Apenas sí tendría cinco años de edad, y ya su madre le enseñaba que los premios sólo se daban si se cumplía con el deber, y aunque su ilusión era dormir el fin de semana en la casa de su abuelita, sólo lo haría si la maestra Conchita Gallardo ?que luego se hizo religiosa- de aquel ?párvulos? del colegio Los Ángeles le ponía los tres ?dieces? en la calificación semanal, ya que si hubiera por ahí un solo nueve, por más que como hoy se dice con tanta frecuencia... ¡¡Si no tiene nada de malo!!? tendría que esperar ocho días más, para ver si cumpliendo con su deber semanal, tendría como premio el ir a dormir con la abuelita.
Con sus maduros siete años a cuestas, y ya en el colegio de los grandes? -el glorioso ?Francés?-, las calificaciones en aquella primaria de 1960 se entregaban cada 15 días. El día de la entrega de los ?boletines?, su madre no sólo se aseguraba de estar en casa para recibirlo al llegar del colegio? más aún? lo esperaba sentada en una silla en la banqueta de la casa, para demostrarle con ello que había suspendido todas sus labores para ver juntos sus noveles calificaciones quincenales.
Al punto de leerlas su madre le decía: Muy bien, estos ?nueves? merecen el premio de irnos a cenar tú y yo ?solos? a la Botica Americana ?hoy desaparecida-? pero, -y ahí empezaba la lección- te recuerdo que existen también los ?dieces?, y por cierto? ¿Hubo quién sacó diez en tu clase?? y bajando los ojos exclamaba? ¡¡Sí!!? y la pregunta era la misma de siempre:? ¿Y ese niño tiene una orejita o un ojito más que tú?? Con ello su madre le enseñó que jamás debería ser conformista y que siempre debería tender a la perfección, y aunque de hecho nunca lo haya logrado, ello le hizo quedar siempre, lo más cerca posible de la meta.
Llegado el domingo había que arreglarse para ir a la misa de casa Íñigo, pero no sólo era asistir, era ?arreglarse bien? y ponerse aquel picoso y caluroso pantalón de ?cachemir?. Y había que estar temprano para saludar al padre David Hernández. Aunque lo bueno empezaba después de la misa, cuando todos los asistentes pasaban a un salón a degustar una sabrosa comida? ¡¡Qué años aquéllos!!
A la hora de pasar la colecta de la limosna su madre no le daba -como es usual hoy día- algunas monedas para que él las diera? ¡¡No!!? Su mamá le preguntaba? ¿Cuánto quieres dar de limosna de lo que te voy a dar de domingo? Y como él sabía que su domingo era de ?un peso?, siempre daba 20 centavos, misma moneda de cobre que su madre le entregaba.
Terminada la misa y mientras iban en el coche, su mamá preguntaba a cada uno de sus hijos, el tema del que había tratado la homilía, y quien más completo lo dijera, se llevaba de premio .50 cvs? así que imaginarán que durante aquellas misas dominicales aquellos hijos no sólo prestaban total atención a la misa? poco faltó para que tomaran notas.
Llegada la adolescencia el pelo largo no fue problema en esa casa, mientras las calificaciones no bajarán de nueve. Dicho en cristiano, en esa casa había permiso de tener el pelo tan largo como tus calificaciones lo permitieran. ¿Qué se veía ridículo?... mmm? eso decían todos, tan ridículo como John Lennon y Paul McCartney, pero eran los tiempos de sentirse vivo, y acorde a la época psicodélica en la que se vivía, protestando - como cada generación lo hizo- por el mundo que le habían dejado los mayores-, y que luego al paso de los años? quizá se los dejamos aun peor.
En los días en que la iglesia marcaba ?vigilia?, y por ende, no se debía comer carne; Dios ampare que en esa casa se sirviera ?pescado?. Para esa madre, la vigilia no era variar el menú, sino abstenerse ese día de comer carne. Pero su pragmatismo religioso iba más allá, así que tomaba la carne que se comerían ese día sus hijos, y yéndose a una colonia de la periferia, buscaba la casa más pobre que viera y ahí la dejaba, pues consideraba que ?vigilia? no era privarte de la carne por ese día, para comértela al día siguiente, sino privarte de la carne de ese día, para dársela a quien nunca la comía.
En esa casa de tantos hijos, siempre hubo quien ayudara con el? ?quehacer?, pero para hacerlo formativo, la madre se aseguraba de que hubiera entre los hijos una rotación de trabajo durante toda la semana, aclarándoles que no porque tuvieran quién les ayudara con el aseo diario, ya por eso le iban a ?cargar la mano? con todo el trabajo, así que? ¡¡Todos a ayudar!!?
Esa actitud, hizo que los hijos ?ahora grandes- valoraran la labor de las muchachas que hoy día trabajan en sus casas. A más de que -hombres y mujeres- aprendieron a guisar , tender camas, poner la lavadora, y algunos? hasta a planchar.
Una vez casados todos los hijos, corregir a los suyos propios, era asunto de cada quien? aaaah? pero que no se les ocurriera castigarlos en casa de la abuela, porque ésta se enojaba cuando le regañaban a sus nietos delante de ella.
La ultima lección:
Y se llegó el día de que a esa madre le avisaron que pronto ?vendrían por ella?, por lo que se aprestó a dar a sus hijos la última y más difícil de sus lecciones: Cómo morir Cristianamente?. y con dignidad.
Para ella no existen las quimioterapias ni las radiaciones, que alarguen innecesariamente la vida, salvo que con ellas lograras una cura definitiva. Por lo demás, si de ?arriba? ya habían dado la orden de que pronto vendrían por ella, había que apurarse a ?hacer la maleta?, metiendo ahí todos esos talentos que Dios le dio y que luego ella multiplicó con su esfuerzo diario -como lo dijo el evangelio-.
La última lección la ha dado a sus hijos en privado? ?uno a uno?... y casi en la oscuridad. Sobra decir que ha sido dolorosa para la maestra, pero ésta, ha sido firme ?como vivió-. Si acaso la única queja que se le ha oído ?y una sola vez? fue: ?creí que esto iba a ser más fácil?, pero al punto agrega: Pero estoy feliz, satisfecha de lo que hice en la vida, y consciente de que esta vida era ?sólo de paso?, pues la vida plena de alegría al lado de Dios y de mis seres queridos, la tengo ya asegurada -huelga decirlo-? a la vuelta de la esquina.
Gracias por tu amor y tus lecciones?. Te amo?.Mamá.
Nando
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