Lola es una de esas típicas gente de pueblo, y al decir de pueblo, me refiero a esas bellas cualidades tan especiales que tienen los pueblerinos, cuando aún no se han contaminado por las prisas, los egoísmos y las envidias de la ciudad.
Lola nació allá por el año de... bueno, si sus hijas no saben a ciencia cierta su edad, mucho menos yo, baste decir que nació hace ya algunos lustros en un pintoresco pueblito de Coahuila llamado Sacramento, ubicado entre Cuatrociénegas y Monclava.
Imagino que el día que la bautizaron, su padre iba con toda la idea de ponerle Dolores, pero como en veces sucede, al punto de decirle el cura, ¿cómo le va a poner a la niña?, el padre pa? pronto responde: ¡Pues cómo que cómo!? ¡Lola como su madre!... y aunque de hecho su madre se llamaba Josefa, a ella si que le plasmaron el Lola en el acta de nacimiento en vez del de Dolores. Fuera el caso así, o fueran sólo suposiciones mías, lo cierto es que Lola creció en su tranquilo Sacramento donde a según de los lugareños -y de las fotos de antaño- era una bella joven que a su paso quitaba la respiración de citadinos y fuereños.
Y fue por cierto un fuereño de nombre Antonio, que vecino del pueblo de San Buenaventura, se apersonó por Sacramento a pedir la mano de Lola , cuando esta apenas si estaba por cumplir 19 años.
Los padres de Lola, agricultores de sepa y gente de gran renombre, algo debieron ver en aquel joven galán para que le soltaran a su bella hija. Y vaya que Toño tenía ese ?algo? que pocos tenían entonces, decente, trabajador, bien educado y con un título universitario, así pues, y casados por todas las leyes, se fueron a vivir a un verde paraje llamado El Puerto del Carmen, a pocos kilómetros de Sacramento, en donde luego de comprar 1200 cabras, - y siendo él ingeniero químico-, empezaron a fabricar leche condensada, que a según cuenta la gente de antaño, su leche empezó a venderse en México aún antes de que la Nestle envasara su famosa leche.
El tren que corría de Sierra Mojada a Monclava tenía que cruzar en su trayecto el estrecho paso de El Puerto del Carmen, pasando por ende, a escasos metros de la casa de Toño y Lola, y era el mismo tren quien recogía diariamente los toneles de leche condensada que eran repartidos luego en varias ciudades.
Los años pasaron y Dios los bendijo de momento con tres hijos: Toño, Eloísa y Carlos, y dado que el negocio de la leche condensada empezó a declinar, decidieron dejar el puerto, izar las velas y marchar con rumbo oeste hasta llegar al lugar que los cobijaría por el resto de sus vidas? Cuatrociénegas.
Se dice fácil dejar un negocio, cambiar de pueblo e iniciarse en otro nuevo, pero Antonio y Lola eran jóvenes y emprendedores, y no los detendría ni el mal tiempo ni los problemas. Llegados a Cuatrociénegas construyeron una enorme casa -aún de la familia- y se iniciaron en la producción del guayule y cera de candelilla, que para entonces tenía gran demanda en México. Y más demanda tuvo la cera de candelilla en los Estados Unidos al iniciarse la Segunda Guerra Mundial cuando ésta empezó a usarse en el recubrimiento de balas y armamento bélico.
Con el tiempo, Antonio se compró un rancho y un viñedo, y mientras él se iniciaba en la ganadería, Lola se metía de lleno en la agricultura, misma que no desconocía por venirle los conocimientos de herencia de sus padres. Mientras tanto sus hijos que para entonces ya eran cuatro con la llegada de Mario, estudiaban en la escuela del pueblo.
Siendo la agricultura un negocio de subidas y bajadas, los tiempos malos se llegaron, las heladas aparecieron fuera de tiempo, y quizá fue ahí que Lola ? experta ya en la fabricación de dulces caseros- decidió empezar a comercializar sus sabrosos dulces de nuez, cuya delicia era ya del dominio publico. Dicho esto y para ubicarnos en fechas, podíamos afirmar que de aquel primer dulce que Lola vendió, hará, 50 años.
De complexión delgada y gran fortaleza física, Lola tomó las riendas del viñedo El Baluarte y con la idea de perfeccionar las parras que ahí existían de antaño, se fue con su marido a California de donde importaron nuevas y excelentes variedades de uvas que luego dieron fama a Cuatrocienegas, mismas que hoy día, salvo algunos lunares dispersos, están prácticamente extintas del pueblo.
Los años pasaban y aunque los viñedos de El Baluarte producían abundantes vides, y no menos nueces producían sus centenarios nogales, doña Lolita, como la gente del pueblo empezó a llamarle, se inicio en el cultivo de la granada con una fina variedad traída ex profeso de los Estados Unidos llamada wonderful.
La familia crecía y ya eran siete los hijos, tras la llegada de Laura, Dolores y Patricia, que a la usanza de los pueblos -y a falta de hospitales- nacieron en su propia casa, mientras tanto don Antonio y doña Lolita seguían trabajando codo con codo tanto en la cría de becerros, como en los cultivos de uvas, granados y nueces.
