de donde él está ?campeando?, sus ?vaqueritos sin sueldo? ya le están avisando de que la vaca que busca? acaba de parir.

La primavera trae consigo a las abejas, cuyo zumbar se suma al bullicio de otros insectos que despiertan de su letargo invernal y salen de entre los troncos secos y huecos de la tierra para posarse sobre las nacientes y pequeñísimas flores del campo, prestas a extraerles su miel. Flores cuyo tamaño en veces no rebasa los cinco milímetros y que sin embargo millares de ellas juntas en un arbusto, son suficiente atractivo para que decenas de abejas se posen sobre ellas y le extraigan la miel, que llevarán hasta sus colmenas? mismas que deberán estar ocultas y de ser posible sujetas en las partes altas de las cuevas, pues las abejas saben bien que sus colmenas son el postre favorito? del oso negro.

La sed desmesurada de las abejas y de otros insectos que recién nacen, los hace caer en los bebederos de agua donde revolotean hasta ahogarse. Llegada la noche centenares de ellas flotan en los bebederos de las vacas.

Cuando el agua de lluvia aún no escurre lo suficiente como para acumularse en los tanques de tierra que la almacenan, los correcaminos deberán jugársela a su equilibrio y luego de pararse en el filo metálico de los bebederos deberán inclinarse lo más posible para llegar hasta el espejo del agua, muchas de las veces una distracción repentina los hace trastabillar y caen al agua, donde luego de aletear por un tiempo terminan ahogándose; para su buena suerte, el vaquero revisa a diario los bebederos y al descubrirlos los saca del agua con una garrocha de zotol.

Cuando las lluvias ya son lo suficientemente abundantes para que el agua corra por los arroyos y llegue hasta los prezones, el problema de los ?ahogados? se ha solucionado y ahora sí, desde los osos hasta las cotuchas ?codornices-, pueden verse al atardecer bebiendo a las orillas de los estanques.

Y al respecto, algo insólito pero real: En las temporadas de extrema sequía, en donde sólo existe un estanque de agua en muchos kilómetros a la redonda, todos los animales bajan a beber al mismo lugar y por extraño que le parezca.. ¡¡en el estanque y sus alrededores ?nadie se ataca?¡¡, como si existiera una ?ética de caza? que indicara que dadas las circunstancias críticas por las que todos pasan, nadie atacará a otro en las inmediaciones del abrevadero y por insólito que le resulte, el cazador dejará beber a su presa y la dejará marcharse, horas más tarde y ya metidos en el monte, esta ética de caza? deja de tener su extraño y mágico efecto.

Llegada la primavera, todos los animales retozan de felicidad: el gran oso negro, el venado, el coyote, el conejo, la codorniz, el zopilote y hasta llegar al último de los insectos, todos sienten que el campo es su casa y que en esa basta extensión de terreno no existen barreras que los limiten. Y la fila de postes de madera, unidos por ?cercas de alambre? que ha puesto el hombre para delimitar algo a lo que él llama ?su propiedad?, son para algunos animales, objetos ideales para ?rascarse?, mientras que para otros son cómodos descansos para pararse en ellos, de paso hacia lugares más lejanos? de su territorio.

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