La intolerancia es un serio problema del mundo occidental, de entre ellas la racial, que se agudiza en los países que se consideran avanzados, conocidos también como del “primer mundo”, que enfrentan la triste realidad: su riqueza, obtenida con trabajo y esfuerzo, con el dominio y administración del conocimiento y hasta con el abuso en el uso de la fuerza militar, ya no es útil para generar seguridad en sus fronteras, ni en su territorio y consecuentemente tampoco pueden garantizársela a sus ciudadanos.
Lo anterior tiene que ver con la declaración que Amnistía Internacional ha hecho a los medios masivos de comunicación, denunciando a los Estados Unidos de Norteamérica por su evidente racismo, xenofobia e intolerancia, acusación que adquiere especial interés para nosotros, al saber del incendio de un Hotel de Ohio, en el que murieron diez mexicanos, que probablemente fue provocado por motivos raciales.
Luego del 11 de septiembre del año 2001, cuando cayeron las Torres Gemelas de Nueva York, la apreciación del mundo occidental sobre el terrorismo tomó visos de radicalización y hasta fanatismo, generando al interior de EUA la pérdida de capacidad para hacer valer los derechos humanos y consecuentemente, disminuyendo la libertad de los propios ciudadanos del país más poderoso del mundo. ¿No le parece irónico?
El temor provocado por la evidencia de su deficiente sistema de seguridad nacional ha generado determinaciones funestas; le comparto algunas, según denuncias hechas a través de las notas periodísticas de los diarios de EUA.
Desde aquel fatídico día del atentado y destrucción de las Torres del World Trade Center, más de 32 millones de personas han sido detenidas “por sospechosas” debido a su apariencia física o por sus creencias religiosas; entre ellas se encuentran hispanos, indígenas norteamericanos, asiáticos, negros, orientales y musulmanes. Los visitantes e inmigrantes sufren vejaciones en las fronteras, muchas de ellas altamente degradantes.
Amnistía Internacional tiene documentados más de 32 millones de casos de personas que han sido acosadas por policías estatales y federales que ejercen sin temor la violencia oral y física. “Estimamos que otros 87 millones de personas, casi una de cada tres de la población total nacional, corren el riesgo de ser víctimas de esos estereotipos que en Estados Unidos juntan la sospecha con el hecho de que sean musulmanes, o vengan del Oriente Medio o tengan piel oscura o profesen otras religiones”, afirmó Curt Guering, alto ejecutivo de la citada organización mundial.
La persecución a las personas que son diferentes físicamente o que piensan distinto a los anglosajones no es novedad en ese país, recuerde usted la represión religiosa que sufrieron muchos inmigrados en los inicios de la formación de los EUA, cuando los radicales protestantes europeos hicieron valer sus creencias y hasta llegaron a quemar en las hogueras a los sospechosos de ateísmo o brujería. Le menciono un sólo caso: las Brujas de Salem.
Y ni qué decir del exterminio que sufrieron los grupos indígenas, primeros pobladores de esas tierras, que se opusieron a ser desplazados por la colonización. La historia está siendo reivindicada dándole el lugar merecido a cada grupo de contendientes y ahora, aquellas películas de la Caballería Americana, en las que los blancos eran salvados de los indios son consideradas altamente inexactas y algunos de los antes considerados “héroes de la conquista del oeste”, han sido catalogados como magnicidas.
Más adelante, con la invasión de la tierra mexicana, de nuevo manifestaron la xenofobia hasta lograr erradicar a los apaches y comanches, entre otros grupos indígenas minoritarios. Vale la pena traer a la memoria que el salvajismo de los mexicanos fronterizos de esas épocas rivalizaba en ferocidad con la de los tejanos y que la moda de “arrancar cabelleras” fue promovida por ellos, como una forma de garantizar que el pago que hacían por la muerte de “los salvajes” era el indicado.
¿Y qué me dice de los orientales que sufrieron todo tipo de agresiones y vejaciones durante la Segunda Guerra Mundial? Hasta hace pocos años, a través de sus empresas de cine y televisión, explotaban el racismo y el odio hacia los japoneses y los alemanes, de paso, como siempre, se ganaban unos buenos centavos.
Los tiempos actuales no podían ser la excepción; hoy, con “civilizadas” balas de goma agreden a los latinoamericanos que intentan pasar sus fronteras para buscar trabajo.
Siendo así, no debe extrañarnos que Amnistía Internacional haga tal denuncia; de hecho, lo raro es que haya tenido que esforzarse realizando estudios profundos para demostrar lo que ya la historia y la experiencia tiene sobradamente asentado.
De los 32 millones de agredidos, los blancos maltratados sólo representan al tres por ciento, el 47 por ciento son afroamericanos, 23 por ciento hispanos, 11 por ciento asiáticos y 16 por ciento más se distribuyen en diferentes grupos étnicos.
El temor a los ataques guerrilleros es tan grande, que los citados grupos represivos atacan a los para ellos sospechosos a plena luz del día, mientras manejan sus automóviles, cuando están de compras, caminan por las calles o en sus casas, aeropuertos y terminales foráneas. Lo más triste es que en ese proceso de cambio de usos y costumbres, el ciudadano norteamericano pierde parte importante de la esencia de la libertad, aquélla por la que lucharon sus padres de la patria. ¿no le parece triste y contradictorio?
Ya desde 1999, el Departamento de Justicia, por medio de una encuesta, detectó que los policías enfocan sus pesquisas de drogas deteniendo a conductores latinos o afroamericanos negros, a pesar de que estadísticamente descubren más narcóticos entre los blancos. Esto significa, lo que tampoco es novedad, que los procedimientos elegidos son erróneos y no dan los resultados deseados.
Si las opiniones contra la política exterior ejercida por los Estados Unidos son reprobatorias y las respuestas de ciudadanos y agrupaciones de todo el mundo ante las visitas del presidente George W. Bush son airadas, ahora, la calidad de vida de nuestros vecinos del norte empieza a deteriorarse: en la libertad que hasta hace poco tenían para deambular por todo el país y no poder disfrutar los beneficios de su economía que les ofrece excelentes sistemas de comunicación aérea para viajar en plan de negocios o placer, libremente y con tranquilidad; ante la pérdida de garantías que tenían sobre la seguridad de los hijos en las escuelas; con la nostalgia de no poder sentir, como antaño, la alegría de asistir a un estadio lleno de fanáticos para disfrutar un partido deportivo del equipo favorito.
Esa es libertad perdida, que sin duda tendrá un costo político para los partidos belicistas y que deberá dejarles una enseñanza sobre la forma de convivir con el resto del mundo, entendiendo el real significado de la palabra tolerancia.
Tal vez con esa triste realidad, que irónicamente iguala a ricos y pobres, podamos retomar la idea humanista de que la paz verdadera se logrará con la justicia social; quizá nos ayude a encontrar formas para ser más justos y equitativos; que aprendamos lo que la vida nos está enseñando: que ni los que más tienen pueden disfrutar la sobreabundancia por el temor a la agresión de los que se sienten ofendidos con la pobreza, con razón o no. ¿Cree que pronto podremos abrir los ojos y tomar decisiones más sabias?
ydarwich@ual.mx