Para entonces la fama de los dulces de doña Lolita ya había traspasado las fronteras no sólo del pueblo y el estado, sino del mismo México, pues muchas personas que venidas de Estados Unidos pasaban por Cuatrociénegas con rumbo al sur de México, al volver se iban cargadas de dulces para regalarles a sus amigos.
Al tiempo aparecieron en el mercado los colorantes, preservantes y saborizantes artificiales, pero doña Lolita jamás aceptó, ni ha aceptado hasta la fecha que uno sólo de sus dulces contenga algo que no sean nueces, higos, dátiles, leche y azúcar, y quizá sea ese el motivo de la gran preferencia de todos por sus exquisitos dulces.
Como la producción de uvas era muy grande, un buen día doña Lolita, asesorada por su marido se inició en la fabricación de vinos de mesa, -básicamente tintos-, mismos que aún hoy día se pueden conseguir -a nivel casero-, si usted visita la pequeña tienda que tiene en su casa del pueblo.
Cuentan que un año, pese a que la cosecha de uva fue muy buena, el precio de la uva se había desplomado, y no queriendo vender a tostón lo que les había costado a peso, decidieron -junto con otros viticultores- destilar la totalidad de la cosecha de ese año, y fue así que nació un sabroso brandy que por razones obvias fue embotellado sin etiqueta, y por ello fue conocido como, El Encuerado. Sólo algunos años fue destilado El Encuerado -ya con etiqueta- y del mismo yo aún conservo como un tesoro una botella que me regaló doña Mague Cantú.
En los años en que El Encuerado fue destilado, por doquier se veían los carretones de mulas que llegaban de ranchos y ejidos vecinos, cargados con enormes barricas para ser llenadas a granel con aquel famoso brandy que había nacido, casi por accidente.
Y fue también por accidente, que en época reciente, fuertes lluvias hicieron que gran parte de la cosecha de granada se abriera -evitando con ello su venta al público- y fue ahí que doña Lolita y su hija Laura decidieron ?como lo habían hecho 40 años atrás con el encuerado- fabricar con esas granadas un exquisito licor, que para asombro de propios y extraños resultó una delicia al paladar, al salir con un delicado sabor y un agradable bouquet, producto indiscutible de la fina variedad de granadas sembradas en el pueblo, y la especial maduración que a ellas daba, su característico clima desértico.
Pero el tiempo ha pasado, los nogales han mudado sus hojas decenas y decenas de veces, las heladas tardías han desecho viñedos y granados, y al tiempo éstos han vuelto a florecer. Más de 80 años desde el día en que Lola vio por vez primera la luz en Sacramento. Más de 60 desde que sentó sus reales en El Puerto del Carmen. Más de 50 desde que enterró sus raíces en Cuatrociénegas y comenzó a fabricar sus dulces. Más de 40 de la aparición de El Encuerado y Lola aún está ahí, de pie, impávida, incólume y fuerte, y mientras unos nacen y otros se van, ella sigue ahí, trabajando diariamente, como si para ella el tiempo no pasara.
Pero sí que ha pasado, don Antonio ya se fue, el destino quiso que se le adelantara hace 23 años aquejado por una dolencia, pero doña Lolita, por mucho, la mujer más conocida y querida de Cuatrociénegas, aún sigue levantándose temprano por las mañanas, supervisa que el rancho funcione correctamente y no le falte nada a los animales. Vigila que los granados no tengan hierva y que los nogales no tengan plaga. Que los dulces tengan las proporciones exactas que ha mantenido durante 50 años y que los vinos maduren sin prisas el tiempo necesario antes de su venta.
Y con todo, aún se da tiempo para recibir a diario la visita de sus amigos. Por muchos años la visitó su gran amigo Miguel Guevara, quien el próximo 27 de febrero cumplirá dos años de haber sido llamado por Dios, a según dicen, porque Dios quería oír de primera mano todas las aventuras, anécdotas y chistes que contaba Miguel.
Generosa cual típica gente de pueblo. Ha visto crecer a Cuatrociénegas, y regalado para ello infinidad de terrenos para que en ellos fueran instaladas desde escuelas y hospitales hasta canchas y capillas. Y si hoy esta al frente de Cáritas, mañana encontrará la forma de seguir sirviendo a su querido pueblo, en cualesquier campo que no sea la política, pues aunque es una priista de corazón, y por su casa -a lo largo de 50 años- han pasado desde Gobernadores hasta Presidentes de la República, eso de los puestos públicos no va con ella -y ofertas no le han faltado-, y prefiere mejor ayudar a su estilo, mientras mantiene su costumbre de que jamás pasa por su casa algún conocido, sin llevarse de regalo alguno de sus dulces o alguno de sus vinos.
Cuando yo la conocí hará unos 28 años, doña Lolita me llenó de atenciones, y vaya que le pagué mal sus cortesías, cuando en uno de sus descuidos me llevé a la más pequeña de sus hijas.
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